Hay días en los que siento que puedo lograr lo que me proponga y otros que no. Hay días en los que ningún sueño es inalcanzable y otros donde ni siquiera me permito soñar. Días felices, días oscuros. Contrastes propios de la existencia, duelo de las ideas y los sinsabores.
Camino con la mirada al piso, con la firme convicción de renunciar. Me permito de manera enérgica imaginar el momento, el rostro de mi superior, el cruce de palabras y mi verba segura, calma y tajante.
Llego hasta el edificio, atravieso el umbral sabiendo que será la última vez, subo las escaleras de a dos escalones por vez, tal la tranquilidad que pesa sobre mí. El pasillo se bifurca. A la derecha es la rutina. A la izquierda, el lugar pocas veces visitado, que termina en puerta de madera noble y cartel de letras grandes formando un nombre importante dentro de aquel lugar en el mundo.
Dejo escapar un suspiro. Mi mente dice izquierda, pero mi cuerpo opta por la derecha. La puerta que se abre es la de siempre, metal gris topo, dejando a la vista un puñado de escritorios desparramados sin un orden preciso, de espaldas a un ventanal sucio oculto detrás de persianas que pocas veces se levantan hasta arriba de todo.
Las piernas me depositan al lado del escritorio de todos los días. Los papeles están como los dejé la última vez. Me niego a sentarme, pero no encuentro resistencia. La computadora está iniciando con su habitual forma de darme los buenos días. Escuchó algún que otro comentario, quizá un saludo, pero forma parte de la rutina, ese envolvente proceso cíclico que nos gobierna en todos los sentidos.
Me llega un mensaje de texto. Lo observo un buen rato. Ella pregunta si ya está, si ya lo he hecho. Me muerdo los labios. Sabe que no he podido tomar el pasillo de la izquierda. Lo sabe bien porque cada día es la misma historia. Como si mi existencia se desdoblara en dos partes, una, la que no quiere desprenderse de lo conocido, y la otra, que teme aventurarse en los sueños.
No voy a contestarle. No es necesario, conoce la respuesta. Ha enviado el mensaje solo para clavarme una aguja. Sé que ahora está camino a su casa, quizá parando en una panadería a comprar medialunas calientes a pesar de haber desayunado conmigo una hora atrás. Así es ella. En cambio, yo... bien, es difícil describirse uno mismo. Hay días que puedo hacerlo y otros que no.
Alguien deja una pila de papeles a mi lado. No he visto quién. A veces creo que solo llegan, que nadie los trae. Pero es imposible. Cierro los ojos y me cuesta sacarme de encima su rostro. Risueño muerde una tostada y me guiña un ojo: "Hoy es el gran día, al fin". Me lo dice con tono burlón, conocedora del futuro inmediato. Así es ella.
Escucho mi nombre a mi espalda. Giro. Un compañero quiere saber si puedo darle una mano con sus papeles. Quiero decirle que no, pero me sale un "claro". Más trabajo. El mismo precio. La escucho a ella, siempre tan sencilla de palabras: "Después no te quejés". Y tiene razón. ¿Pero cómo se hace? A nadie le enseñan cómo moverse en el mundo. Ni cuál es la forma de encarar el pasillo de la izquierda. De afuera todo parece fácil, pero no lo es.
Ella me dice que uno la complica, que las cosas son sencillas. Puede que tenga razón. Mi compañero ya me ha traído sus papeles. Luego se marcha. Dice algo como que debe ir al doctor. Pero quizá vaya a la plaza de la esquina a leer un libro. No lo sé. Tampoco me voy a asomar por la ventana a comprobarlo.
Tengo uno de esos momentos de epifanía en los que me decido, apago la computadora (no sé por qué, pero siempre me imagino apagando la máquina antes de un gran paso en la vida) y salgo de esa enorme habitación para al fin tomar el pasillo que lleva a la puerta de buena madera. Pero es fugaz, tan solo una imagen. Al abrir los ojos, una diversidad alarmante de íconos y carpetas se alinean como si estuviera tallados en la pantalla del ordenador. No me he movido, ni lo haré, al menos hasta el mediodía, en el horario del almuerzo que como cada mediodía, consistirá en un sandwich de milanesa del barcito de al lado.
La partida se inclina otra vez. Ya tiene ganador.
Pero algún día me veré en el podio. Y en su rostro ya no percibiré la sorna de hoy, sino la sonrisa genuina del "viste que podés".
Para amantes y ladrones
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*Clave de lectura:* La escritura como cristal, transparente y oscuro, de
la vida.
*Valoración:* Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
*Música recomendada:** La Creación (Vo...
Hace 4 horas.
2 comentarios:
No sé alguna vez he tenido un día feliz, según esa definición. Así que el relato es más optimista que yo. Por otra parte, tampoco tengo esos días oscuros.
Netomancia, realmente eres bueno pero decir bueno se queda corto para expresar la magnitud de tus habilidades en este juego de palabras que no todos pueden participar ni mucho menos ganar, pero tu los has hecho, has ganado.
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