La orden vino desde muy arriba. Llegó primero como un rumor y luego como algo firme, en forma de mensaje encriptado. Todos tuvieron que guardar sus opiniones.
El que estaba al mando de la computadora central era Eric, el "holandés". Le decíamos así por su cabellera naranja. Cuando supo lo que tenía que hacer, sintió un nudo en el estómago. Lo vimos reflejado en sus ojos, que se cubrieron de una espesa neblina, esa que solo aparece cuando el mundo se nos viene abajo.
Pero era su responsabilidad, su puesto. Sabía que estaba la posibilidad. Todos lo sabíamos.
El mecanismo existía desde hacía una década, pero era un secreto que se nos revelaba cuando entrábamos al Sector Zero. Todos pensábamos antes de llegar a ese punto de control, que se trataba solo de un monitoreo internacional, una especie de ojo satelital.
Éramos una especie de oficina oculta de un organismo mundial. No existíamos, salvo para nuestros jefes. Si nos llamaban para trabajar allí, era que nos tenían un grado de confianza muy alto. Lo que veíamos a diario no podía ser informado a cualquiera. Solo a un selecto grupo de personas. Debíamos mantener en secreto muchas cosas. Demasiadas.
Esa orden fue una patada en el estómago. Nos dobló en dos. Pero no podíamos negarnos. Estábamos para servir, no para cuestionar. Las órdenes se acataban y punto. Eric tenía la responsabilidad principal en ese momento, porque el control era suyo.
Tragó saliva y me miró. Entendí en esa fracción de segundos en la que nuestros ojos se cruzaron, que quería desaparecer del planeta, aunque jamás lo admitiría. En cambio, su actitud fue la que correspondía. Aceptó el mensaje, devolvió un "ok" bajo las mismas medidas de seguridad y preparó el panel en su pantalla. Digitó las coordenadas, orientó el satélite y al cabo de unos segundos, todo estaba hecho.
Nunca preguntábamos a quiénes beneficiábamos, en teoría, no nos debería importar. O al menos, eso debemos demostrar. A quiénes perjudicaría, éramos los primeros en saberlo. Como esa orden puntual, dirigida a aquella parte del mundo, de por sí tan castigada.
Camino por la calle y veo los titulares de los diarios, mientras sufro en silencio. Me detengo a comprar algún que otro caramelo y de reojo estudio las imágenes, el pánico, el dolor. Todo aquello es nuestra culpa y sin embargo, nadie va jamás a saberlo. Le echarán la culpa a la naturaleza, a la falta de higiene, a tantas otras cosas, pero nunca a nosotros. Cuesta hacerse la cabeza, pero en el fondo, somos inocentes, solo cumplimos órdenes. Es así, no tiene discusión.
El ébola sigue esparciéndose, avanzando por regiones pobre como un asesino invisible. Lo hemos manipulado, lo hemos dirigido, prácticamente lo instamos a matar. Pero quedará en eso, en un secreto digitado por gente de muy arriba, que de alguna manera se beneficiará. La humanidad es eso, desde siempre. Una guerra interminable. Y las víctimas, tarde o temprano, somos todos.
Para amantes y ladrones
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*Clave de lectura:* La escritura como cristal, transparente y oscuro, de
la vida.
*Valoración:* Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
*Música recomendada:** La Creación (Vo...
Hace 36 minutos.
4 comentarios:
Casualmente, ese es el tema de Este jueves, un relato.
Que casualidad. Tu relato podría participar.
http://blogdemjmoreno.blogspot.com.es/2014/08/este-jueves-un-relato-virus_13.html
Bueno, qué tema, porque parece que no está muy lejos de lo que podría suceder con esto y con otros "males naturales sorpresivos".
Muy buena, Neto!
Podría ser muy útil y veraz tu texto reeemplazando la palabra ébola por tantas !!! tantas otras miseras y calamidades que consideramos azarosas.
ABrazo.
Una muy buena aunque tenebrosa teoría conspiratoria
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