No es común ver un detective investigar envuelto solo en un batón, pero al ruso Tolkov, no le quedó otra. La muerte de Salerno, su asistente italiano, lo sorprendió a la salida de su baño matinal, tapado tan solo con la mencionada prenda.
Los policías que llegaron a la escena del crimen le preguntaron cuál era la razón por la que no se cambiaba y manifestó que nada debía modificarse, incluso su situación semi desnuda, dado que ahora él formaba parte de la escena.
De todas maneras, algunos se sentían incómodos, como el caso de Paulenka, la sumariante. Por más que desviara la mirada, cada tanto, en sus movimientos torpes agachándose en un rincón o subiéndose a la silla para observar sobre los muebles, podía descubrir sus partes íntimas colgando, aún húmedas.
Se lo hizo notar a un compañero, pero solo ganó en burlas.
Tolkov se paseó por su casa como si tuviese puesto su habitual sobretodo oscuro, con el que era común verlo en las conferencias de prensa explicando la resolución de sus casos. Llevaba una hora inspeccionando cada habitación hasta que cayó en la cuenta que había omitido algo. El batón.
Sin perder tiempo, se lo quitó de un tirón y ante los murmullos generalizados que poco le importaban, lo desplegó en todo su largo sobre la mesa antigua de estilo inglés emplazada en el living.
Su intimidad quedó a la vista de todos. Incluso su culo peludo. El comisario Tronchosky se acercó apresurado, llevando un saco que tomó de una silla.
- ¡Tolkov, por favor! Está dando todo un espectáculo.
Pero el detective lo apartó sin violencia, quejándose porque le interfería con la luz natural que ingresaba por el ventanal este, y siguió inspeccionando el algodón algo húmedo del batón. De repente, el detective tuvo una erección. El que no la vio, la oyó, porque golpeó contra la mesa.
Entonces, proclamó su célebre frase, la que siempre profería al desentrañar el misterio en una investigación: ¡He visto la luz!
Paulenka se llevó las manos a la boca. El comisario trinó de bronca. Podía percibir los flashes desde las ventanas, donde estaban apostados un par de fotógrafos de la prensa que habían logrado colarse por algún sector desprotegido.
Tolkov apoyó el puño con fuerza sobre la mesa, lo volvió a levantar y bajar de inmediato, dándole otro golpe a la madera. El miembro hizo lo mismo, coronando con dos golpecitos su inesperada actuación.
- ¡Díganos que pasó detective y tápese las bolas, por el amor a Rusia! - le gritó desaforado Tronchosky, que de haber tenido un cuchillo a mano, se lo hubiera cortado.
El detective dejó caer las palabras, con la soberbia de siempre.
- Salerno murió de un infarto, fíjese aquí, en el batón, está la pastilla que debía tomar temprano. Recuerdo haber apoyado el batón sobre la mesa y luego me fui a bañar, un baño largo, de esos donde uno se frota hasta las partes que hace rato no se frota, y claro, el pobre de Salerno debe haber buscado por todas partes, necesita esas pastillas como el pez necesita el agua. Y mire lo que es el destino, la tenía en el batón, atrapada. El pobre me había dicho que necesitaba que lo llevara a la ciudad al mediodía, para visitar al boticario. Esta era su última pastilla.
- ¿Ahora puede taparse? - masculló el comisario.
Tolkov, que cuando investigaba parecía vivir en un mundo propio, se mostró confundido pero de inmediato cayó en la cuenta de lo que ocurría. Miró para abajo y se encontró con su miembro apuntando hacia arriba. No dudó en agarrar el batón de un tirón y cubrirse, mientras que la pastilla voló por la habitación.
- No sé si debo arrestarlo por la imprudencia de haberle arrebatado la pastilla a Salerno o por la impúdica actitud a la que nos ha tenido a todos por testigos. Por lo pronto, le haré un sumario - anunció el comisario, en tanto arengaba a los demás a salir de la casa - Pero usted se queda Paulenka, tiene que hacer el sumario una vez que retiren el cuerpo.
Paulenka sonrió, esta vez contenta.
- ¿A solas? - preguntó.
- Si, no pienso quedarme un minuto más aquí. ¿Qué le sucede? ¿Tiene miedo de quedarse con el detective? Es imprudente, pero no un criminal.
- Oh, no, al contrario. Me agrada la idea.
Tronchosky no entendió el guiño de ojos de la sumariante. Tolkov, que no salía de la vergüenza, mucho menos. Lejos del heroico ímpetu de unos minutos antes, tanto Tolkov como su miembro, se habían apichonado. A Paulenka poco le importaba. Aquella imagen no se le borraría jamás de la cabeza.
Para amantes y ladrones
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*Clave de lectura:* La escritura como cristal, transparente y oscuro, de
la vida.
*Valoración:* Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
*Música recomendada:** La Creación (Vo...
Hace 22 minutos.
4 comentarios:
Por el amor de Rusia!!!!!!!! Qué delirio simpático y picaresco jejeje.
Genial Netitooooo! Si es que cada párrafo es un derroche de imágenes sherlockianas muy divertidas. Me encantó!
Un abrazo enorme.
Jajaja, un Holmes exhibicionista.
Cualquiera, en lugar de la sumariante, habríase entusiasmado ¡por el amor de Rusia !
Abrazo.
Iba a hacer un chiste con el tema de la sumariante empuñando la pluma. Estoy demasiado previsible...
Abrazo
Me recuerda Los Casos de Leo, que escribe el Oso, que veo que comentó.
La sumariante Paulenka pasó de avergonzada a entusiasmada.
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