Un café con leche para comenzar el día, un vaso de agua para acompañar el almuerzo, un té para soportar la tarde, un vaso de vino para alegrar la cena y un whisky para olvidar en la noche.
Luego el sueño pesado, las vueltas en la cama, la almohada que molesta. El amanecer que cruelmente delata desde la ventana nuestro insomnio. La rutina. El trabajo. Las cinco bebidas diarias. La soledad como compañera.
Enrique tomó el colectivo de regreso a casa. Había pensado en volver caminando, pero lo dejó para otro día. O quizá, para otra vida. El fatalismo era su principal aliado. Se veía todas las noches cayendo por la terraza, de brazos cruzados, despidiéndose en cámara lenta de todos sus pesares.
La despensa de la esquina aún estaba abierta. Fue directo a la góndola de las bebidas con alcohol y eligió un vino en cajita, porque era más barato. Miró el precio de los whiskys, pero solo para cerciorarse cuánto habían aumentado desde la última botella que había comprado.
Pagó en efectivo y caminó los treinta metros hasta la puerta del edificio en el que vivía. Esperó el ascensor mirándose los zapatos. En el departamento encendió el televisor y se metió en la cocina. Podía escuchar el audio, pero tampoco le prestaba atención.
Salteó unas cebollas en el sartén que luego volcó sobre un bife, que asó muy rápidamente a la plancha. Brindó en silencio levantando el vaso de vino. Comió mirando un documental sobre leopardos que ya había visto hacía al menos una semana.
Llevó el plato sucio a la bacha de acero, dejó correr el agua unos segundos y luego cerró la canilla. Lo mojaba solo para quitarle algo de grasitud, ya que siempre lo lavaba por la mañana, apenas se levantaba.
Se sacó los zapatos, que quedaron en medio del living, y se sentó en su sillón favorito. Tenía dos, uno con respaldar más mullido y el que elegía siempre, mucho más desgastado, herencia de una tía que cuando era chico, le regalaba a diario una bolsa de caramelos.
Sobre la mesita descansaba de la noche anterior la botella de whisky y un vaso. Por suerte aún le quedaba para varios tragos. Sin embargo su rutina le indicaba solo uno para ese instante.
Vio el líquido detrás del vidrio y jugó moviendo el vaso de un lado a otro. Luego lo apuró inclinando la cabeza hacia atrás. El vaso volvió a estar vació y su destino, como cada noche, fue la mesa.
Se puso de pie y caminó hacia el balcón. Un ventanal lo separaba de ese metro de largo cubierto de cerámicos que terminaba en un baranda simple, de espalda al precipicio.
Pensó en lo fácil que sería. En lo rápido. A lo lejos, en los edificios cercanos, algunas luces se apagaban y otras se encendían. Podía ver el destello de televisores encendidos y como flotando en el aire, la melodía de la ciudad, atravesando el cristal, llegando a sus oídos. El tránsito, alguna sirena de ambulancia a lo lejos y el sonido del viento, casi sumiso, arrastrando penas ajenas en el aire.
Sumó la suya abriendo el ventanal y asomándose a la oscuridad, atenuada por la claridad artificial de todo lo que lo rodeaba. En lo alto, las estrellas estaban ausentes. Seguro llovería por la mañana. Recordó entonces que debía dejar a mano un paraguas y volvió a meterse al departamento. Tan rápido como cerró la hoja de la puerta balcón, la idea que sobrevolaba cada veinticuatro horas su cabeza, desapareció.
Puso en hora su reloj, activó la alarma y se fue a la habitación. Se sacó la ropa, se puso el pijama y se metió en la cama. Mantuvo los ojos abiertos largos minutos, buscando las mismas formas en el descascarado techo. Finalmente, giró hacia un lado y bajó los párpados. Sintió el vacío a su lado, se estremeció y retomó su lucha contra el insomnio.
La batalla era desigual, siempre lo sería. La eternidad se hizo carne, hasta que la luz en la ventana reveló un nuevo día. La vida, se puso en marcha otra vez. Y comenzó, como cada mañana, con un café con leche.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
2 comentarios:
Netísimo, me gustó muchísimo este relato de desolación del personaje. Lo pintaste maravillosamente bien manteniendo la tensión.
Abrazo
Cada mañana es una resurrección para mí.
Abrazo- otro-
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