Hacía mucho tiempo que no veía a Evaristo. Mientras caminaba en dirección al bar donde lo había citado esa mañana, luego de una llamada telefónica impensada, trataba de hacer memoria sobre cuando lo había visto por última vez. Creía haberlo visto un fin de año, en una despedida que se hizo en un restaurant céntrico, pero quizá se estaba confundiendo. Eso había sido al menos ocho años atrás. ¿Podía ser cierto, que hubieran pasado tanto tiempo sin verse?
Durante un instante, fugaz, imaginó que todo había sido un sueño, el llamado, la cita, el viaje hasta el bar y que ahora, al abrir la puerta, todo se desvanecería, como en alguna de las novelas que le gustaba escribir, repletas de misterio y hechos sobrenaturales.
Pero la idea apenas sobrevoló su mente. En una mesa cercana a la ventana más grande, y a solo tres metros de la puerta, estaba Evaristo, con la impronta de siempre, revolviedo con una cucharita el café que se había pedido. Como siempre, Evaristo el impaciente. Miró el reloj. Apenas si se había atrasado cinco minutos.
Evaristo se puso de pie al verlo. Y acortando distancia, con tres largos pasos, llegó hasta donde él estaba. Se estrecharon en un gran abrazo.
-¡Estás igual, Enrique! ¡I g u a l! - dijo Evaristo, siempre tan enfático.
Enrique sonrió. Estaba disfrutando el momento, estudiando a su amigo, buscando las palabras que quizá en un futuro emplearía para describirlo, si es que se presentaba la oportunidad de narrar aquel encuentro.
- Te leo siempre, che. Compro todo lo que publicás. No sabés cómo me gusta lo que hacés - Evaristo volvió a su silla y a su café, al que ahora le estaba colocando un sobre de azúcar.
- Gracias mi amigo. Todavía no salgo del asombro de tu llamada, de volverte a ver - confesó el escritor.
- Y uno es así - dijo con una carcajada Evaristo, que ahora se llevaba el pocillo a la boca - Siempre viajando, yendo a un lado, a otro, haciendo de su vida un itinerario sin fin. Pedite algo Enrique. ¿Un café?
- Dale.
- ¡Mozo! Un café para mi amigo.
- Contame, que te trae por acá.
- Vos.
- ¿Yo? No me digas que viniste solo para saludarme.
- Si y no. Vine para verte y para dejarte una idea macabramente maravillosa para una novela tuya.
Ahora el que lanzó una carcajada fue Enrique.
- ¿Qué te causa gracia? - bromeó su amigo - ¿Sos el único que tiene ideas, acaso?
Hablaron un buen rato viejas amistades y bueyes perdidos. Siempre es bueno volver a esos lugares comunes donde uno se siente a salvo. Media hora más tarde cada uno pidió otro café.
- ¿Y cuál es la idea? - preguntó al fin Enrique, que se debatía entre seguir la grata charla sobre el pasado o ir al otro tema, que le causaba curiosidad.
- Es magistral. Con ésta idea, vas directo al estrellato.
- Mal no me va, debo reconocer.
- Ya lo sé, pero con ésta te consagrás.
- ¿Y cuál es la idea? Contame. Ya me tenés maniatado con la soga de la intriga.
- Escuchá. Escuchá y tomá nota, Enrique. La idea es así. Un escritor afamado recibe el llamado de un viejo amigo. Uno que no ve desde hace años. El amigo lo cita en un lugar, no importa dónde. Y entonces, ahí, café de por medio, le confiesa que se está muriendo. Que es terminal. Que no hay salida. Pero no es la única confesión. Hay otra. Una más grande. Le dice, escucháme bien Enrique, lo mira a los ojos y le dice, así, con el último aliento, que a lo largo de su vida ha sido el más excepcional de los ladrones, que se ha llenado de guita y que la tiene escondida por diversas partes del mundo, y que si está interesado en ir tras esa fortuna, tiene que seguir las pistas que ha dejado para él. Una especie de juego intelectual. Y la primera, le dice, es la servilleta al lado del pocillo de café. Y nada, ahí nomás, saca una pistola y se dispara en la sien.
Se hizo un silencio. Breve, pero al mismo tiempo eterno.
- ¿Y cómo sigue Evaristo?
- No sé mi amigo, hasta aquí llego yo. El escritor acá, sos vos.
Y dicho eso, sacó un revólver y lo puso sobre su sien.
Luego, llegó el estruendo.
El cuarto cerrado.
-
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Hace 5 días.
5 comentarios:
Muy buena, Neto!!
Por lo pronto te recomiendo evitar invitaciones de nuevos amigos, no sea cosa que te toque pagar los cráneos rotos!
Abrazo!
A los escritores no les gusta que un amigo lleve tan a la practica, una idea para escribir.
Alto argumento.
Eso se llama escribir con sangre.
Abrazo, Netito.
Buenísimo!
Me gustó el ritmo, rápido y determinado, como el personaje. No hay nada que hacer Don Neto, cuando la idea está y la decisión también, no hay porque andar merodeando, ni siquiera en recursos literarios.
Un gran abrazo
Que tipo pesando, mirá que ir a molestar a todo el mundo en una cafetería....
Saludos
J.
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