A pesar de las personas que iban y venían, no podía pensar en otra cosa.
Quería sin embargo que poco le importara la voz que salía de los
parlantes anunciando arribos y partidas, con nombres de ciudades que
jamás había escuchado.
Se había derrumbado en aquella silla de
plástico, ajeno al mundo que lo rodeaba. O al menos, con ese fin. Pero
aquel ajetreo de rostros desconocidos, de piernas caminantes, de voces
parlantes, de historias de otros, le carcomían la cabeza. Y en medio de
ese ruido, ella.
Engañaba la vista mirando el piso sucio, cementerio
de envoltorios olvidados. Pero aquello lo atraía, lo invitaba a
contemplar sin entender. ¿Dónde iban? ¿Qué buscaban en la prisa? ¿Cuáles
eran sus secretos, sus miedos, sus sueños?
Porque en definitiva lo
mismo se preguntaba de ella, sobre todo desde la noche anterior. Desde
el momento que escuchó de su boca “me voy”, con tono de martillo que cae
y golpea, definiendo el momento, oscureciendo el futuro. Se fue por la
puerta de la casilla, minutos antes que cayeran las primeras gotas.
Aunque
ahora era difuso. Quizá las gotas habían llegado después, o en realidad
nunca, porque bien podían ser fruto de su imaginación procaz. De todas
formas, no estaban en ese momento, mientras la veía irse, sin poder
decirle “adiós”.
¿Existe palabra para un instante así? ¿Alguien en la
terminal tendría la respuesta? Son eternas las respuestas a las
preguntas que no se dicen. Acaso él tendría que haberle preguntado dónde
iba, por qué. Acaso, quizá… ya era tarde. Cuando una puerta se cruza,
no hay vuelta atrás. El destino así lo dicta. El vacío que queda lo
sentencia.
La noche. Los relámpagos. Puede que gotas, puede que no.
Su silueta, el descampado y más allá, el maizal. Las piernas corrieron,
el corazón se aceleró. Entonces, sus hombros y su bello rostro girando
con indignación. Luego el martillo, no el que golpea con la lengua, sino
el que es tan fuerte como una hoz. Cayendo, magullando, lacerando hasta
dormir, pesadilla de ojos desorbitados pugnando por huir.
Gotas por
doquier. Viscosas, oscuras, manchas que penetran la piel. Rápida,
efímera, así es la locura. Una mezcla de odio con amor. Un adiós sin
palabras, a ella y a la razón.
Quiere dejar de pensar, de posar su
vida en aquel vaivén de gente que parece querer escapar. Prófugos sin
destino, juntos en la terminal. ¿Le preguntaría a alguien hacia dónde
iba? ¿Se iría lejos de su existencia mundanal?
- Enrique ¿otra vez acá?
El
sobresalto, la sorpresa. Levantó la mirada, raudo y temeroso. Allí
estaba ella, sin siquiera una marca, mirándolo con la compasión de una
madre, aguardando una respuesta.
- Vamos Enrique, volvamos a casa.
Todos los días lo mismo vos. ¿Dónde querés ir? Si no tenés un peso y
mucho menos, huevos para dejarme.
Se puso de pie tomando la mano que
le extendían. Solo cuando la sintió entre sus dedos, supo que la marea
humana no lo arrastraría consigo. Sintió pena una vez más. Jamás ninguno
de los dos se iría. Fantasía y realidad, vertidas en la misma copa.
Caminó a ciegas con los ojos abiertos, la mente en un sueño y el sueño otra vez dormido.
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 6 horas.
4 comentarios:
En sueños, todo es más fácil, hasta lo infinitamente tortuoso.
Un abrazo, Netito.
SIL
¿Era un sueño? Tal vez lo necesitaba, por no poder afrontar aun que ella se fue.
Tengo la sensación... de que algún día su sueño se volverá realidad.
Muy bueno, Netomancia.
¡Saludos!
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