Era inútil, por más que lo intentara no podía apartar su oficio de las cosas cotidianas. Y ese, era un problema difícil de sobrellevar, porque no era un docente o un filósofo, ni un médico o escritor.
Si la panadera cortaba una porción de torta, tal como le solicitaba día por medio, probablemente no coincidía con el precio que le daba.
- Cuarenta y cinco pesos, Ricardo.
- Analía, esa porción se la taso en treinta. Ni un peso más.
- Cuarenta y cinco, y cinco de pan, cincuenta. Pague y déjese de embromar Ricardo.
Y así, Ricardo, el tasador, pagaba y se retiraba con un sabor amargo, porque sentía que tenía razón.
Incluso la relación con su esposa se había visto empañada por la insistencia de él en hacer pesar su oficio en cada conversación.
- ¿Te gusta este nuevo peinado, Ricardo? ¿No me hace más joven?
- Te doy cuarenta y ocho años.
- ¡Pero tengo cuarenta y tres!
Era común entonces verlo salir a la vereda cubriéndose la cabeza, mientras volaba algún que otro elemento por el aire, proveniente del interior de la vivienda. Luego se escuchaba el portazo, que dejaba a Ricardo afuera, con aire de solitario y pinta de exiliado.
A veces esperaba que a su mujer se le fuera el enfado, sentado en la plaza. Allí solía conversar con algunos jubilados o con Jacinto el pochoclero.
- ¿Y? ¿Qué dice Ricardo? ¿Qué me dice de la selección de fútbol, cómo la ve para el próximo partido?
- Dos goles abajo, Jacinto.
- ¡Pero vienen todas las figuras y jugamos contra el peor de las eliminatorias!
- Dos goles abajo.
Evaristo, su amigo psicólogo, le dijo una tarde que el problema suyo no era querer darle un valor a todo, sino ser tan negativo.
- Tu apreciación es para cuatro puntos, Evaristo.
- No ves lo que te digo Ricardo, tenés una visión muy pesimista de todo.
- Cuatro, pero tirando a tres diría.
Una noche, mientras calculaba desde su cama el valor de cada estrella, según su brillo y tamaño, lo visitó la muerte.
- Ricardo, vengo a llevarte. ¿Algo que decir sobre tu vida?
- La verdad, no tuve tiempo para valorarla.
- Me imagino, siempre tasando cosas ajenas, relegando lo propio.
- No, jamás tuve interés y por eso no le brindé el tiempo necesario.
- Y si lo tuvieras, si ahora mismo te diera la oportunidad de volver a vivir tu vida, ¿podrías valorarla?
- ¿A cambio de qué?
- De tu alma.
- Mi alma al menos la taso en dos vidas.
- Negociemos Ricardo, puedo llevarte ahora mismo o a cambio de tu alma concederte una nueva oportunidad.
- Está bien. Te doy mi alma y vivo desde el principio otra vez toda mi vida.
- Exacto.
Ricardo volvió a nacer y creció sin alma. Su visión de la vida no distaba demasiado de la anterior experiencia. Y al momento de elegir su oficio, nuevamente se inclinó por la de tasador. Repitió sus mismos pasos y reiteró con exactitud cada paso de su primera oportunidad en el mundo.
El día que volvió a encontrarse con la muerte, ésta le preguntó por qué no había aprovechado la posibilidad que le había dado.
- ¿Qué posibilidad? - preguntó Ricardo.
- ¡La chance que tuvo de vivir de nuevo su vida! ¡Hizo todo como antes, tal cual!
- ¿Debía cambiar algo?
- Era la idea.
- Pensé que solo debía valorarla.
- Claro hombre, justamente. ¿Estaba conforme con tu vida anterior?
- Si
- Pero... me dijo que no tenía interés, que no había tenido tiempo para valorarla.
- Bueno, ahora lo hice.
- Bien y que me puede decir entonces de su vida.
- Que no pude encontrar diferencia alguna entre tener alma y no tenerla. Supongo que es culpa de los números, tan fríos y precisos. Tuve una vida de siete puntos sobre diez.
- ¿Eso lo deja conforme? Bien, entonces es hora de llevarlo.
- En cambio - agregó Ricardo - su forma de obrar no pasa de un tres sobre diez.
- ¿Por qué tan bajo? - preguntó ofuscada la muerte.
- Mucho preámbulo, no cumple de inmediato con su función, hace negocios poco entendibles y se quiere hacer la misteriosa apareciendo cuando nadie la espera y sin embargo uno la aguarda desde que nace.
La muerte se fastidió con Ricardo. Aquellas palabras la habían herido.
- Una le da otra oportunidad y así le pagan - se quejó - Ahora, como castigo, seguirás viviendo varios años más, hasta que me digne a volver.
Desapareció por la ventana que daba al patio. Ricardo retomó el cálculo del valor de las estrellas. A su lado su esposa roncaba plácidamente. Tasó la Cruz del Sur en una cifra astronómica, nadie en el planeta podría comprarla. Luego lo venció el cansancio y se durmió. Soñó que la muerte volvía y le quería devolver el alma.
- Ya no la quiero - le decía él - Sin alma, pocas cosas me lastiman. Aunque podríamos hacer un trato. Yo la acepto a cambio de que usted le ponga precio y valor a todas las cosas de la existencia.
En el sueño la muerte aceptaba y ponía en marcha una misión infinita. Ricardo se despertó riendo. Su mujer lo miró con bronca, malhumorada porque temía desvelarse. Él en cambio volvió a dormirse sin demasiadas vueltas, con la muerte tasando el universo, nadie moriría por largo rato. A eso le daba un diez. Aunque se tratase solo de un sueño.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
4 comentarios:
Una genial idea la de este tasador...que además ni en sueños puede olvidar su naturaleza.
Yo le doy un nueve sobre diez. No se me enfade srNeto: yo no soy tasadora.
Besos!!!
Muy bueno Neto y muy original.
Te lo taso en un ocho con cincuenta.
Saludos.
mariarosa
Netito, sos genial!!!
Sin alma, pocas cosas me lastiman.
Quién pudiera ser tasador, Netito !!
Genial el texto.
ABRAZO GRANDE.
SIL
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