La noche en la que apuntó la pistola al asesino de su esposa, sintió que la alegría inundaba su corazón. La tarde en la que al doblar la esquina lo vio caminando por la vereda contraria, creyó que el mundo se detenía. No podía ser, lo había visto caer, derramar sangre, balbucear un insulto inconcluso.
El shock duró muy poco, lo suficiente para que el hombre le sacara media cuadra de distancia. Corrió hacia el, evitando chocar con los demás transeúntes. Llegaron a la otra esquina al mismo tiempo. No dudó en ponerse en su camino. Y aunque no llevaba ningún arma encima, tanteó en su cintura, casi por instinto.
El hombre que había matado, se detuvo. Lo observó sin reconocerlo y haciendo caso omiso de su presencia, intentó seguir su marcha. No se lo permitió. Lo empujó hacia atrás, haciendo que trastabille.
- Vas a morir por segunda vez - le anunció.
Desde el suelo, el sentenciado argumentó:
- Pero... si nunca morí.
Ahora si, encontró un arma. Un tablón de madera en el suelo. Lo levantó en alto y lo bajó con fuerza, estrellándolo contra el rostro de su víctima (su víctima una vez más).
Volvió a sentir algarabía en todo su ser. La venganza otra vez consumada. Miró alrededor y vio a la gente observándolo con espanto. Soltó la madera. Aquello no era posible. Todos los que lo miraban tenían el mismo rostro. Todos eran el asesino de su mujer.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
3 comentarios:
Hay muertos que no mueren nunca, hasta que uno decide por fin matarlos.
Muy bueno Don Neto!
Los muertos que vos matasteis...
Qué genial, Netito.
Impecable.
Abrazo grande.
SIL
Uhhh, qué final.
Excelente.
Saludos.
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