Los altoparlantes dejaron de rugir una vez que la masacre estaba consumada. Hasta entonces una voz chillona había repetido hasta el cansancio que se debía mantener la calma y no asustarse. Sin embargo, nadie le hizo caso a la orden. Era imposible mantener, directamente, la cordura.
Sería también difícil explicar como comenzó aquello. El shopping estaba atestado de gente, cada cual en lo suyo, mirando vidrieras, almorzando en los bares, haciendo compras. Los niños corriendo, como hacen los niños desde que el mundo es mundo. Un día normal, agitado, claro que si, como sucede siempre en el shopping, pero alejado de cualquier hecho sobrenatural que pudiera presagiar lo que ocurrió a continuación, en algún momento del mediodía, entre que se sintió la explosión y los vidrios del techo de cristal estallaron en pedazos cayendo en forma de una lluvia asesina.
Sangre, eso fue lo primero que todos notaron. Sangre espaciérdose por las escaleras, los amplios salones, los ascensores. El cristal se había derramado sobre la gente, cayendo sin piedad sobre sus cuerpos, cercenando partes casi sin producir dolor, con la impronta de lo inesperado, con el sello de la desgracia.
Algunos se vieron sus dedos rebanados y comenzaron a gritar. Otros ni siquiera pudieron hacerlo. Los cristales habían rebanado sus cabezas. Entonces fue el caos. Las familias se desmembraron, los amigos se separaron, los conocidos se alejaron. Cada uno corrió hacia donde pudo, gritando, con el terror galopando en sus corazones.
Y mientras eso sucedía, una sombra se tendió sobre el lugar, oscureciendo todo el interior del recinto, sumiéndolo en una penumbra dolorosa. La gente se chocaba entre si, se apartaba a los empujones, tropezaban con los cuerpos sin vida o resbalaban en la sangre viscosa y hedionda que todo lo inundaba.
El pánico se apodero de los sobrevivientes. Los altoparlantes pedían calma. Las voces desesperadas, sin embargo, lograban imponerse. Pero algo estaba mal, además de la tragedia, de la muerte instalada en el lugar. Porque de esa sombra en lo alto, descendió un infierno de escarabajos y cucarachas.
Los insectos treparon sobre las personas, que enloquecían minuto a minuto. Las puertas de salida parecían cerradas desde afuera. La oscuridad también se había apoderado de exterior, al menos, del exterior que rodeaba al shopping.
La gente golpeaba a los bichos, pero en su afán, también a otras personas. Algunos tomaban sillas y las usaban para aplasar a las cucarachas y escarabajos, sin importar si estaban encima de otras personas. Golpeaban con fuerza, hasta quebrar la madera. Algunas sillas se astillaban en la carne de hombres y mujeres, que pedían piedad desde el suelo, mientras los asquerosos insectos caminaban sobre sus piernas, brazos, espaldas...
Al cabo de tres horas, no había ninguna persona mentalmente sana con vida en aquel lugar. Los altoparlantes ya no chillaban. En el exterior luchaban por abrir las puertas para ingresar. La oscuridad se disipaba de a poco. Nadie, afuera, sabía con certeza que había sucedido dentro. Habían sido testigos de la extraña penumbra que había rodeado el shopping, de la explosión que se había escuchado a kilómetros de distancia y estuvieron impedidos de poder acudir en ayuda, porque las puertas no se abrían.
La calma se apoderó al fin, demasiado tarde, del lugar. Las puertas se abrieron. Los integrantes de las fuerzas de seguridad y voluntarios que estaban esperando para ingresar asomaron apenas sus cabezas al interior, para salir espantados, en retirada. Algunos ordenaron cerrar de inmediato las puertas. Dicen que lo poco que alcanzaron a ver, era atroz.
En pocos días cercaron el shopping con vallas de madera y chapas altas. Algunos vecinos lindantes, se mudaron a otras localidades. Nadie jamás entró al lugar. Del día de la tragedia, pasaron cinco años. La sociedad prefiere la ignorancia, vive bien así. Se resigna a extrañar a los que no están, antes de enfrentarse a lo irreal, a lo desconocido.
De vez en cuando se escuchan activarse, durante la noche, los altoparlantes. Una voz chillona pide calma y en la ciudad todos se acurrucan en sus camas, protegidos por las sábanas y el instinto de supervivencia, muy ligado al de la indiferencia.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
4 comentarios:
Muy acertada la crítica social: preferimos no ver o evitar lo sucedido...así creemos que desaparecerá. Pero la realidad es tozuda...me temo lo peor...
Muy bueno!
Besos!
Muy bien logrado el terror súbito y el caos. Yo recortaría un poco la explicación de los rescatistas y simplemente los colocaría ante las puertas del shoping y ya. Me gustó.
Ojo, dice: se resignan a extrañar a LO que no están.
Tapar para tratar de ignorar.
Un mal de todos los días, Netito.
Muy bueno.
Abrazo.
SIL
Fantástico. La misma calidad de siempre inundando tus letras.
Me recordó a "La niebla", de Stephen King.
¡Felicitaciones!
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