Es como si se esfumara parte de la realidad. Esa sensación siente cuando se le nubla la vista, cada vez más seguido. Lo oculta, no dice nada. Intenta disimular, tanto en su trabajo como en su casa. Le cuesta, porque en ocasiones esto le sucede cuando está en plena actividad y debe detenerse, mantener el equilibro, buscar desesperadamente un punto de apoyo y redescubrir los alrededores. Porque la realidad, eso tan común que lo rodea a diario, ha desaparecido.
Busca en internet y se amarga durante días. Podría tener cientos de enfermedades, si es que se guía por los síntomas. Pero la idea de acudir a un especialista lo atemoriza. Una cosa es suponer y la otra es enfrentarse a una verdad. No quiere saber nada con ésto último. Prefiere la ignorancia y sobrellevar los momentos ciegos.
Pero el problema se incrementa. Sus alrededores se esfuman con mayor asiduidad y más de una vez tiene que dar explicaciones poco creíbles. Su habitual seguridad ha desaparecido, ahora es un pedazo de papel arrugado que alguien arroja al cesto de basura.
Camina y tiembla. Avanza con temor de quedar a oscuras. Sabe que son fragmentos, que no es todo lo que sus ojos dejan de ver. Pero las partes faltantes impiden que la totalidad se visualice y el vacío se transforma en un calvario temporal, mientras se aferra a lo más cercano y su mente se acelera en busca de una explicación lindante a lo racional.
Qué sucede, cómo sopesar la vida con tremenda tragedia entre manos. Esa ceguera tan particular que lo está carcomiendo como persona. Y sin embargo, el pavor lo atormenta y se deja estar. Lo que se esfuma luego vuelve. Se lo repite una y mil veces. Se resigna. Hasta que ocurre el accidente.
Su nieta quiere upa. Su nieta siempre quiere upa. Pero esta vez, camino a las alturas, tanto sus brazos como la pequeña desaparecen. Se esfuman. Están y luego ya no. Al menos para su vista. Esa fracción lo es todo. Porque cuando la oscuridad da paso a la luz y sus brazos vuelven a estar delante de él, la niña ya no. Se esfumó pero no volvió. Al menos en sus brazos.
La escucha llorar y observa a sus pies. No ve a la niña, no porque la realidad desapareciera otra vez, sino por el charco de sangre que la rodea. Su frágil cabeza ha dado contra una maceta. La sangre se le aproxima, amenazante. Deja de escuchar, porque los gritos de su hija se superponen a cualquier otro sonido. Lo apartan, lo despojan del último retazo de dignidad que le queda. Y mientras calman un llanto, en él se abre otro.
Acude al médico. Lo estudian. Encuentran algo peor que problemas en la vista. Es algo en su cabeza. Le dicen que se está evadiendo poco a poco de la realidad, que sus ojos no fallan, sino que su mente decide no ver todo. No entiende, se ofende. Se niega a ir a un psiquiatra. Alega no estar loco.
Pero sabe que no es así. Su mundo se sigue acotando cada vez peor. Los vacíos son más grandes, abarcan áreas mayores, se extienden durante más tiempo. Pronto serán más los momentos en los que no verá que aquellos en los que podrá apreciar los colores, la luz, la vida misma.
Comprende que se está encerrando, que se repliega a su interior. Un interior oscuro, de fría soledad, de palabras mezquinas. Las voces que llegan desde afuera son casi susurros en voz muy baja. Suele escuchar frases como "cada vez más loco", "lo vamos a tener que internar", "pobre Osvaldo". Algo le dice que hablan de él. Ya le cuesta discernir. No sale de su casa, no trabaja, todo se ha esfumado. De vez en cuando algunos destellos de luz le permiten respirar el mundo tal cual era.
Osvaldo aguarda en la oscuridad de su mundo, mientras los cuchicheos en la habitación de al lado se extienden largas horas. Lo último que escucha lo estremece.
Ese mismo día o al siguiente (ya ha perdido la noción del tiempo) llega la camilla a buscarlo. Se lo llevan sin darle explicaciones. No las necesita. Ni siquiera piensa en solicitarlas. Tiene incluso la sensacion de saber que si intentara hablar, no podría hacerlo.
Todo se ha esfumado, lo percibe tan claro como oscuro es su nuevo mundo. Todo ha desaparecido, incluso su condición humana.
Marchito es el tranco de aquella peregrinación solitaria, camino a un encierro que sepultará su alma y desterrará del mundo hasta el olvido mismo de su existencia.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 12 horas.
7 comentarios:
Dios...
Netito!
Y sin anestesia, ey.
Abrazo grande
SIL
Doña Sil, no se asuste, nada tiene que ver con que también usted vea menos! :) Gracias!!! Saludos!!!
Caramba, uno toma el cuentito cuesta abajo...y al final se ve sepultado. Me ha gustado mucho Neto. Imagino a algunos ancianos y a otros menos de esta guisa pasando sus días, cada vez mas aislados. Si es crítica social, además, está muy bien planteada, ya que nadie le ofrece de verdad una mano o se presta a ayudarle. Única salida...el furgón camino del "otro mundo".
PD: yo también veo menos cada día, como Sil. ¿tu no? Ah, olvidaba esas dos cuencas vacías enormes...
juas!
Muy buena narración, Neto, me dejó pensando en los viejos queridos y esa entrega final...
J&R
Excelente narración. Creo que si hay una forma de presentar un estado de demencia senil, es este.
Cruel, pero real.
mariarosa
Descripciones acertadas que nos transportan hacia el duro final.
Muy bueno
Llegué acá por Orsai y debido a mi curiosidad incansable. Me encontré con dos relatos que me provocaron cierta sensación de angustia inesperada. Me parecieron muy buenos y me sorprendieron. Agradezco el regalo de compartirlos. Beso!
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