Los miedos nacen en la oscuridad. Se alimentan de los sonidos que no existen bajo la luz del sol. Despliegan sus formas horrendas en la espesura de la noche, reptando subrepticiamente sobre las desveladas figuras que deambulan por lugares que no desearían.
Alicia tiene miedo. Es tarde, han perdido el último colectivo y sabe que hay dos horas de espera hasta el próximo. La calle está desierta y su novio se ha ofendido porque ella le ha reprochado que no tiene coche propio.
Buscó el amparo de un árbol para descansar la espalda, pero se alejó de inmediato. La textura de la corteza, fría e irregular, le hizo pensar en manos huesudas queriendo acariciar su cuerpo.
David se había sentado en el cordón de la vereda, mirando hacia el fondo de la calle, dónde las lámparas del alumbrado público apenas alcanzaban a iluminar los contornos de los vehículos estacionados.
Sabe que están allí porque su novia se atrasó en el baño del bar, pero evitó mencionarlo en todo momento. Sin embargo, ella se había despachado con el bendito tema del auto. La bronca lo carcomía por dentro, pero no quería enojarse. Estaban varados en una calle oscura, con una larga espera por delante, y era consciente que la reacción de Alicia se debía a su aversión a tener que esperar de madrugada en una zona poco habitada.
De todas formas se había alejado de ella. Quería que se sintiera sola, aunque fuese unos minutos. ¿Por qué no podía valorar otras cosas, como ser su presencia allí? Dejó escapar el aire por la boca y se puso de pie. Ya había sido suficiente. Ella no lo merecía.
Alicia lo vio ponerse de pie y temió que se marchara a pie, dejándola sola en aquel lugar. Pero él giró hacia ella y aún con el semblante duro, se puso a su lado y la atrajo hasta su cuerpo. Los dos quedaron en silencio, fundidos en un abrazo.
El miedo seguía allí, pero al menos en sus brazos Alicia se sintió mejor. Una lágrima que limpió rápidamente con el dorso de la mano rodó por su mejilla. La brisa la hizo tiritar. Se sentía sensible y expuesta. Se arrepentía de su reproche, pero no quería admitirlo.
El ruido de una lata rodando rompió la hegemonía del silencio. De inmediato se escuchó otro sonido, como si la lata recibiera una patada. El tintinear del metal, dando saltitos en el medio de la calle, hizo que los dos miraran en la dirección correcta.
Del otro lado de la calle una figura con capucha sobre el rostro los observaba atentamente. No se movía, solo estaba allí, como una estatua, con las manos en los bolsillos. Y no dejaba de mirar hacia donde ellos estaban. Alicia se movió inquieta; David la abrazó más fuerte, pero no se atrevió a decir palabra alguna.
La lata había detenido su andar en medio de la calle. La poca iluminación apenas si le arrancaba algún que otro destello. En cambio, le permitía a la figura del otro lado de la calle permanecer en la penumbra, como una alucinación perturbadora, capaz de quitar el sueño o de inducir a una pesadilla.
En algún momento se alejará, pensaban ambos, sin disimular que también lo imaginaban cruzando la calle en dirección hacia donde estaban petrificados por el miedo. Ninguno movía los labios, no lo necesitaban. Podían sentir recíprocamente el palpitar de los corazones.
El reproche volvía a nacer en la cabeza de Alicia. Si tan solo su novio tuviera un vehículo, no estarían allí. David por su parte se recordaba que estaban esperando en aquella calle oscura, observados por un extraño que bien podía ser un psicópata, por esos minutos que su novia había perdido en el baño.
No se movieron durante cinco minutos. Y la figura tampoco. Al fondo de la calle dos faros alumbraron el horizonte. Pero no era el colectivo, era imposible por la hora. Se trataba de un camión. El transporte recorrió con parsimonia los metros hasta la esquina donde esperaban y con un estruendo de llantas y metales retorcidos pasó por delante de ellos, calle arriba.
Cuando volvieron a mirar al otro lado de la calle, la figura ya no estaba. La lata tampoco, había sido arrollada por el camión y desaparecido en la anónima viscosidad de la noche.
Redoblaron el abrazo y así permanecieron hasta que hora y media después las luces del fondo de la calle se transformaron en el cuerpo de un colectivo de línea. No pronunciaron una sola palabra en todo ese tiempo.
Viajaron sentados juntos, ajenos al momento, pensando en aquel hombre con capucha, en el miedo que aún recorría cada fibra de sus cuerpos. Y sintieron vergüenza de sus reproches, de sus miedos. Pero ninguno lo admitió. En silencio se despidieron cuarenta minutos después y cada uno caminó hasta su casa, separadas apenas por tres calles.
Algo había cambiado, algo había nacido esa noche. Un miedo interior en cada uno de ellos, que se alimenta de los sonidos que no existen bajo la luz del sol, que despliega sus formas horrendas en la espesura de la noche, reptando subrepticiamente sobre las desveladas figuras que deambulan por lugares que no desearían, impregnando sus mentes de terrores que quitan el aliento y de reproches que nos conducen a la más mísera de las condiciones humanas.
El cuarto cerrado.
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Hace 4 días.
5 comentarios:
El miedo se vale de mil formas para abarcarnos tarde o temprano.
Es muy astuto.
Un abrazo, Netito.
SIL
¡Me encantó! Muchas veces la mente humana funciona de maneras extrañas, tanto así que el miedo se apodera de nosotros ante una simple figura que no dice nada más que "la oscuridad me aterra". Uno teme no tanto lo que ve, sino lo que cree que está viendo, y el miedo nos vuelve poco, empiezan los reproches y de eso a la pelea injustificada (o por lo menos lo parecía hasta ese momento) hay un solo paso.
Abrazo
Dam!
Doña Sil, astuto y de usar disfraces. Claro que si, cómo para no atraparnos una y mil veces. Gracias! Saludos!
Don Damián, bienvenido. La mente humana genera tanto miedo como el exterior que nos rodea. Gracias por el comentario. Saludos!
Recuerda a otra definición de fantasma, no se trata de algo realmente sobrenatural, sino de la proyeccion de los temores, que en ciertas circuntancias se harían visibles, incluso para los demás.
LLegué a este blog, por Mariela Torres. Y leía el blog de Carla, lastima que lo cerró.
Se siente el miedo de los protagonistas a flor de piel.
Muy bueno, Netomancia.
Saludos.
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