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29 de noviembre de 2011

Tita en la oscuridad

- Che, negro ¿y la Tita?
Manuel alzó los párpados, pero los bajó otra vez hacia el suelo, donde con una rama de paraíso estaba trazando un dibujo, aprovechando que la tierra estaba suelta de haber jugado un rato antes a las bolitas.
Permaneció así, un buen rato. Esteban lo miraba, acostumbrado a esos silencios entre una pregunta y otra. A veces se decía que a su amigo le faltaba un tornillo, pero Manuel era así y punto.
De pronto se puso de pie y arrojó la rama lejos, en un ademán de fastidio.
- Dale, vamos. Acompañame. Si llega a volverse sola, mi viejo me faja - Manuel miró la hora en el reloj de los Powers Rangers, que su mamá le había regalado al cumplir los siete - Ya está por salir,es la hora del timbre.
Caminaron sin hablar las dos cuadras hasta la escuela, siempre bajo la sombra de la arboleda de tilos, para evitar el fuerte sol de noviembre. Al acercarse al portón principal, fueron cautelosos. No se dejaron ver, poniéndose al reparo del colectivo escolar, estacionado al borde de la vereda.
- Si nos ve la directora se nos arma un lío grande Manuel.
- Ya lo se - respondió el amigo.
Primero fue el griterío, luego el ir y venir de guardapolvos blancos. Estaban saliendo. Las maestras estarían firmes como estatuas, supervisando la partida de sus alumnos, atentas al mínimo problema.
Manuel asomaba la cabeza y la volvía a esconder. Aún no había señales de Tita. Esteban lo codeó y llevó la vista hacia el portón. Su amigo tenía razón, ahí salía el curso de su hermana.
Esperaría a que pasara por al lado del colectivo y allí la llamaría.
- Esteban, ni bien la veamos... ¡auch!
Sintió un puntazo en la frente, como si un pájaro hubiese aterrizado en su cabeza. El dolor dejó paso al ardor y su mano, al tocar la piel golpeada, se topó con algo viscoso y tibio.
- ¡Tenés sangre! - le advirtió Esteban.
- ¿Mucha¡ - preguntó asustado - Sentí como si me... mirá, ahí, al lado de tu pie, esa piedra, alguien me tiró con esa piedra.
Buscaron con la vista alrededor y entonces los vieron. Casi llegando a la esquina, sonriendo de oreja a oreja, el Raúl y sus tres compinches: Alejo, Mauro y Gonzalo. El primero, de flequillo corto y zapatillas amarillas, aún sostenía la gomera entre las manos.
- Vení, vayamos para allá... - la voz de Esteban demostraba miedo. Manuel, dolorido, se dejó llevar.
Entonces, recordó a Tita y volvió por ella. La decisión, se dijo un segundo después, fue apresurada.
Al lado de Tita, estaba la directora y por el gesto que ocultaba su habitual semblante parsimonioso, no estaba de buen humor.

Ofelia era portera del colegio, pero bien podría haber sido enfermera. Al menos eso le parecía a Manuel, mientras se mordía el labio para reprimir los alaridos de dolor mientras la mujer le pasaba un algodón con agua oxigenada encima de la herida.
Esteban estaba sentado justo al frente, en una silla similar a la suya, de tapizado verde. Tita jugaba con su muñeca, apoyada en el escritorio de la directora. La dueña del mismo, en tanto, colgaba en ese preciso instante el teléfono, luego de haber llamado a los padres de ambos niños.
- ¿Duele? - le preguntó sin ironía la directora a Manuel. El niño respondió con un movimiento de cabeza. Aún tenía la boca ocupada en tratar de no gritar.
Cuando Ofelia finalizó con la curación, la directora Martínez le dio las gracias y le pidió que los dejara solos. La portera / enfermera salió al pasillo, llevándose a Tita, a pedido de la otra mujer.
El semblante habitual estaba otra vez instalado en la figura de esa señora que a los ojos de los niños, era un ser temible y que el solo hecho de estar en la “dirección” del colegio, significaba que era el fin para ambos. Quizá si imploraban, pero sabían, los dos, que era tarde.
- Bien, quién de los dos me va a contar por qué se escapan de la escuela continuamente. Les doy la oportunidad que ustedes elijan.
La sonrisa que les mostró decía “es una trampa” y tanto Manuel como Esteban estaban seguros que aquel que hablara, sería expulsado de inmediato. El otro, el que callara, no solo sería expulsado, sino que además sería humillado en público, seguramente con la directora pellizcándole la oreja.
Ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Esteban balanceaba nervioso las piernas, de atrás hacia delante, esperando que de un momento a otro la puerta se abriera e hicieran aparición sus padres, que traerían como regalo a la fiesta un bonito cachetazo.
Manuel tenía ganas de llorar, en parte por el golpe en la frente, y en parte, por la situación. Habían sido descubiertos. Si tan solo...
- Hagamos un trato - dijo la para entonces reina de los condenados - Me dicen la verdad y yo trato de ayudarlos con sus padres. No les garantizo nada, pero podría negociar que el castigo no sea tan... ¿duro?
Los amigos cruzaron fugazmente sus miradas. Es una trampa, es una trampa, se decían
mentalmente, aunque era imposible que supieran que ambos pensaban lo mismo, por más que los
ojos delataran esa idea.
Al cabo de dos minutos, la mujer rodeó el escritorio con su silla y la colocó justo a mitad de camino entre uno y otro. Tomó asiento y posó sus ojos oscuros sobre el niño lastimado.
- Manuel ¿quién te hizo eso en la frente? - preguntó.
A pesar del dolor, de saber la respuesta, de recordar al muy maldito con la gomera en la mano, se quedó en silencio.
- ¿Fuiste tú? - le preguntó a Esteban, al mismo tiempo que colocaba su cuerpo en dirección al otro chico.
Esteban se apuró en negar con la cabeza, enfáticamente.
- Bien - dijo ella - No fuiste tú, pero sabes quiénes fueron.
El interrogatorio era muy difícil de afrontar, se sentía pequeño ante la situación. Además, era la directora, no por algo llegaban a ese cargo.
- Si... - dijo finalmente, casi dudando. Su amigo, que hasta entonces miraba el suelo, levantó la vista con claro gesto de decepción.
- Necesito que me lo digas - pidió la mujer. Había urgencia en su tono de voz.
- Fue... - Esteban repasó mentalmente los últimos dos meses, las golpizas en los recreos, la forma en la que le quitaban los caramelos que llevaba de casa o compraba en el kiosco escolar y pensó en tragarse las palabras, pero en un esfuerzo sobre humano, logró pronunciarlas - Raúl. Raúl Ortelano y sus amigos.
- Muy bien. Es un gran paso. Y ahora dime tú, Manuel, antes que lleguen tus padres y sepan que desde hace una semana y media junto a tu amigo se están escapando en pleno horario de escuela, ¿fue Raúl Ortelano el que te lastimó la frente?
Manuel quería golpear a su amigo, meterle una toalla en la boca, lavarle la lengua con jabón. Pero en realidad, a pesar de la bronca, una sensación rara le recorría el cuerpo. Algo similar a cuando sin querer volteaba el vaso repleto de agua pero lograba agarrarlo en al aire con la otra mano y evitaba al menos que se hiciera añicos en el suelo. Si, sentía eso, una especie de alivio.
Esta vez su silencio no se hizo extenso.
- Si señora directora, fue ese chico - le dijo y de inmediato, mirando a su amigo, sonrió. Una lágrima desbordó por la mejilla y no era de dolor, sino de alegría. Esteban le devolvió el gesto, con cierta felicidad.
La directora Martínez comenzaba a armar el rompecabezas, uno tan complejo que necesitaba ser
analizado como adulto pero visto de cerca como niño.
- Niños - les dijo - entiendo que tienen miedo, pero esto que les voy a preguntar es muy, pero muy importante: ¿Cuál es la razón por la que se escapan de la escuela?
Si bien la piedra parecía incrustada en la frente, Manuel sabía que no estaba allí. Había sido el golpe, pero había rebotado y caído a los pies de su mejor amigo. Esa pregunta parecía aquella piedra, se asemejaba a un gomerazo, pero no lo era, porque una vez que dijera la verdad, la misma quedaría a los pies de la directora.
Tenía miedo, claro que si. Pero era como el temor a la oscuridad, cuando mamá apagaba las luces de la habitación. A veces era tal, que deseaba llorar. Pero no podía hacerlo, porque debía ser fuerte, porque Tita tenía aún más miedo en ese mundo que de golpe se volvía negro. Y entonces, asustado y todo, estiraba la mano hacia la cama de su hermana y la cerraba con cariño sobre ese pequeño manojo de dedos, tiernos y cálidos, que instantáneamente, con ese contacto, dejaba de temblar.
No iba a ocultar el temor a una venganza de Raúl. Pero tampoco podía vivir con pánico, exponerse al enojo de sus padres y de la escuela, por culpa de un chico. Sus ojos estaban en su amigo. Veía lo mismo en Esteban, la misma sensación. No podían estirar sus manos y entrelazar los dedos, como hacía con su hermana en la oscuridad, pero la sensación era que lo estaban haciendo. Y entonces, de repente, sintió que ya no temblaba.
No le hizo perder más tiempo a la directora: le contó la verdad.

Una vez que llegaron sus padres, esperaron afuera en el pasillo por más de una hora. Entre los dos se turnaban por entretener a Tita, fastidiada por no estar en casa mirando los dibujos en la televisión. Además, pensó Esteban, que también tenía hambre, Tita aún estaba sin merendar.
- Si no hubiéramos vuelto por Tita, las cosas habrían salido mal, todo seguiría igual ¿te das cuenta? - mencionó Manuel.
- Si - dijo pensativo Esteban - ¿Negro, le harán algo a Raúl?
Mientras miraba a su hermana haciendo trompa con la boca, Manuel sonrió. Sinceramente, le
importaba poco lo que hicieran con Raúl. Lo que valoraba, era que Raúl no se iba a meter más con ellos. ¿Cómo lo sabía? En realidad sabía que no se lo iba a permitir. La vida es más que silencios donde no se dice nada y se guarda todo. Es valor para enfrentar la oscuridad y la verdad, que a veces, son la misma cosa.
- Puede que si, puede que no. Qué más da. Nosotros la tenemos a Tita - dijo riendo al mismo tiempo que tomaba a su hermanita de la cintura y la levantaba en el aire - ¿O no Tita? ¡Tenemos a Tita!
Los dos amigos estallaron en carcajadas en el pasillo y la infancia volvió a instalarse entre ellos, con la felicidad a cuesta, más allá de los golpes.

3 comentarios:

SIL dijo...

Qué pesado, qué inmenso, qué paralizante, puede resultar el peso del miedo sobre la espalda.
Cuando uno por fin se lo saca de encima, los riesgos son los mismos que antes, pero cuánto más liviana se vuelve la travesía, cierto...¿?


Abrazos mil


SIL

Norma Ruiz dijo...

la verdad nos libera del miedo¡
hermoso relato.
besos

Netomancia dijo...

Doña Sil, el miedo es la carga más inmensa que podamos soportar, incluso más pesada que el dolor. Muchas gracias! Saludos!

Doña Norma, muchas gracias. Si, y santo remedio! Muchas gracias! Saludos!