Entró al bazar con la intención de preguntar el precio de la preciosa taza que estaba en vidriera. Era ideal para su cocina, combinaba con el color de las paredes y el color de los muebles.
El hombre que atendía la miró por encima de sus anteojos. Ella con su vocecita, tan suave que a veces se hacía inaudible, le indicó lo que quería. Pero el comerciante le pidió que repitiera un poco más alto, porque no la escuchaba.
- La taza color café - dijo ella, en un esfuerzo dantesco de su garganta. Y así y todo, apenas si fue un murmullo.
Pero precavido, su interlocutor había puesto la mano detrás de la oreja, con la finalidad de atrapar el sonido y captarlo mejor. Por eso quizá es que sonrió y guiñándole el ojo le dio a entender que había comprendido.
Se retiró, no hacia la vidriera, sino hasta la otra punta del mostrador, desapareciendo por una abertura a la que le faltaba la puerta. La joven aguardó en su lugar, quieta, mirando tímidamente hacia un lado y otro, mientras los segundos pasaban.
Al rato volvió por la misma abertura, con una caja entre las manos. La apoyó sobre la madera lustrada y abrió la tapa. Todas hermosas tazas, pero ninguna color café. La joven hizo una mueca con la boca y movió el dedito índice de la mano derecha. Con el mismo dedo señaló hacia la vidriera y repitió:
- La taza color café.
El vendedor se encogió de hombros.
- Señorita, todas estas son tazas de café. ¿Quiere alguna en especial de la vidriera?
Al mismo tiempo quiso decir que si y que no, que quería una de la vidriera pero que no era una taza de café, sino de color café. La diferencia, en este caso, era abismal. Lo que le salió fue un si y un no, a la vez. Con gestos y palabras.
El hombre se acomodó los anteojos y la miró inclinando la cabeza.
- ¿Me está tomando el pelo?
La desesperaba no poder hacerse entender. Y lo que era peor, no se ponía furiosa, sino todo lo contrario, se angustiaba, le venían ganas de llorar y la garganta se le cerraba aún más. Tomó una taza y le dijo al señor que tenía delante:
- Quiero de otro color.
- ¿Le gusta esa taza?
- ¡No! - de todas maneras el grito pudo haber asustado a lo sumo a una hormiga. Lo que el comerciante entendió fue el brusco movimiento de cabeza yendo de un lado a otro.
- No la entiendo joven. Espere... - empezó a buscar papel y una lapicera. Cuando encontró los elementos, los puso encima del mostrador - Escriba lo que quiere - le dijo a la muchacha, con una sonrisa que le cruzaba toda la cara.
Aquello la entristecía más, pero al menos podía hacerse comprender. Con letra clara y delicada, escribió:
- Quiero la taza color café que está en vidriera.
El comerciante celebró batiendo las palmas. La felicidad era sincera. Le acarició el cabello a la joven, que por la edad bien podía ser su hija y fue hasta la vidriera. Al cabo de un rato volvió frunciendo el ceño.
- ¿Me la señala por favor? Quizá de afuera se ve mejor, pero desde aquí...
La chica la distinguió velozmente en una de las estanterías altas y entonces, poniéndose en punta de pies, la señaló de forma acusadora.
- Aquella.
El hombre se ajustó otra vez los anteojos y observó. Luego se los sacó y volvió a mirar. Se acercó a la estantería y con cuidado de no golpear nada (todo en un bazar es frágil) la tomó con una mano y se la mostró a la clienta de voz suave e inaudible.
- ¿Ésta, corazón? - le preguntó dudando.
- ¡Si! - dijo ella, afirmando con movimientos de su cabeza que iban arriba y abajo.
- Pero... la taza es verde. ¿La querés igual?
La muchacha lo miró sin decir nada, pero afirmó levemente. ¿Verde? Si tenía el mismo color del café que tomaba cada mañana. ¿El café no tiene color a café? ¿O existen café de colores diferentes?
El vendedor se la envolvió prolijamente y se la entregó con cuidado y una sonrisa. Ella pagó y recibió su vuelto. Se marchó feliz, con su taza. El hombre ya no volvió a decirle nada con respecto al color. Era tan jovencita, tan linda, le costaba hablar y hacerse oír, que comprendió que quizá nadie se atrevía a corregirle también los colores, y mucho menos decirle que era daltónica. Tampoco sería el quién se lo dijese. Se la veía tan feliz con su taza color café...
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 21 horas.
10 comentarios:
Pobre. Pero en la ignorancia está la felicidad. Cuantos de nosotros no viviremos felices amparados en este concepto. Es preferible seguir ignorando ciertas cosas.
http://idasueltas.blogspot.com/
Genial, Neto.
El texto mueve a la valoración suprema de las cosas que a la mayoría nos son dadas como un regalo, y en la vorágine, ni reparamos.
Podría ser una tragedia:
Prescindir de los colores.
Prescindir de las vocales...
y así.
Abrazo grande
SIL
Excelente el cuento y maravilloso el modo en como describís a los personajes,parecía estar viéndolos a los dos dialogando.Está para ser filmado este cuento,che.Como un acto para intercalar entre grandes o extensos programas de TV.
¿No habrá cineastas o videastas entre tus lectores?
Pobre niña, café o verde, encontró lo que buscaba.
En un momento pensé que tomaba mate cocido por café y de allí su confusión.
Saludos.
mariarosa
el cliente siempre tiene la razon. si hubiera sido un poco mas vivo el vendedor, le vendia una docena.
un abrazo
pancho
Qué delicioso relato. Me ha gustado porque yo me he sentido la muchacha tras la taza del color que le combinaba. Muy bien relatado.
Un abrazo
Me ha gustado el relato y me ha recordado a un alumno que en su primer curso pasaba el tiempo angustiado por no reconocer los colores. Había, con su corta edad, ideado la manera de distinguirlos dentro de su caja, colocándolos todos por orden y aprendiéndose los nombres de cada color aunque no los reconociera bien, así que cada vez que por algún despiste, o cuando un compañero le pedía uno y después se le descolocaban, el pobre niño llegaba a unos momentos increíbles de ansiedad. Hizo falta mucha paciencia para tranquilizarlo en aquel curso, pero al final lo conseguimos.
No soy médico y seguramente estaré equivocada, pero tenía entendido que el daltonismo se presentaba en las mujeres en genes recesivos y solamente unido a los "Y" de los varones podía ser dominante y manifestarse, por lo que la mujer sólo sería portadora. Será cuestión de informarme mejor y profundizar en este punto.
Me ha gustado mucho el relato; es como si uno estuviera presente y viendo lo que ocurría en el bazar.
Biquiños.
Carmen.
Con qué ternura y detalle has escrito este hermoso relato. Me has hecho compenetrar de tal manera que faltó que intentara ayudarla a hacerse entender.
Por un momento también creí que tomaba mate cocido y en su casa le decían "café".
Como anécdota -y verdadera-, conocí a un pintor que era daltónico. ¡Qué ironía, no? Quienes no lo sabían, miraban sus cuadros pensando que había pintado de cualquier color por algún "simbolismo"...
Me encantó tu historia... Un beso grande!!!
Está bien el relato. Sobre todo porque al final pude soltar el aire...al leer la confusión con los colores. Por un momento pensé que estaba siendo engañada o envenenada lentamente con algún extraño brebaje, ja!
Besos!
Don Camilo, a veces ignorar es ser feliz, no tengo dudas de ello. Un abrazo.
Doña Sil, muchas cosas están de más. Se podría prescindir de tanto... Saludos!
Don Felipe, lo tenemos a Dieguito en Madrid que anda tras esos pasos! Un abrazo!
Doña Mariarosa, siempre se encuentra, por más que no sea lo que otros quieran. Saludos!
Don Panchuss, es que el vendedor en el fondo era un tierno, ja. Saludos!
Doña Beatriz, es bueno saberlo, es un personaje que me gustó describir. Saludos!
Doña Carmen, vaya anécdota la que cuenta. Debe ser difícil adaptarse a un mundo que parece natural para uno y sin embargo, otros le dicen que no es así. Las mujeres daltónicas son muy pocas, por eso es que quise que sea una mujer la protagonista. Saludos!
Doña Diana, no importa el nombre que le demos a los colores, sino el sentimiento que pongamos al usarlos. Saludos!
Doña Tinta, usted se esperaba algún muerto ja, pero no, vino tiernito el relato esta vez. Saludos!
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