Los baguales corrían en torno de él. Su hombría era tal que los desafiaba con la mirada. Tarde o temprano el desafío daría paso al ataque. Las bestias se arremolinaban de un lado a otro, esperando el momento. Su única arma era estar atento, esperar el primer ataque y combatirlos uno a uno, como le había enseñado su padre, allá lejos en el tiempo, en la estepa de sus primeros años.
Hasta la brisa árida lo hacía confundir con aquel pasado de hambre y duras raíces, donde las bestias eran un alimento que pocas veces llevaban a sus barrigas. Pero cuando aparecía una...
Las miradas eran de furia, podía ver cómo se tensaban los músculos de los cuellos en los animales, mientras sus patas se aferraban con fuerza al suelo, aún aguardando, aún midiendo el momento. Pero también sus ojos escupían el fuego de la batalla, ardiendo en llamas, haciendo que el encono salvaje se mantuviera aún distante.
Su corazón era un tambor de latido parejo. Era el clamor de la supervivencia, el sonido que su padre le había transmitido. La calma, la serenidad, la concentración. Pum Pum Pum. El fuego en la noche, en cualquier paraje de aquel desierto eterno. Su voz. Sus enseñanzas. Y él escuchando, prestando atención.
Porque papá sabía que algún día la tierra sería suya y de nadie más. Y entonces, tendría que sobrevivir. El mundo no era para débiles. Solo la hombría le permitiría llegar a su destino. Papá era consciente de otra cosa. Tendría que llegar solo.
Aún la vista lo traicionaba y solía empañarse al recordar el lecho seco donde lo dejó, bajo un manto de piedras, desprendiendo los primeros hedores de la muerte. Por eso, se quitó la imagen de la mente. Para sobrevivir debía tener todos los sentidos en las bestias. Para seguir, debía dejar el ayer. Su padre lo sabía bien.
El niño hombre escuchó el primer galope en su dirección y apretó los dientes. Sus manos se abrieron como le habían enseñado y esperaron el momento de la estocada. Y cuando la suerte parecía echada, la diferencia entre la vida y la muerte radicaba en su velocidad para girar, dejar pasar de largo y casi al mismo instante, asir la cabeza del oponente y hacerla crugir con un solo golpe, para verlo luego caer cuán largo era, a uno o dos metros de él.
Pero no había alegría ni grito de victoria. Porque la manada arremetía, primero uno, después otro. Y bajo el sol, su larga sombra se transformaba en una danza mortal, bailando sobre la cuerda entre vivir y morir, casi sin respiro.
Sus pies descalzos patinaban sobre la sangre, pero se mantenían firmes. Jamás se dejaría caer, nunca en nombre de su padre. Y lucharía hasta el fin, en aquel lugar y donde fuera, cómo había aprendido. Porque así estaba escrito, porque así lo decía la leyenda. Su padre lo sabía y ahora de él dependía convertirla en realidad.
Hacia el alba ya no quedaban bestias en la llanura. Comió la carne magra que pudo rescatar y siguió su camino, sin siquiera descansar.
Un niño llegaría solo desde el desierto y traería la libertad sobre la tiranía del imperio. La mayoría ya había abandonado la espera, pero unos pocos seguían mirando por encima de sus hombros en dirección al horizonte, anhelando el día que llorarían de felicidad, ya sin el látigo que imprimía marcas de fuego en sus espaldas.
Y porque algunos creían, el niño hombre no se iba a rendir. Se lo había prometido a su moribundo padre durante aquel amanecer en el que se fue. Por eso seguía avanzando, sin temor a morir, porque sabía que había otros esperando, que ya estaban muertos desde hacía tiempo y sin embargo, aún cobijaban el último gran tesoro de la humanidad, que solían pronunciar en silencio y en una sola palabra: esperanza.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 19 horas.
10 comentarios:
El tipo de historia que me hace sentir hinchado el corazón y me mueve a escribir.
Gracias Neto, muy buena.
muy bueno neto!
un cuento cargado de heroismo que podria situarse en cualquier lugar.
al terminar de leerlo me quede pensando sobre las leyendas de los elegidos y su verdadera intencion. El niño hombre podria haber muerto, o no, no se sabe, pero la fe y la confianza que le infundaron esa leyenda son las armas mas importantes que tiene para luchar.
un abrazo
panchuss
Está muy bueno el texto.
A veces pienso que- cada uno creyendo en lo que cree- la esperanza mantiene viva a la humanidad.
El mundo no es para los débiles... ;)
Abrazo gigante
SIL
Siempre ha sido duro el mundo y siempre hubo quienes salieron a discutir palmo a palmo la ofensa de la muerte.
Tan duro como esperanzador, Neto.
Abrazo
el valor de una promesa nos lleva hasta a veces ni siquiera imaginamos.
muy bueno Neto!.
un besote
Muy buena historia. La última frase es profunda pero precisa.
http://idasueltas.blogspot.com/
Don Flagg, que lindas palabras. Le agradezco. Un abrazo!
Don Panchuss, sabe que si, creo que es así. Que es la historia lo que mueve las montañas, lo que hace posible que se convierta en realidad. Muchas gracias! Saludos!
Doña Sil, en todo caso, no apto para débiles ja. Lindo lo que dice de la esperanza, me sumo. Muchas gracias! Saludos!
Doña Sonia, bien dicho, es la promera contra el mundo y las adversidades. Muchas Gracias! Saludos!
Don Camilo, gracias como siempre. La última frase nos revela la fuerza de todo lo anterior. Un abrazo.
¡Sublime!
Ya la estoy dibujando.
Grande Felipe! Ya pude ver la página inicial y es FANTÁSTICA!!! Un abrazo!!!
Bella historia que aúna dos de las virtudes mas estimadas y de lo más útil en la época que vivimos: la esperanza y la fidelidad a una promesa. Me encantó que no estuviera atada a lugar o tiempo, eso la convierte en épica!
Besos!!!
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