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23 de febrero de 2011

Poncho del futuro

Gustaba cada noche de beber una taza de café caliente mientras revisaba por última vez el correo electrónico antes de irse a acostar. Su mujer lo regañaba por ese momento a solas delante de la computadora a altas horas, principalmente porque se pasaba allí varias horas al día, en parte porque su trabajo así lo requería.
Sin embargo el ritual era impostergable. Su taza con el rostro de Patoruzú dejaba escapar el olor irresistible del café, apoyada cerca del teclado. Sin mirarla, la tomaba con la mano izquierda y se la llevaba a la boca lentamente, mientras su vista se dedicaba a leer los asuntos de los correos, para descartar aquellos que podían leerse sin prisa al día siguiente.
Desde la sala donde tenía la máquina podía oír los quejidos de su mujer, provenientes desde la habitación. Pero aquello no lo perturbaba. Tampoco se apuraba, empleando el tiempo necesario para cada lectura, como para cada sorbo de café.
Su atención quedó de pronto totalmente absorbida por uno de los correos, a tal punto de quemarse con lo que estaba bebiendo, además de mancharse la camisa con las gotas que debido a ese accidente, le cayeron encima. Maldijo en voz baja, pero sin quitar los ojos de la pantalla.
Clickeó con el mouse en correo, cuyo asunto era: "Poncho, por favor, leélo antes del jueves". Mientras el mensaje se cargaba en la página del navegador intentó recordar hacía cuánto tiempo nadie le decía "Poncho". Aquel era el sobrenombre que en la secundaria le habían puesto un par de amigos y que le había durado hasta que finalizó la misma, para luego partir con rumbo a una ciudad más grande y enrolarse en la universidad.
"Poncho", vaya recuerdo. Uno de los que le había dado ese sobrenombre era el "Negro" Pereyra. Gran valor. Petisito, rápido, era el que todos querían en su equipo cuando había un picadito de fútbol. Pobre "Negro", que manera boluda de morirse. Se le derrumbó el techo una noche de tormenta fuerte y no pudo contar el cuento.
El otro era el "gringo" Di Marco. Le decían así porque a su padre lo llamaban igual. Unica herencia del viejo, que se mandó a mudar cuando cursaban cuarto año, luego de estafar a un banco del pueblo. Abandonó antes de empezar el último año para ir a laburar al campo. Nadie de la barra lo volvió a ver.
La conexión a internet estaba lenta. El correo seguía cargando. Bebió otro poco de café, cuidando de no volverse a manchar. Desde la habitación la voz de su mujer preguntó nuevamente si le faltaba mucho. Contestó con un "ya voy" sin mucha convicción. Los pies subían y bajaban, como si estuviera siguiendo el ritmo de una canción. Seguía pensando quién podía, veinte años después, mandarle un correo electrónico con un apodo que ni siquiera su esposa debía saber que alguna vez había tenido.
Al fin abrió. El correo, para su sorpresa, estaba enviado desde su misma casilla y decía: "Poncho, el que te escribe sos vos mismo, pero desde el futuro. Si, ya se, te vas a creer que esto es una broma de alguno de la oficina central. Por eso te llamo por ese sobrenombre que solo nosotros conocemos. Nosotros y gente con la que hemos perdido el contacto a lo largo de estos años".
Abrió los ojos bien grande, incrédulo y siguió leyendo:
"Soy yo, es decir, sos vos. Este correo te debería estar llegando el 23 de febrero. Creo recordar que por esta época, revisaba el e-mail bastante seguido y claro, como olvidar, los enfados de Catalina. Pero algo ha sucedido y es terrible. Poncho, el pasado cambió. Si, cambió. No me pidas que te explique, solo necesito que me leas atentamente: Si hoy es 23, mañana jueves te vas a matar en un accidente de tránsito. Si, suena inverosímil, sobre todo porque en esta época estás siempre en casa, tras la operación de la cadera. Y más extraño aún porque te estarás preguntando cómo es posible que si mañana vas a morir, te esté escribiendo. Bien, es lo que te he dicho antes. El pasado cambió y si el 24 no evitas la muerte, este frágil presente en el que me sostengo, desaparecerá tan rápido como a ti (o a los dos en realidad) nos suceda el siniestro."
Se detuvo. Tenía los brazos con el vello erizado. Se llevó la taza a la boca, pero la encontró vacía. La volvió a apoyar junto al teclado. Observó otra vez la dirección de mail. Debía ser una broma, alguien que le descubrió la clave y envió ese correo. Sin embargo no podría haber fraguado la fecha ¿o si? Ese texto, según la fecha que indicaba en pantalla, había sido enviado el 18 de julio de 2032.
Solo quedaban unas pocas líneas: "Debes evitar cualquier viaje por más urgente que sea. Quédate en casa el jueves. Tienes que engañar al pasado. Tú puedes hacerlo y de esa forma, nos salvarás dos veces. Poncho, creéme. Y por nada en el mundo consideres este correo como una broma. Pues no lo es y muy en el fondo, lo sabes".
En la última línea, firmando las oraciones que había leído, estaba su nombre. Aquello era inaúdito. Cómo no pensar en ese mensaje como una broma. ¿Quién había sido? ¿Julián? No, demasiado inepto para algo así. ¿Oscar? Si, podría, pero desconoce como encender una computadora. ¿Elvio? Si, él podía ser. Siempre husmeando donde no debe... Pero era sencillamente imposible. Hacía un mes, desde la operación, que no iba a la oficina. Había cambiado la contraseña estando en casa, en plena recuperación. Entonces... ¿era real lo que tenía delante de los ojos?
Sintió un vacío en su estómago, como una fea premonición. Si se trataba todo de un chiste, no le había gustado. Era tarde para llamar a sus colegas, pero estaba atento a hacerlo. Consultó la hora: pasada la medianoche. Podía escuchar aún los quejidos de su esposa. ¡Ya voy Catalina, deja de quejarte! bramó alterado.
Le era difícil aceptar que esos párrafos podían haber sido escritos por él mismo veinte años en el futuro. En realidad, le parecía algo tan imposible como sobrenatural. Pensó en borrar el correo y dejar el asunto en el olvido. ¿Pero cómo hacerlo? Además de aterrado, se sentía molesto. No entendía cómo podía ser real, cómo encajar en su mundo ordenado tremendo desajuste temporal. ¿Y su muerte? No, no podía ser, de ninguna manera. Al menos tenía cinco meses más de rehabilitación antes de ponerse detrás de un volante de automóvil.
Ofuscado, fue a "inicio" y apagó el equipo. Se quedó escuchando como el sonido del ventilador interno que refrigeraba el procesador de su computadora se detenía, devolviéndole a la habitación un silencio mucho más amplio y sobrecogedor.
Llevó la taza hasta la cocina y la dejó para lavarla por la mañana. Su mujer ya no le hablaba ni tampoco se quejaba. Desde el cuarto no llegaba ningún sonido. Dormida, seguramente, pensó. Cuando cruzó la puerta hacia el dormitorio, se quedó congelado. Catalina estaba casi colgando de la cama, los ojos desorbitados y la cabeza apuntando hacia el suelo, con baba cayendo de la boca.
Lo primero que pensó es que estaba muerta, pero vio su pecho subir y bajar y supo entonces que estaba respirando. Un ataque, un ataque, decía su mente a toda velocidad. Su esposa había tenido un ataque. Con dolor, corrió hacia el teléfono. Marcó el número de emergencias. Tono de ocupado. Volvió a probar, con el mismo resultado. Intentó con la policía y sucedió lo mismo. ¡Malditas líneas telefónicas! gritó mientras dejaba caer el teléfono.
Volvió a la habitación y a pesar del post operatorio y todo los consejos sobre no levantar pesos, se acercó a su mujer y tras pasarle los brazos por debajo del cuerpo, la levantó con todas sus fuerzas. Le costó afirmarse, pero una vez que lo hizo, atravesó el pasillo hasta la puerta que daba al garage. Allí estaba su vehículo, disfrutando las vacaciones obligadas ante el reposo recetado a su dueño.
Abrió la puerta de los asientos traseros y acomodó a su mujer a lo largo. Activó la apertura electrónica del portón a la calle y se metió al coche. ¡Vamos! ¡Vamos! le gritaba al mecanismo, que con pereza elevaba la barrera que lo separaba con el mundo exterior. Cuando pudo hacerlo, encendió el vehículo y salió marcha atrás, a gran velocidad.
El hospital de emergencias quedaba a quince cuadras. Cruzó el primer semáforo en rojo. A la mierda las reglas de tránsito, sentenció. La pantalla de a bordo indicaba la velocidad. Excesiva para la ciudad, lo sabía. En letras y números verdes, la misma pantalla brindaba además otros datos. Por ejemplo, que eran las 00:24 del 24 de febrero. De golpe, mientras superaba a un camión de reparto en una calle demasiado angosta, recordó palabra por palabra el correo electrónico y la manera en que había descartado la posibilidad de estar conduciendo. Y sin embargo, allí estaba, haciéndolo, de la manera más desesperada e imprudente, como nunca antes jamás en su vida.
Por el espejo retrovisor vio que su mujer estaba teniendo una nueva convulsión. Una lágrima le rodó por la mejilla. En su mente volvió a leer aquella advertencia del futuro. No lo dudó. No podía hacerlo. Aceleró a fondo y cortó camino por la avenida.

7 comentarios:

SIL dijo...

Termino de poner punto final a un relato de temática idéntica...con otros ribetes OOOOOBVIAMENTE.
Me sorprendió la casualidad en elegir este tema de jugar con el futuro.


Hermano, cada relato supera al otro. El nivel de angustia del protagonista se transmite al lector en forma inmediata, Ud logra su cometido, Ud es un maravilloso escritor.
Los textos no sólo se leen, sino que se VEN- así como los de Paloma se OYEN-
Eso es superar la barrera de la narrativa e involucrar otros sentidos. No es poco mérito, che.

No mucho más por decir, he redundado.


Un abrazo muy grande.

SIL

Con tinta violeta dijo...

Impresionante el relato, Neto...transmite lo inesperado, la urgencia, la generosidad de pensar en la esposa por encima de lo que pueda suceder con uno mismo...uf, y el juego con el futuro. He disfrutado un rato.
Besos!!!

Con tinta violeta dijo...

Y gracias a Doña Sil por su comentario sobre mis textos. Le puede el cariño Señora del Sur...
Besos también para vos!

SIL dijo...

Puede que el cariño me pueda,
pero la objetividad no suele abandonarme.

:)

Cambio y fuera.

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias! En relación a se VEN y se OYEN, quizá haya sorpresa pronto, si encuentro el tiempo. Saludos!!

Doña Tinta, muchas gracias. Lo que más rescato del cuento es el final, abierto como pocos de los que he escrito. Saludos!!

mariarosa dijo...

Interesante historia, el mensaje del futuro, el ataque de su esposa y él que sabe su final...y sigue, terrible y muy bien escrito.

Un beso.

mariarosa

Carla Kowalski dijo...

Final abierto. Como decis en el comentario. Te quedas pensando en que pasara. Te quedas pensando en que prefiere la vida de su mujer a la suya...
Excelente relato Neto.
Va cambiando de tenor mientras crecen las lineas.