Una sucesión de extrañas muertes movilizó hace unos años a los investigadores más reconocidos del país.
Tras varias semanas se pudo corroborar que las mismas estaban conectadas. Todos ellos hombres, habían perecido en calles céntricas de la ciudad, desvaneciéndose repentinamente sin síntomas previos o pedido de ayuda alguno.
Pocas coincidencias servían de asidero a los encargados de la investigación, pero había una que fue decisiva y sin embargo, en primera instancia, parecía un detalle menor.
Cada uno de los hombres fallecidos en esas circunstancias, sostenían en sus manos un pañuelo.
Las conjeturas iniciales querían explicar algún posible resfrío que éstos tuvieran o bien, alguna enfermedad que hiciera necesaria la utilización de un pañuelo, ya sea para contener la tos o limpiarse la nariz.
Los pañuelos eran distintos y puede que esa excusa haya desorientado a los investigadores o bien, impedido que hubiesen atado cabos en un principio.
Cuando este elemento pasó a ser considerado de importancia en el caso (que a esa altura era uno solo, dado que se decidió que algo en común conectaba cada muerte) procedieron a ser analizados.
Un rastro de un químico que no podían precisar, se repitió en cada uno de ellos. Se puso en alerta a las fuerzas policiales, de todos modos nadie sabía que buscar.
Las muertes se prolongaron durante varios meses y de repente cesaron, tan abruptamente como habían comenzado.
Este hecho fue muy comentado entonces y los medios, al no registrarse más muertes, lo olvidaron, como hacen con todo aquello que deja de ser posibilidad de venta.
Sin embargo volvió a mi mente hace unos días y aunque vagamente recordaba, recurrí a los archivos de la hemeroteca de la ciudad para saber más del caso.
La caja de pañuelos que por casualidad encontré bajo un piso falso en el armario donde mi mujer guarda sus zapatos, despertó mi interés.
El hecho que ella sea una respetada química en una fábrica de perfumes, reforzaba una de las teorías por entonces existentes, que mencionaba la posibilidad de que el asesino fuese una mujer, que dejaba caer el pañuelo impregnado en alguna esencia perfumada mezclada con algún veneno líquido.
El destino de aquel acto, era un asesinato al azar, pero con seguridad, algún hombre que veía caer el pañuelo y lo recogía con el fin de devolverlo, pero con ese último acto reflejo de oler el perfume como detonante de su muerte.
Por supuesto, pensar eso de mi mujer podía considerarse como poco serio de parte de uno, pero teniendo en cuenta su carácter reservado en los últimos tiempos, la forma en la que perdió la jovialidad de antaño, su manera distante de tratarme, el odio creciente en sus comentarios a lo largo de los años sobre los hombres, me hacían sospechar.
Decidí hace dos noches encarar la conversación durante la cena. Fui directo, mencioné que había encontrada la caja de pañuelos.
Ella no levantó la vista del plato, si bien el cuchillo dejó de cortar el pollo durante un segundo. Comió el bocado, mientras el silencio reinaba en la cocina, quebrado por el sonido imperceptible del televisor, encendido en la habitación contigua.
Tras un minuto, sin mirarme, escupió unas pocas palabras:
- Supongo que irás a la policía.
Debo confesar que tan escueta pero más que suficiente declaración, me tomó por sorpresa. Atiné a decir que "no", pero en forma tímida y atolondrada, como un niño que no sabe que contestarle a su padre, cuando éste lo encuentra en un aprieto.
La cena prosiguió, aunque cada fibra de mi ser sintió como la tensión se apoderó del lugar y las fricciones de los cubiertos de ella sobre el plato hacían chirriar la porcelana.
Al despertar, en la mañana, ella ya no estaba. Tampoco sus pertenencias. Sobre la cabecera de su lado de la cama, había dejado un pañuelo.
Lo examiné desde mi lado, en silencio. Me contuve, tuve la necesidad de estirar mi mano, pero no lo hice. Tampoco fui a la policía.
Jamás sabré si el pañuelo también estaba envenenado. Lo arrojé a la basura envuelto en las sábanas. Tampoco conoceré los motivos. Se fue, desapareció. A media mañana llamaron del trabajo, no había ido. Colgué, no sabía que decir. No lo se aún.
El mundo se ha vuelto una incógnita enorme y todo lo que creía saber, ahora es un mar de dudas. Naufrago en gigantesco espejo de agua con melancolía, sin saber siquiera si tengo que considerarme un afortunado por seguir apreciando el celeste del cielo o si deberé esperar tarde o temprano, toparme con otro pañuelo en alguna de las calles de mis días.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 18 horas.
6 comentarios:
Me gustan los cuentos con finales como éste...
Le deseo que siga teniendo tanta suerte, tal y como están las cosas. Mientras la policía no se presente en su casa a detenerle por la desaparición de su mujer (ya que en el trabajo pueden dar aviso...y...), bien vamos...
Muy bueno, ché, Vd como el vino de rioja, ese de mas arriba donde ha salido publicado, mejora con los años...
Besos!!!
Oh, aclaro, le deseo suerte al protagonista del relato...al autor no hace falta...tal y como escribe, este año todo le va "de cara", ja.
¡¡¡Y que siga la racha!!!!
Durmiendo con el enemigo, Netito.
Hay mujeres veneno,
mujeres fatal !!
Ella anda suelta.
Y él lo sabe.
Da para una segunda parte, che.
Abrazo gigante
SIL
Doña Tinta, menos vino de La Rioja y más fe para el protagonista! Jaja. Gracias, estoy de racha, es cierto. Saludos!
Doña Sil, ud dice? La parte en la ella... y después... y sangre por todas partes? Eso dice ud? Bueno, veremos ja. Gracias! Saludos!
Yo intuyo,no creo ni se, sólo intuyo...que habrá una continuación.
Y ella...le deja el pañuelo para decirle que lo tiene en sus manos, que la vida y la muerte del marido están en sus manos. Le deja el pañuelo sabiendo que él sabe que contienen algo tóxico y lógicamente no lo olerá ni tocará. Ella pudo colocárselo en la cara, dormido, no habría tenido posibilidad alguna.
Y sigue, como dijo Sil: "ella anda suelta".
Mucha presión Felipe, voy a tener que continuarlo, jaja. Veremos, veremos. Un abrazo!
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