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7 de septiembre de 2024

Freddie y el futuro

Cuando interactué por primera vez con una IA avanzada, en un chat, me sorprendí. Durante días me asombraba más y más, hasta que, como con todo lo nuevo, se va haciendo habitual, vas viendo que es apenas una potencial idea de lo que se avecina, pero el contacto dejó de ser fluido y el shock inicial se transformó en una realidad tangente, una herramienta, tan solo eso. ¿Reemplazarnos? Puede que sí, según lo que uno haga, con el tiempo. En dos años la cantidad de aplicaciones con IA se transformó en un manantial que emana día a día cientos de nuevas opciones. Un infinito continuo, que no sabemos hasta dónde puede llegar. Hace poco, comencé a jugar con mi hija con apps que crean música. Crean robando de miles de bases de datos, aún, como en las imágenes, no son capaces de crear de la nada (¿acaso eso existe? ¿acaso cuando escribo no parto de mis experiencias, de mis lecturas, de las obras de otros que han escrito sus historias?) y los resultados son increíbles y divertidos. No buscamos más que eso, reírnos. Pero hace un instante, casi accidentalmente, me topé una canción imposible, que alguien creó, usando IA. La voz de Freddie Mercury cantando a dúo con Adele esa poderosa canción llamada Set fire to the rain. Y entonces, tan en shock como en aquella primera experiencia a fines de 2022 con el chatgpt, me quedé pensando en qué es el arte. ¿No es algo que emociona, que te transporta, que te eriza la piel, que te hace reflexionar sobre millones de cosas y sobre la nada al mismo tiempo? Porque eso, eso mismo, además de nostalgia, tristeza, esperanza, y el dolor de pensar en lo que significa la muerte de un artista, lo que no podrá crear ni hacer, y partiendo de allí, a la muerte cercana de alguien querido, de esas cosas que nunca se dirán, de esas situaciones que jamás compartiremos, sean cuáles fueran... imposibles. Escuchar la voz de Freddie entonando las oraciones de una canción con tanta fuerza, secundado por esa voz maravillosa de Adele, me emocionó. ¿Entonces, estoy escuchando algo artístico? ¿O es un simple engaño? ¿Es el arte un engaño? ¿O son barreras que debemos romper y adaptarnos, entender que el arte puede ser también un algoritmo que no siente, que no tiene alma, que solo hace lo que le programan, con resultados, a veces, sobrenaturales? Freddie no está, hace años que es polvo en el polvo, y sin embargo, está en sus canciones, en sus letras, en las experiencias que cuentan otros de él, de lo que uno lee, de lo que uno ve en documentales, recitales y hasta películas. Y sin embargo, ahí está, milagrosamente vivo en esa canción, tantos años después. ¿Es, la IA, un milagro? ¿Una forma de inmortalidad? Quién quiere vivir para siempre, cantaba (y canta cada vez que lo escuchamos) Freddie a mediados de los ochenta. Es algo imposible, físicamente. Y siempre decimos, que los artistas a través de su obra, lo son. Pero esperen, permítanme detenerme aquí. Porque el nacido como Freddie Bulsara Larry Lurex jamás supo de la existencia de una tal Adele, y mucho menos, supo de una canción llamada Set fire to the rain donde la letra es tan dolorosa como potente es la voz de ambos, sonando una y otra vez en mis auriculares mientras no puedo, no quiero, no me permito, dejar de pensar en todo eso, porque si alguien que hace rato nos abandonó en el plano real ahora, en el plano virtual es capaz de seguir emocionándome, cómo puedo descartar la idea de la inmortalidad, de seguir aquí de alguna manera sin estarlo, de ver en la IA una forma de seguir cerca de quiénes amamos, de quiénes nos extrañarán, de poder lograr algo así como un diálogo, una charla, entonar una canción juntos, hacer qué, al menos sobre el rostro de los que quedan, caiga una lágrima, de emoción, de añoranza, de esperanza, sabiendo que es un engaño pero es algo. No sé cuánto avanzará la ciencia y la tecnología en lo que me resta de vida. Sé hasta donde ha llegado. Y si un algoritmo me emocionó, por qué no soñar con seguir acompañando a los que queremos. Por más, que no lo sepamos. Si, parece una historia de ciencia ficción. Pude haber encarado un cuento de ciencia ficción con este pensamiento, pero prefiero un texto repleto de incertidumbre, de temor y al mismo tiempo, de una sensación extraña, de haber llegado ante el umbral del futuro. ¿Qué no daría por hablar con mi viejo, escuchar a mi abuelo contándome algo gracioso, ayudar a mi abuela con un crucigrama, qué no daría por preguntarle a los que ya no están, aunque sepa que siguen faltando pero que de alguna manera, sus recuerdos, su voz, su lo que sea, permanece en una IA... qué no daría por esos momentos extras, irreales, de lo más insensato y doloroso que uno pueda imaginar, propio de una película de ciencia ficción que seguramente terminará mal... I can't help myself from looking for you resuena en mis oídos, en dos voces que se desgarran, en un engaño de una IA. Pero dicen lo que quiero oír, porque no puedo evitar buscar a los que no están y siento, entiendo, que me gustaría, que el día que falte, exista alguna manera de seguir allí, de que buscarme no sea un irreal, un imposible, porque el miedo a morir no se compara al miedo de ser olvidado. Quiero estar, quiero permanecer. Quiero volver a cantar con mi hija, decirle cuánto la quiero, lo que la extraño cuando no la veo. Quiero estar cerca de los que no puedo estar cerca. Quiero dejar de emocionarme por una canción que Freddie no cantó, pero me cuesta, porque escucho su voz, entiendo el engaño, pero no lo comprendo, como al universo, como al hecho de que existimos y no sabemos aún el por qué. La noche se apodera de los imposibles, hace que los miedos susurren cerca del oído, que todo se convierta en un objeto frágil. Es el cansancio del día, del paso de los años, del tiempo. Es saber que nada es eterno, que la vida es efímera y que a veces no valoramos todo lo hermoso que tenemos, que nunca tendremos la posibilidad de disfrutarlo. Y en estos tiempos aciagos, convertidos en esclavos de las responsabilidades, prisioneros de una realidad compleja, rodeados de una falta de empatía total, pensar es un esfuerzo gigantesco. Es tarde. Aunque no tanto. El futuro es lo que llega al segundo siguiente. Le tememos. Pero quizá, quiero soñar, sea ese lugar donde seremos felices por siempre. Porque, Freddie me lo demuestra cantando... no hay imposibles.

6 de mayo de 2024

La muñeca


Nos mudamos varias veces a lo largo de mi infancia y adolescencia, pero no fue hasta esa ocasión en la que nos íbamos a casa de la abuela, tras la muerte de papá, que vino a mi cabeza la muñeca.
¿Qué muñeca? preguntó mamá, mientras trataba de hacer espacio en las maletas donde iría su ropa. Se la volví a describir según me lo permitían las pocas imágenes que venían a mi mente. Cabello rubio, ojos celestes... o café, no podía estar seguro, vestido verde o un rosa desgastado, sin zapatitos, aunque recordaba algo blanco que podían ser medias... ¡un lazo rojo en la cabeza! O no. Quizá no había ningún lazo. O algo rojo, pero no un lazo. Trataba de reunir sin éxito las piezas de un rompecabezas que llegaba desde alguna parte del pasado, casi a los tumbos como el andar de un borracho por las calles desoladas de la ciudad.
Ella negaba con la cabeza, mientras metía zapatos en cajas de cartón. Insistí. Ella se detuvo y me miró: "Para qué ibas a tener vos, una muñeca, Enrique". Y era cierto, era hijo único y papá había sido un tipo rudo, malhumorado, cuyo único sueño para conmigo había sido que saliera futbolista. Pero el fútbol nunca había sido lo mío. Y el cariño, nunca lo suyo.
Suspiré. ¿Por qué venía ahora a mi cabeza esa inquietud? De repente recordé algo más. Estaba en el sótano de aquella casa cerca del río, dije en voz alta. Y mamá, que parecía estar absorta en otras cosas más relevantes, entonces se detuvo.
Vi en sus ojos los ojos de papá cuando me llamaba la atención. Vi dos dagas que clamaban silencio. Vi entonces más allá del velo del olvido. 
Me costó tragar. El aire se espesó como en una pesadilla, pero despierto. Mi cuerpo sintió el ardor de la fiebre, del malestar... de la comprensión.
Tu papá, me dijo, era un hombre enfermo. Y ya está, ya se fue. Dejá esa muñeca dormir en paz. Y lo hice. Ahora, desde aquella conversación, el que no duerme soy yo.

13 de abril de 2024

Ahora solo hay palomas (audio cuento)

 



 

Ahora solo hay palomas, en formato audio cuento.

3 de abril de 2024

La derrota de los escritores fugaces (audio)



La derrota de los escritores fugaces, cuento corto de Ernesto Parrilla publicado en 2017 en el blog Netomancia.

Este relato obtuvo en 2018 el 1er Premio en el Concurso Provincial de Cuentos organizado por la Municipalidad de Villa Constitución a través de la Dirección de Cultura, y publicado en la 19° Antología de Poetas y Narradores, el mismo año. La música que acompaña la lectura es Forgotten Tears de Magnus Ringblom.



26 de marzo de 2024

23 de marzo de 2024

El encanto de las serpientes (audio)


El sitio cumple años y para celebrar, leeremos algunos cuentos y los publicaremos en formato de audio. También estará en formato podcast en algunas plataformas dedicadas a tal fin.
El encanto de las serpientes se publicó en el blog originalmente en 2011. ¡Dejen sus opiniones en los comentarios!

21 de marzo de 2024

Lectura recomendada: El árabe del futuro, de Riad Sattouf

Recomendación: El árabe del futuro, de Riad Sattouf  (novela gráfica autoficcional)

Son más de 1000 páginas en seis tomos que se leen en un instante. O es la sensación que deja la lectura (voraz) de El árabe del futuro de Riad Sattouf, plácida y amena, a veces divertida, más allá que haya momentos sumamente dramáticos. 
Es difícil despegarse de esas páginas hipnóticas, dibujadas con una bella sencillez y al mismo tiempo, tan bien logradas, apoyándose en guiones formidables, que hacen que lo que se está contando sea más que un "la vida de...", sino una historia que sentimos en todo momento cercana a pesar de que nos separan un océano y dos culturas.
¿De qué trata?
Cada tomo narra una etapa del niño Riad Sattouf (si, es la vida del autor del libro). El primero nos muestra a Riad muy pequeño partiendo con su familia (mamá Clementine, francesa y papá Abdel, sirio) para instalarse en Libia, a principios de los años 80. Así inicia esta reconstrucción, siempre narrada desde el punto de vista del autor, de sus recuerdos y de ese cruce con el presente creativo, que transforma artísticamente ese pasado distante para convertirlo en un testimonio gráfico desde una nueva perspectiva.
Libia primero, Siria después, con viajes a la Francia de su madre, el revoloteo continuo de lo religioso, las creencias,el fanatismo, las familias y los tratos según la cultura, la política, lo bélico, lo corrupto, lo social, la educación, irán delineando la historia en la medida que Riad va creciendo y comprendiendo diversas cuestiones (y no siempre, porque sus miedos son enormes y no se limitan a la niñez), siendo una constante como eje central la relación con su padre.
Esto merece un párrafo aparte, porque los seis tomos están atravesados por lo que sucede en el seno familiar, sin embargo, la relación Riad - Abdel es la que mayor énfasis tiene en la historia. Riad además de crecer en lo personal, verá crecer a su familia. Hermanos, pero también abuela, primos y tíos árabes, en tanto que en Francia tiene a sus abuelos, que el paso de los años irá modificando. Y cada uno de ellos tiene una relación particular con Abdel, un sirio formado como doctor en París que sueña con ser alguien importante en su país y que en ese anhelo, arrastra a sus seres queridos.
Riad irá creciendo, sumando nuevos miedos, nuevas incertidumbres. El deseo de ser dibujante contrastado con el de su padre de verlo convertido en un doctor. Porque en la visión de su padre es sirio, es árabe, y el árabe del futuro será un ser distinto, formado, capaz, inteligente. 
Y pasarán cosas. Vaya que pasarán. Y Riad se convertirá en un autor de prestigio y no es ningún spoiler, claro está. Pero el camino... bueno, podrán conocerlo a través de estos libros. Muchas veces me he topado con autoficciones simples y agradables a la lectura. Aquí todo eso escala a niveles increíbles. Y no siempre es agradable. 
Una brutal honestidad recorre los seis tomos de punta a punta.  Riad Sattouf trata de no esconder nada. Cada cosa que siente (o sintió), lo plasma. No importa si queda mal parado. Así fue su vida. No tiene por qué ocultarlo. Porque el Sattouf que la narra, sabe, ha sobrevivido. Y eso es razón suficiente para apreciar el pasado desde una óptica sin reproches. 
Un viaje maravilloso, con una narrativa excepcional. Para atesorar en la memoria. 

13 de febrero de 2024

Lectura recomendada: Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez



Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez

Llegué a este libro por haber leído tantos buenos comentarios en lugares diferentes. Había, además, algo en el título que me pedía a gritos que lo leyera. Muchas veces trato de recordar cómo fue que llegué a tal libro. Es un ejercicio algo inútil, lo reconozco. En este caso, fue la curiosidad y la casi seguridad de que iba a encontrar una buena lectura. Desconocía al autor (Ezequiel Pérez, 1987, Villa Ramallo) y también la trama. Me bastaba saber que había alguna que otra pizca de terror en su interior.

La historia narra el regreso del protagonista al pueblo natal, un paraje pequeño, casi olvidado a orillas del Paraná. El lugar, el río, son grandes protagonistas de la novela. El retorno lejos está lejos de ser por placer. Su hermano Andrés se ha rajado un tiro en la cabeza. La idea es acompañar a su padre y tratar de entender la muerte de quién, en su infancia, fuera el espejo en el que se miraba.

Hasta acá podríamos pensar en un libro de melodrama, de recuerdos, de choques generacionales. Sin embargo, lejos está de serlo. El de Andrés no es el único suicidio. Y notará, el joven que ha vuelto, que el pueblo guarda un secreto a voces. Los muertos que duelen, son quizá, los que no se dejan ir. Y aquí el hilo conductor tiene un factor demencial que expone los temores del ser humano y su forma de accionar ante lo desconocido, pero aún más, ante el dolor de la pérdida y la necesidad de mantener vivo, muchas veces, no solo el recuerdo.

De una narrativa lenta, pero deliciosa, descriptiva con pinceladas justas y precisas, y diálogos claros, que nos transportan al litoral, a su gente, su quietud, al calor emanando de la acera caliente que, por momentos, parece tocarnos la piel, Hay que llegar a las casas es un libro magnífico.

La tensión está en todo momento agazapada como un cazador, esperando el momento preciso en el que nos distraigamos, para así, volarnos la cabeza. Y agazapado como esos dos hermanos en un recuerdo fundamental del pasado, también el terror está siempre latente pero en esa forma cansina que el mismo pueblo destila.

¿Vale la pena volver? ¿Qué nos espera? ¿Quiénes somos al volver? ¿Aquel que se fue o este que regresa? Sin embargo, el verdadero regreso, en este libro, es otro. Y para descubrirlo, lo tienen que leer.

9 de febrero de 2024

Hablar con un amigo a través de su obra


Días atrás me llegó un mensaje de Marcelo Pulido (editor de Historieteca, administrador de La Fábrica de Historietas, guionista) con una foto y una pregunta. ¿Tenés esto? Era la tapa de un libro, viejo por su aspecto, de al menos veinte años, aunque muy bien cuidado. Y el dibujo de la portada era inconfundiblemente obra de mi entrañable amigo Felipe Ricardo Ávila.
No lo conocía. No sabía de su existencia. Un libro -comprobé después- publicado en 1997. Una adaptación a historieta de una novela publicada dos años antes, de Juana Cascardo, titulada “El regreso de los cosmosidosos”. La propia autora preparó el guion y Felipe lo convirtió en una novela gráfica de 84 páginas.
El libro llegó a Marcelo a través de Andrés Valle, un amigo de Felipe, que acomodando cosas en su casa, se topó con un par de ejemplares. Y su generosidad hizo que ahora tenga uno en mis manos.
La idea de reencontrarme de alguna manera con Felipe, a través de su arte, con algo que era totalmente inédito para mí, fue una sensación muy fuerte. Adiviné en cada trazo, en cada puesta en página, en ese rotulado a mano tan de él, con su letra característica, muchas de las razones e intenciones de lo que quería contar y por qué. Tantos años de escribir para su dibujo me permitió, en esta nueva lectura, estar muy cerca de cada línea. 
Entendí de inmediato lo que seguramente lo movilizó a querer narrar gráficamente esa historia, e incluso me lo imaginé, como en otros tiempos, como en otras situaciones, confiandome el por qué de algunas de sus decisiones sobre la página. 
La historia, ideada en los años 90, con el virus del HIV como el gran flagelo presente en el planeta, instala a la enfermedad como el eje de conflicto en la trama. Creo que, si veinticinco años después colocábamos al COVID como protagonista de la misma historia y manteníamos el resto de lo que nos cuentan en el libro Cascardo y Felipe - que falleció catorce meses antes de la pandemia -, nos daríamos cuenta que se anticiparon al futuro.
El argumento y lo que sucede se ve atravesado además por la ciencia ficción (otra razón más para que Felipe, con seguridad, quisiera poner manos a la obra en esta historieta) y la enorme grieta entre los sanos y los no sanos (esa contraposición eterna, que tanto daño) se define de una manera drástica y muy futurista: enviando a los enfermos al espacio para que no contagien a los demás, no sin antes desatar sangrientos enfrentamientos y graves conflictos sociales.  
El giro final, con la recuperación en el espacio de los enfermos y la destrucción de la humanidad por parte de los que se consideraban sanos, es un mensaje fuerte y certero para darle cierre a una historia que no tiene personajes protagónicos, y cuyo hilo narrativo va de la mano de los hechos, que se suceden de manera angustiante con decisiones propias de una sociedad que solo piensa en lo individual aunque impartidas por gobiernos que rigen los destinos de todos pero, en primer lugar, priorizando los intereses del poder.
Felipe tenía 36 años cuando publicó ese libro, yo lo conocería poco más de una década después.Su estilo entonces ya estaba bien definido. También el sentido de su obra. Los temas que buscaba abarcar, como el destino de la humanidad, el comportamiento de la sociedad, la lucha contra el poder ominoso y muchas veces invisible, los viajes en el espacio, la ciencia ficción. Encontré registros de las técnicas que le conocería tiempo después, las herramientas de dibujo que gustaba emplear, como también encuadres y estilos que le eran tan propio. 
Me lo imagino disfrutando hacer cada página. Porque hacer era su lema. Como aquel blog que tenía, “alegría del hacer”. Así fue Felipe, incansable, activo, preservador de la memoria de los grandes artistas, investigador todo terreno para mantener viva la llama de la historieta que tanto amaba, dueño de un ojo clínico para detectar talentos en ciernes y advertir sobre ese nuevo o nueva artista con apenas mirar unos pocos dibujos, y alguien que, cuando podía, cuando se hacía un tiempo, entre su trabajo de diseñador gráfico, entre el día a día con su familia que tanto amaba, viendo crecer a sus hijos, Felipe también era un dibujante.
Este libro, desconocido hasta hace poco para mí, es ahora otro tesoro que guardaré toda la vida. Una manera de sentirlo cerca, de conversar con su obra, de recordar sus consejos. Porque a Felipe se lo extraña. Dejó un vacío enorme. El destino es caprichoso. Se fue joven y con un centenar de ideas por plasmar. En su obra, redescubro ese vigor, esa fuerza, ese torbellino de energía que era. Y de alguna manera, puedo volver a darle un abrazo. Esa energía, vuelve a fluir en esas páginas que el destino, ese que a veces odiamos, puso en mis manos. 
Gracias Marcelo Pulido, gracias Andrés Valle, por la oportunidad de darme la ocasión de estar una vez más con mi amigo.