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21 de abril de 2018

Los que bajaban siempre eran otros

Ya van a volver, le respondió su hermana cuando preguntó por ellos. Había estado mirando por la ventana desde mucho antes que empezara a llover. Los relámpagos lo asustaban. Cada chispazo del cielo le provocaba un escalofrío que comenzaba en la nuca, recorría la espalda y parecía hacerle vibrar brazos y piernas. Estaba parado sobre una caja de madera que alguna vez había contenido manzanas. De tanto en tanto se miraba los pies: temía que una distracción terminara con un golpazo en el piso.
Su hermana preparaba la comida. Podía escuchar el agua entrar en hervor dentro de la vieja cacerola plateada. Ella le pidió que se bajara y fuera a lavarse las manos. Estaba por echar los fideos al agua. Volvió la mirada hacia la ventana. El vidrio mojado no le permitía ver con claridad y el viento afuera era intenso, sacudiendo las ramas de los árboles con gran violencia. Creyó ver sus figuras varias veces. Una vez fue una mujer en bicicleta que a duras penas siguió pedaleando bajo el temporal, otra un grupo de perros que escapaban de la lluvia a gran velocidad. Cada vez que el colectivo de línea urbana pasaba por delante de la casa, contenía la respiración, esperando ver sus contornos descender de la puerta trasera. Pero los que bajaban siempre eran otros.
La comida ya estaba. Su hermana lo llamó sentada a la mesa. Pronunció su nombre, una, dos, tres veces. No insistió. Era así en todo momento, para la cena, el almuerzo, la hora de bañarse, la hora de dormir... no importaba que fuera mayor que ella, que a pesar de tener diecinueve años no iba a la escuela ni trabajaba, que se pasaba todas las horas de su vida asomado a esa ventana esperando un regreso que jamás se produciría. Suspiró profundo y probó la comida. Estaba desabrida. Como para no estarlo, ni para salsa le había alcanzado. Pero algo debía comer, tenía toda la tarde por delante para patear la calle en busca de limosnas. Su hermano volvió a preguntarle cuándo volverían, ya olvidado del llamado a comer. Ella le repitió lo mismo que siempre, porque era más fácil y porque tampoco se animaba a convertir la realidad en una certeza más cruel.

1 comentario:

Miguel Barrios Payares dijo...

Estas relaciones de hermanos en la literatura siempre son difíciles. Me gusta el final. Buen texto.
Nos seguimos leyendo.