Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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5 de abril de 2017

Otra raza, casi utópica

Ni siquiera hablo de país o de patria. El sentimiento es aún más profundo.
Sueño, pero sueño despierto, una realidad diferente. Casi imposible, inalcanzable. Al menos, para nuestra raza humana, desde siempre conflictiva.
¿Se imaginan un planeta, y no solo una patria, donde no sea necesario marchar, porque no existe reclamo alguno?
Un mundo donde nadie esté por encima del otro y tampoco sienta la necesidad de estarlo.
Donde el bien común, el bienestar del prójimo, sea la idea principal de comunidad.
Donde la paz sea una constante. Y guerra, un término sin significado.
Donde la palabra libertad no necesite ser explicada una y otra vez, porque es el estado natural de todos desde que nacemos hasta que cerramos los ojos por última vez.
Donde la democracia ni siquiera tenga la necesidad de existir, porque nadie rige a nadie, ni por opción ni autoritarismo, y donde todos sean iguales en cualquier condición, más allá de su edad, salud o impedimentos físicos.
Donde nadie ejerce superioridad sobre otro ni nadie tampoco la ostente. Todos hermanos, todos compañeros, todos buena gente. Un solo fin común, una sola humanidad, una sola comunidad.
Donde la única paga sea el aire que se respira y las bondades del planeta, donde las tierras no tengan dueños y cada uno entienda que el sitio que trabaja o vive es un don temporal y debe ser cuidado
Donde los únicos colores sean los que vemos con nuestros propios ojos y no los que pretenden cegar nuestros pensamientos y ponernos en bandos opuestos, en divisiones que restan, es resquemores que terminan dejando heridas que jamás cicatrizan.
Pero cada día al abrir los ojos, de ese sueño que me desvela, despierto sabiendo que he soñado con otra raza, millones de años más avanzada, no en tecnología (que es una forma estúpida de medir cuán avanzado se puede estar), sino en razonamiento
Comprendo, mirando hacia atrás, al contemplar nuestra historia, que no somos nada y poco hemos evolucionado desde aquel hombre que arrastraba a su mujer de los cabellos para llevarla a su cueva. Es más, suelo ver que nada ha cambiado, cada vez que por ocio enciendo el televisor o leo un diario.
En un planeta donde nos han hecho creer siempre que sin líderes no se puede vivir, hemos dedicado nuestros esfuerzos y vidas a mantenerlos en el poder, desde el principio de los tiempos y a pesar de la historia, no hemos podido, ni querido, torcer ese destino de pasivo servilismo, muriendo, sufriendo, derrochando la vida, en nombre de estos y de ideologías que solo tienen como objetivo único y siniestro, el bienestar de ellos.
Podemos creernos inteligentes y tildar a otros de ignorantes, de clasificar entre pobres y ricos, hablar de clases y poderes, de fuertes y débiles, pero nunca reconoceremos que solo hemos perpetuado una sola idea, que se ha ido maquillando con los siglos: el opresor y el oprimido. El hombre de las cavernas y la mujer arrastrada hacia la cueva.
La humanidad nunca ha progresado. Sigue como hace miles y miles de años. Solo que ahora tenemos un vocabulario mucho más amplio y podemos darle más nombres a esa realidad.
No vivimos. Sobrevivimos. Nos mal enseñan a que es necesario tomar partido. Blanco o negro. Guerra o paz. Atacar o defenderse. Aprendemos a respetar y temer a quiénes viven de nuestro esfuerzo, en un escenario creado para que eso suceda cíclicamente.
Nadie pugna por abolir esas formas. Nadie busca un bien común. Se engaña quien cree que sus líderes sí lo hacen. El egoísmo y el poder nos gobiernan. La avaricia. El afán capitalista. La pantalla del de izquierda que se tienta con el dinero. El que dice que no es ni una cosa ni la otra pero es más de lo mismo.
Las marchas no piden por un planeta sin líderes, sin dinero, donde la igualdad sea total, en género, oportunidades, educación, salud, trabajo mancomunado. Sin fronteras. Sin colores, ni de piel ni de ideas. Nadie reclama por el hambre de la otra punta del planeta, porque total en la otra punta nadie protesta por lo que sucede aquí. Y con esa lógica, aplicada a cualquier lugar, los que lideran ganan, permanecen, se benefician y jamás serán derrotados. Cambiarán los nombres, las ideologías, las patrañas, no así el afán de poder, de exprimir al de abajo en una pirámide interminable que desangra hasta la última gota de esperanza de ver al género humano unido.
Será así por siempre, hasta que el planeta se detenga y nos obligue a la humanidad toda a desaparecer.
O será así hasta que las voces de los oprimidos se den cuenta que a pesar de los idiomas, las fronteras, las religiones, los colores políticos, en cada uno palpita un corazón y la sangre en todos los casos, siempre es roja. Y que sin importar cómo, llegamos al planeta, a la vida, de la misma manera. Para que entonces, finalmente, el mundo sea uno y nadie se considere más que el otro. Ese día tan distante, cuando los latidos suenen al unísono, la humanidad tendrá una oportunidad. En tanto, esa utopía, quizá forme parte de otra raza, en algún confín del vasto e infinito universo.
Esa raza con la que sueño despierto y me desvela.