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1 de octubre de 2016

Tiempos mejores

La tarde se marchitaba con el color del fracaso. Solo un cliente había cruzado la puerta de entrada y tras haberse probado cinco pares de zapatos, no compró ninguno, Su esposa a diario le decía que comenzara a vender zapatos para mujeres pero él se negaba. Su abuelo había vendido calzados para hombres, su papá lo había hecho y él continuaría el legado. Como esperaba que lo hiciera su hijo el día de mañana, si es que algún día llegaba el varón, porque por el momento era padre de dos niñas.
Cerraría, caminaría  hasta la parada del colectivo. Bajaría a dos cuadras de su casa, pasaría por la pizzería y encargaría una de muzzarella por la que volvería a los veinte minutos, para evitarse el costo del delivery.
Haría todo eso, una vez que bajara las persianas del negocio, ubicado en una de las avenidas principales de la ciudad. A través del ventanal de la vidriera podía apreciar la quietud en la calle. Pocos transeúntes caminando las veredas, muchos menos deteniéndose a observar los escaparates de los comercios. Eran tiempos difíciles. Esas mismas palabras usaba con su esposa: "Ya vendrán mejores" le aseguraba con cierta esperanza.
El sonido de la campanilla de la puerta hizo que levantara la vista. Un cliente de último momento, pensó. Pero entonces su semblante cambió. En la entrada había un hombre tan grande que su cabeza rozaba el marco de la puerta. Sin embargo no fue el tamaño lo que lo asustó, sino el arma que tenía en la mano.
- Deme todo el dinero, por favor - dijo el extraño.
A pesar del miedo, no pudo pasar por alto el vocabulario del asaltante. De todas maneras de movió rápido hasta la caja registradora. Solo cuando la abrió recordó que estaba vacía. Tenía algo de cambio en el bolsillo del pantalón, pero era una suma irrisoria.
Titubeó. El hombre pronto se impacientaría y no tenía nada para darle.
- Mire amigo, ha sido un día difícil - le dijo al asaltante.
- ¿Cuánto tiene?
- Le soy sincero, no recaudé nada. Venga y vea con sus propios ojos si no me cree.
El grandote avanzó torpemente, mirando de reojo hacia los ángulos del techo, temiendo que hubiese una cámara y la idea del comerciante fuese que la misma lo captase. Se acercó sigilosamente hasta el mostrador y observó el interior vacío de la caja registradora.
- Nada - sentenció.
- Ni una moneda - confirmó el vendedor de zapatos.
- ¿Y cómo hace para vivir? Digo... ¿es todos los días así?
- Y... está dura la mano. Menos mal que mi mujer trabaja, porque de lo contrario...
- Si, ni me lo diga. A mi pareja la tuve que poner a laburar también. En una banda que opera en el oeste. Secuestros virtuales. Nada que ver con esto. Lo mío es la calle. No quiero esto para ella. Pero entre los dos, apenas si llegamos a fin de mes.
- Sabe, me apena que no se pueda llevar nada. Tengo algo de cambio en el bolsillo, pero no le voy a mentir. Tenía intención de comprar una pizza camino a casa. Por las nenas más que nada. Con un plato de sopa a mí me alcanza.
- No, por favor. Mire si le voy a quitar la comida a sus hijas. No me va a creer, pero es el segundo comercio al que trato de robar hoy y no consigo nada.
- A que seguro eso antes no pasaba.
- No, para nada - sonrió - Ya vendrán épocas mejores.
- ¡Eso mismo le digo a mi mujer! Me cae bien usted... ¿cuánto calza?
-  Cuarenta y cinco.
- No voy a permitir que se vaya con las manos vacías, tengo un par de zapatos para usted.
- Por favor, no se moleste.
- ¡Hombre! Hoy en día nadie que entra armado tiene los modales suyos. Es un caso en extinción. ¿Y su pareja? ¿Ella cuánto calza?
- Ah, me mató, señor. Desconozco. Nunca se lo pregunté.
- Bueno, hoy se lleva los suyos. Vuelva en estos días y vemos que le conseguimos. No aquí, porque solo vendo calzado para hombres.
- Ahí tiene su problema, señor. Seguro si vendiera calzado femenino, tendría algo de dinero al final del día.
- Es lo que me dice mi mujer.
- ¿Y por qué no le hace caso?
- El legado familiar, la tradición...
- Disculpe lo que voy a decir, odio las malas palabras, pero... a la mierda el legado familiar. Mi papá también delinquía y por seguir sus pasos, me gano la vida quitándole a los demás lo que han ganado honestamente. No me siento orgulloso de eso.
- ¿Y por qué no se dedica a otra cosa?
- ¿Y usted por qué no vende zapatos para mujeres?
Ambos rieron al unísono.
- Tiene razón - dijo el vendedor - Uno cree que hace siempre lo correcto, por más que no lo haga. Y si no es así, si existe un atisbo de consciencia, se aferra a una excusa. Cambiar no es fácil.
- Ni que lo diga. Pero cuando me corre la policía, claro que lo pienso.
- En mi caso, cuando cómo hoy, apenas tengo para regresar a casa y llevar un poco de comida.
- En fin. Se hace tarde. Me llevo estos zapatos y vuelvo en un par de días con mi chica.
- Vaya tranquilo y cuídese.
- Usted también, esta zona de noche se pone peligrosa.
El grandote se fue con la caja de zapatos bajo el brazo. Ahora si, era hora de bajar las persianas, apagar las luces e ir en busca del colectivo. Había sido una experiencia extraña. A falta de clientes, hasta un delincuente era bienvenido. Afortunadamente, el que le había tocado en suerte era todo un señor.
¿Calzados para mujeres? Quizá algún día cedería. Cerró la puerta con llave y se ajustó la camisa al cuello. Había comenzado a refrescar. La noche había caído de golpe y algunas farolas del alumbrado público todavía no se habían encendido. El grandote tenía razón. Aquella zona no era la que había sabido ser. Apuró el paso hasta la parada del colectivo, con las manos en los bolsillos. Tanteaba de paso el poco dinero que llevaba encima. Sonrió. Qué más daba, esa noche pediría una especial con morrón y jamón. Al final de cuentas, la vida es una sola.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

LO del ladrón cordial que da buenos consejos parece una historia de La dimensión desconocida. Y es bueno el consejo de empezar a vender zapatos para mujeres. Algunas tradiciones deben ser cambiadas.