Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

9 de junio de 2016

Juguetes del destino

Cuando nombro a Morgan, debo referirme indefectiblemente al futuro. Es que a Morgan lo conoceré dentro de dos décadas, sin embargo y de alguna manera, conozco ahora nuestras conversaciones aún no mantenidas, tanto como sus deseos y miedos, alegrías y prejuicios.
Cada noche al cerrar los ojos, aparece ante mí y se sienta en una reposera de madera con lona blanca, ubicada al lado de una piscina de al menos veinte metros de largo, en un jardín desconocido pero que siempre me brinda la tranquilidad y paz que solo un lugar familiar puede dar.
Solemos compartir un refresco, que no necesariamente es el mismo cada vez. A veces me siento a su lado, sobre el césped y otras, en un pequeño banco de hierro. No he encontrado jamás un significado para cada sitio, como tampoco para lo que bebemos.
En cuanto a nuestras charlas, fluyen y mantienen un orden lógico y cronológico. Nos referimos a los temas de la noche anterior como "lo conversado ayer". Las palabras son racionales, claras, para nada absurdas. Y si bien siento que estoy en un sueño, la presencia de Morgan es real como cada una de las frases que salen de nuestras bocas.
Claro que no es un sueño y eso debe quedar aclarado. Nuestros encuentros ocurren en un universo atemporal, una especie de vacío cósmico en el que convergen nuestras mentes cuando estamos descansando. Pero ni Morgan es una alucinación para mí ni yo represento eso para el bueno de Morgan.
Si pudiera expresarlo en una imagen, es como si al cerrar los ojos diera un salto hasta un jardín ubicado veinte años en el futuro y Morgan hiciera lo mismo, pero su salto en lugar de ir para delante, va hacia atrás, porque Morgan en el momento de cerrar los ojos cada noche, hace al menos dos décadas que me conoció.
Pensé siempre que ese acontecimiento, para el que faltan dos décadas, sería yo quién generase el encuentro, obligado por estos diálogos nocturnos. No Morgan, quién para cuando yo lo encontrara, aún no sabría nada de mi existencia, dado que sus viajes al jardín ocurren veinte años después de aquello.
Teníamos un conocimiento sobre ese encuentro, pero no la totalidad de las piezas. Nos dábamos cuenta, conversación a conversación, que estábamos ante un rompecabezas gigante y gran parte de nuestras charlas se centraban en aquel momento. Es que por mi parte ignoraba todo lo relacionado a ese momento, en tanto Morgan apenas tenía recuerdos vagos. No obstante, estábamos convencidos, ese cruce depararía los destinos de nuestras existencias.
El primer encuentro en el jardín fue hace varios meses. Desperté todo sudado, alterado y asustado. Nunca había tenido un sueño tan nítido. Morgan no podía ser una invención de mi mente. Cuando a la noche siguiente noté que volvía a aquel jardín tan cálido y repleto de tranquilidad, supe que iba más allá de un juego de la cabeza.
Con el correr de las conversaciones comprendimos que cada uno procedía de un tiempo en particular. Pero el impacto mayor fue ese instante en común, ese futuro y al mismo tiempo, pasado, que se unirían en la continuidad del espacio tiempo, esa fracción de segundos en la que finalmente estaríamos realmente en una misma línea de realidad.
Cada día esperaba con ansias la llegada del sueño, la necesidad de retomar el diálogo en el punto exacto dejado la noche anterior. Poco me importaban las responsabilidades laborales, la rutina mundana, la salidas con amigos, el compromiso con familiares... el verdadero fin de mis días era la noche y con la noche el sueño profundo y aquel jardín rebosante de verde, con piscina, reposera de lona blanca y Morgan sentado en ella.
A diferencia de los sueños, que en la medida que pasan las horas vamos perdiendo referencias, formas y recuerdos, estos diálogos permanecían como esculpido en piedra, palabra por palabra. Y con cada nuevo encuentro nuevas piezas se iban agregando al rompecabezas. Una tras otra, completando los claros y al mismo tiempo, arrojando luz sobre el entramado final, ese que dentro de dos décadas acercaría nuestras vidas.
Pero anoche... anoche ha sido terrible. Por primera vez desde que convergemos en el jardín, nos hemos quedado en silencio, observándonos absortos, tratando de huir sin lograrlo, ni siquiera sin poder movernos de nuestros lugares. Dimos gracias a los vasos en nuestras manos, porque de esa manera, durante la eternidad que duró aquello, jugamos con ellos, con el líquido que contenían, tratando de disparar las ideas hacia otra parte, de hacernos de una forma de escapar del sueño.
Cadía día (o noche) restaban menos piezas por colocar en el rompecabezas. Nos habíamos percatado de ello. Sin embargo, los fragmentos que revelaremos en el próximo encuentro, serán atroces.
Pensar en el siguiente salto al jardín me sabe a dolor. Es una grieta en el alma, algo descabellado. Se revelará lo que me temo, lo que tememos, lo que Morgan también advierte,
Nuestros destinos se unirán dentro de veinte años por unos instantes y a partir de lo que aportamos cada uno, prácticamente sabemos cuando, dónde y por qué. Podemos, porque hemos dialogado durante meses, en ese lugar extraño que nos ha ofrecido el universo.
Dentro de veinte años, con total seguridad, conoceré a Morgan. Sabré que es él y dudo que esa certeza logre evitar lo que inevitablemente ocurrirá. Y Morgan, que ha creído todo este tiempo, cómo lo he creído también, que esa persona sentada en el pasto o sobre el banquito de metal era ese ser que en el pasado había estado en el peor momento de su vida tratando de protegerlo, es sin embargo, la que en aquel pasado difuso apretó el gatillo.
Y aunque me cueste creerlo, aunque me cueste imaginar cómo es que mi vida dará un giro tan extraño y siniestro en las próximas dos décadas, sé que nada podré hacer para remediarlo.
Ese jardín no es más que el juego cruel de algún ser superior, un juego maldito y eterno, casi una pesadilla, en la que creíamos tener el control pero no tenemos nada. Casi como la vida misma, que un día es de una forma y al siguiente, de otra.
Morgan es mi amigo ahora y debería serlo a partir de ese día dentro de veinte años, donde trataríamos de prolongar el encuentro y extender la amistad, como si el universo nos perteneciera y uno pudiera apropiarse del mismo. Juguetes del destino y nada más, sombras en un jardín que palidece con la caída del sol y la oscuridad penetrante de la noche cómplice, que acompaña al demonio en la risa desmedida en el inverosímil infierno de nuestra existencia.
Y de pronto, temer a entrar en la cama, horror ante la idea del sueño, de los ojos cerrados y de la presencia de Morgan sentado ante uno, ya no amigo, sino víctima y juez, consciente de tener delante al asesino de sus padres cuando él apenas era un crío y no al salvador que entre la muchedumbre lo llevó a un refugio.
El temor agonizante de enfrentarme al asesino dormido, que en alguna parte acecha. La angustia de no poder enderezar jamás ese camino. Ese soy yo, el cazador acorralado.
Por eso no dormí antes de anoche, ni anoche y llevo tantas horas en vela, sin concurrir al trabajo, sin contestar el teléfono, ni abrir la puerta ante los repetidos llamados en forma de golpes de puños de vaya saber quiénes, porque el fin está cerca, porque Morgan es mi amigo y porque hace dos noches que me espera en la reposera para decirme lo que durante veinte años se guardó muy adentro. Y no es justo, no es justo para él saber de la muerte por mi propia mano.
Ya casi vencido por el cansancio, no me arrodillo ante el sueño. Morgan me espera, lo sé. Pero Morgan no debe sufrir, No si dentro de veinte años ya no soy, no si para cuando el sueño llegue, yo ya me he ido.
El balcón, la altura.
Morgan.
La caída.
La amistad.
El adiós.

No hay comentarios.: