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17 de junio de 2015

El ejército invisible

Cuando lo vieron aparecer sobre la colina, montado en un caballo de oscuro pelaje aguardaron en sus posiciones. Llevaba una espada enorme, que brillaba con los reflejos del sol. El hombre tenía fuerza, porque a pesar del tamaño la blandía cortando el aire con asombrosa facilidad. Su armadura, en cambio, parecía oxidada, desvencijada por el tiempo y el descuido.
Sabían de antemano que para conquistar el último y recóndito paraje del reino iban a tener que luchar a diestra y siniestra, porque nadie antes lo había conseguido. Ni siquiera nadie había sido capaz de regresar para contarlo. Cuando Lucius tomó el mando del ejército, el rey en persona le prometió las mejores tierras si lograba retornar con la noticia que en aquel distante lugar flameaba su insignia.
Llamaban aquel sitio con el nombre que ellos le habían impuesto, porque desconocían el verdadero. Le decían "Maldita", por las tantas misiones enviadas sin gloria. Lucius dio su palabra de retornar. Jamás había sido vencido en batalla.
Al ver a ese solitario guerrero, pidió paciencia a sus líneas ofensivas, esperando que de un momento a otro el resto del ejército se hiciera ver, desplegando su poderío sobre la vasta colina recortada sobre un cielo gris, repleto de nubarrones.
La tensión duró tan solo unos pocos minutos. El guerrero hizo girar la espada su cabeza y tras tirar hacia atrás las riendas de su equino, profirió un grito de guerra tan agudo que erizó la piel de cada soldado del reino y sin más, salió disparado colina abajo, en dirección a Lucius y su ejército.
El comandante no daba crédito a sus ojos. El guerrero, con tan solo una espada y su caballo, le hacía frente a quinientos hombres armados y preparados para morir por su rey. Y a pesar que aún resonaba en sus oídos aquel grito salvaje e infernal, no pudo más que echar a reír.
Pronto sus súbditos imitaron el gesto y al pie de la colina, centenares de almas rieron por última vez. Casi por compromiso levantó su lanza y con la tranquilidad de un triunfo en ciernes, dio la orden a la primera fila de soldados de ponerse en guardia y avanzar.
El guerrero se acercaba con estrépito, como si aquella colina incrementara el sonido de los cascos del caballo, del golpeteo del metal de cada parte de la vieja armadura y de la respiración agitada, repleta de furia, de ese ser solitario y valiente, disparado hacia una trampa mortal.
El ejército del rey avanzó, sabiendo que en segundos tendrían al enemigo entre sus lanzas. Entonces, cuando se aprestaban a atacar, las cabezas de los soldados saltaron por al aire, despidiendo sangre a raudales, como si de la nada misma varias espadas al mismo tiempo hubiesen ejercido un movimiento lacerante y letal.
Lucius retrocedió, espantado, La segunda línea de soldados no tuvo tiempo de reacción. Los hombres comenzaron a caer de extraña manera, emanando sangre de heridas espontáneas, como si algo que nadie viera los estuviera atacando. En tanto, el guerrero solitario avanzando sobre los cuerpos que agonizaban o yacían en la gramilla húmeda.
Los soldados iban siendo alcanzados de a uno y Lucius no tardó en comprender que allí sucedía algo inexplicable. Aunque sus ojos no pudieran ver, estaba convencido que junto a ese guerrero había un ejército invisible destruyendo a los suyos.
Algunos trataron de escapar, pero fueron alcanzados por armas inexistentes, cayendo desplomados sin vida en el pie de la colina. Lucios no esperó a presenciar el desenlace. Se montó a su caballo y aterrado se internó en el bosque. Pudo sentir durante un buen tramo la sostenida y profunda respiración de aquel guerrero y el sonido de la espada abriéndose paso en la densidad de los árboles.
Estuvo seguro que tarde o temprano sentiría el metal en la carne. Supo que estaba llorando de miedo y no estuvo seguro que aún vivía hasta cruzar el río y saberse en tierras conocidas. Esa noche, desolado, no pudo dormir. Temía que fuerzas invisibles lo ajusticiaran sin piedad, como había sido el destino de su gente.
Lucius cumplió al menos la promesa de volver. Retornó en tan malas condiciones que sus palabras, la historia que les acabo de contar, fue repudiada por todos, principalmente por el rey que despojándolo de todo rango, solo tuvo piedad en perdonarle la vida.
Ahora mendiga en las afueras del castillo, repitiendo una y mil veces la misma historia, de las que todos se ríen, mofándose de su trágica suerte.
Pero en el fondo Lucius sabe que se ríen por miedo, porque condenarlo a la locura es más fácil que enfrentar lo desconocido. Y sabe que una noche, cuando nadie lo espere, el infierno invisible arrasará todo lo conocido.

2 comentarios:

Facundo Dassieu (Elliott Nimoy) dijo...

Mi buen Neto... ¡Que historia papá!
Como el ejército de muertos del Señor de los Anillos, estos tipos invisibles se volvieron terriblemente tangibles en mi imaginación mientras te leía.

Me ha encantado. Una redacción sencilla, eficaz; sin demasiadas vueltas, que logra un relato sólido y contundente.

Un abrazo y felicitaciones

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

UNa historia épica desde el punto de vista del conquistador vencido.
Una buena historia.