Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

13 de noviembre de 2014

Los artistas tristes

Por más que trataba de escribir algo distinto, cada vez que se detenía ante una hoja en blanco, narraba la misma historia.
Cuando dibujaba, aunque le ponía todo el empeño, siempre el resultado tenía los mismos trazos y matices, y el rostro, era de la misma persona.
Si cantaba, más allá que le pusieran una pista musical diferente, la letra era la de aquella canción que los había sorprendido en el primer abrazo.
Parecía una maldición, pero no lo era. Ella incluso lo había olvidado. Pero Horacio la perseguía hasta en sueños. Y lo seguiría haciendo. Porque era su musa inspiradora. Y había cometido el peor de los pecados. Se había enamorado.
Su mejor amigo, Lautaro, cansado de verlo sufrir en vano, decidió que era hora de ayudarlo a confrontar la situación.
- Ella ya no existe, Horacio.
- Si, cada vez que la escribo, la dibujo, la canto.
- Por eso mismo, solo vive porque la mantenés en tu cabeza.
- ¿Y acaso debería dejarla ir, siendo que es lo único que me hace feliz?
- Pero Horacio... ¿Y tu talento? ¿Tus ideas? ¿Acaso no ves que siempre es ella y nunca la obra que te hará famoso?
- Ella es mi obra.
- Pero te volverá loco, no famoso.
- La felicidad es eso, un poco de locura. Y la fama sin ella, es el anonimato mismo.
Su amigo desistió, con algo de bronca y celos. Regresó a su máquina de escribir, donde dormitaba una hoja en blanco. A diferencia de Horacio, ni siquiera podía garabatear una oración.
- Al menos no me volveré loco - dijo en un murmullo, sabiendo que se mentía. Incluso Horacio, abandonado por su musa, tenía más posibilidades que él.
Se acercó a la ventana y encendió un cigarrillo. Era un momento aterrador. Había esperado por años que ella apareciera, que le diera un indicio. Cuando su amigo perdió la suya, hasta tuvo la esperanza de poder encontrarla. Pero el tiempo había transcurrido y no había llegado.
Horacio insistía con lo mismo y él, con la nada misma. Los dos eran artistas fracasados. Compartían el café de la mañana y una caminata por la tarde. Uno confesaba su repetición continua, y el otro, la imposibilidad misma de la creación.
Lautaro estaba convencido que la amistad los matenía con vida. Que las frustraciones los obligaban a esperar el día siguiente para poder narrarla al otro y que escuchar el pesar ajeno, mitigaba el propio.
Era la manera de sobrevivir, de pasar los días. Quizá algún día ella retornaría en la vida de Horacio y le concedería el permiso de escribir, dibujar o cantar otra sobre cosa. O bien, se dignaría de aparecer en la de Lautaro, y permitirle, aunque sea una vez, contar una historia.
En tanto, los artistas tristes, volverán a reencontrarse cada día con la premisa de esperar, tratando en vano de convencerse que la vida puede ser distinta.