Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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4 de octubre de 2014

El color más intenso

El hombre era ciego desde nacimiento, sin embargo conocía bien los colores. Podía diferenciarlos, para asombro de los demás. Decía que emanaban un aroma diferente y que merced a eso, podía percibirlos.
Y parecía cierto, porque jamás se equivocaba al referirse al color de algo. Incluso, le mezclaban varios lápices y los dejaban esparcidos frente a su oscuridad. El hombre los elegía de a uno, anunciando en voz alta el color. Jamás se equivocaba.
Otro hombre, alto y algo desgarbado, se acercó a la plaza donde solía ir a pasear y darle de comer a las palomas. Llevaba una bolsa y esgrimía una sonrisa malvada.
El ciego estaba sentado en un banco, con las piernas cruzadas. El otro se sentó a su lado.
Abrió la bolsa y sacó un cuaderno. Lo abrió en la página inicial y habló:
- Hice un dibujo, dígame de qué color lo pinté.
- Déjeme sentir el papel.
- ¿Para qué quiere hacer eso, qué más da? Dígame solo el color.
- Es que percibo el color de su corazón y no me dice nada bueno.
El otro lanzó una carcajada.
- ¿Quiere palpar el papel? Tome, hágalo.
Acercó el cuaderno al ciego, pero éste ni siquiera lo tocó.
- Allí no hay nada. Solo la tersa textura de la perversidad.
El cuaderno cayó sobre sus piernas. La mano que lo sostenía había desaparecido, así como la persona que se había sentado en el mismo banco.
El ciego sonrió. No era la primera vez que una oscuridad mayor a la que estaba acostumbrado quería engañarlo. Sin embargo, su ceguera tenía límites. La maldad era una de ellas. A veces el color que la envolvía, era capaz de cubrir todo lo demás.
Siguió alimentando a las palomas, disfrutando el celeste del cielo y el verde de los árboles.

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