Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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19 de septiembre de 2014

Horas de ausencia

Don Tonoleto miro la hora constantemente. Observa como las agujas del reloj se mueven al ritmo del tiempo, con la parsimonia producto de la suma de instantes. El segundero se desplaza en una misma dirección, sin importarle nada, solo el avanzar. Todo es un conjunto que delata su prisa.
Cada tanto voltea la vista y espía por la ventana. Se impacienta, murmura por lo bajo. Hace crujir los nudillos, aunque poco, porque los años no han venido solos y los huesos no son los de antaño. Nada lo es, realmente. Ni siquiera la puntualidad. La calle está vacía. Ningún coche se detiene, ninguna persona camina la vereda.
Y el reloj marcha, dejando un sonido en la habitación, un chic chic repetitivo, desolado, vástago de la sucesión de años, lustros, décadas. No vendrá, piensa Don Toneloto, bajando brevemente los párpados. Quiere provocar una mueca de pena, pero no le sale. Todo es angustia.
El reloj, las agujas, la ventana. Y alrededor, la ausencia.
- Don Toneloto, las pastillas - la voz irrumpe estridente, inoportuna, como un mal sueño.
El hombre se siente violado, asaltado de forma abrupta. Observa su cuerpo y descubre las manchas, los pliegues de la piel, la vejez en carne propia. La realidad lo traspasa. Ella no vendrá. La mujer que sostiene un vaso en su mano derecha no se irá hasta que tome las cápsulas que tiene en la otra. El reloj seguirá marchando. Inexorable. Irrevocable.
Acepta. Engulle. Bebe. Luego, llora.
Cada día, uno menos del almanaque. Uno más del alma.


1 comentario:

el oso dijo...

Don Tonoleto está por todas partes, quien te dice que no por acá adentro...