Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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23 de agosto de 2014

Historia japonesa

Hayato solía despertarse mucho antes del amanecer para caminar hasta la bahía, sentarse sobre el muelle y contemplar el mar escapando de su vista. Las estrellas, el silencio, eran meros espectadores de la belleza de aquel lugar. Hayato, entonces, cerraba los ojos y escribía. Lo hacía mentalmente, grabando palabra por palabra en su memoria. Más tarde, al regresar a su casa, volcaría en papel cada línea de sus versos, tejiéndolos uno a uno como si fuera una delicada manta.
Luego, con su ritual concluido, se vestía y volvía al muelle, pero ahora para forjar el pan en su mesa, convertido en un peón más del puerto, sin la belleza de la noche, tan solo con la pesada carga del trabajo sobre sus hombros.
Así transcurrió la vida del solitario Hayato, hasta que la muerte lo sorprendió aún joven, en un accidente estúpido, al venirse abajo un contenedor de un barco y dejarlo sin chances de escapar. Nadie en el puerto lo lloró, solo Misaki, su hermana, con la que poco contacto tenía y que sin embargo, al enterarse de lo sucedido, viajó hasta el pueblo totalmente consternada, sabiendo que ya no tendría la manera de despedirse.
Tuvo que encargarse del papelerío, de los arreglos fúnebres y finalmente, de la casa de su hermano. Retiró todas las pertenencias y la puso en venta. Pasaron casi seis meses hsata que tuvo valor, una mañana de sol, de abrir el baúl de mimbre donde había amontonado las cosas.
Algunas pocas fotografías, adornos que habían pertenecido a su abuela, igual que un par de mantas bordadas por ella cuando ambos eran pequeños y una carpeta repleta de papeles. Se sorprendió al descubrir que era la caligrafía de su hermano, alternando el hiragana que habían aprendido de su madre y el kanji.
Misaki le dedicó el día y la noche a esos escritos, derramando lágrimas que parecían llegar desde el alma. Aquellas poesías eran hermosas, inspiraban amor y paz, le resultaba increíble que su hermano hubiese tenido tanto talento y jamás se lo hiciera saber. Era cierto que no se hablaban desde que había muerto el padre de ambos, pero ni siquiera antes o en su niñez, Hayato le había mostrado sus habilidades con la escritura.
La lectura de los escritos de su hermano le infundó esperanzas. La tristeza que sentía podía ser reemplazada por alegría si lograba publicar los textos de Hayato. Sería su obra póstuma. Y Misaki sería feliz que el mundo conociera los valores que impregnaban esas bellas poesías.
Pero primero debía estar segura que realmente eran buenas. Conocía poco de poesía, y quizá le habían llegado al corazón por ser lo único que le quedaba de Hayato. En Tokyo vivía Tsubasa, un viejo pretendiente. No habían terminado de la mejor manera, pero era profesor de letras. Si alguien podía determinar si la poesía de su hermano era buena, era Tsubasa.
A él le sorprendió el llamado de su antigua novia, pero tuvo curiosidad por volver a verla y sobre todo, por la causa por la que quería reencontrarse.
Se vieron en un restaurant, donde compartieron sendos cuencos de dangojiru, se pusieron al día y luego, con la llegada del postre (ambos coincidieron también con anmitsu), Misaki sacó de su bolso, los escritos de Hayato. Tsubasa enarcó las cejas. Tampoco sabía que el Hayato, al que apenas había visto un par de veces en el pasado, escribía poesía.
Fue leyendo poco a poco, tratando con cuidado los papeles, sabiendo en su condición de profesor de letras, que estaba ante manuscritos originales. Su rostro fue mutando paulatinamente, del desinterés a la incredulidad. Las poesías eran maravillosas, la métrica impecable y tenía algo más, un componente que no podía identificar de ninguna manera, pero que le daba a cada verso alma propia.
- Es único, es magnífico - concluyó, sin haber leído más de una tercera parte de los textos.
Misaki se llevó las manos al rostro, emocionada. Su sueño en las últimas semanas, de lograr la publicación de los poemas de Hayato, estaba cada vez más cerca.
Le prometió a Tsubasa una copia completa para el día siguiente. Ella misma se ocupó de llevarla a la oficina que él poseía en la universidad.
Durante un mes, Tsubasa la mantuvo al tanto de las conversaciones con editoriales. Sin embargo, Misaki murió al salir del mismo restaurant donde se habían reencontrado por primera vez. Ella salió contrariada porque Tsubasa había faltado a la cita y al cruzar la calle, un coche que se dio posteriormente a la fuga, la atropelló.
Tsubasa, en tanto, logró convertirse un año más tarde, en el poeta más importante y famoso de su país.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Yo tengo una sospecha sobre quien fue quien la atropelló.

SIL dijo...

Yo también.


Cuántos casos de estos deben ocurrir en el mundo...


De cualquier manera, el plagiador podrá obtener un brillo efímero. El que no da luz de eternidad.



Abrazo.