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17 de junio de 2014

La verdadera esencia de las cosas

Todas las cosas esconden más de lo que muestran o aparentan ser. Un vaso es más que un vaso. Roto, puede ser un arma mortal. Una tijera puede servir más que para cortar figuras de una revista y pegar en el cuaderno de tareas del nene. Bien dirigida, deja ciega a una persona.
No es algo que nos deba poner a reflexionar, ni mucho menos. Pero sabemos de esas diferencias incluso antes de ser consciente de ello.
Por ejemplo, al comenzar a gatear vemos dos orificios en la pared y a pesar de carecer de las facultades necesarias para definir a los mismos como parte integrante de una compleja instalación eléctrica que deriva en esa fase terminal en la que se puede conectar un aparato que utiliza corriente para funcionar, somos capaces de entender que metiendo los dedos dentro provocaremos un caos de consideración.
¿Cómo es que somos capaces de acercarnos tanto a la maldad sin comprenderla del todo? El sonajero pronto servirá para atacar en el rostro a ese hombre y mujer que con sonidos extraños tratan de hacernos comer esa papilla sosa o más adelante, la pelota será un objeto contundente a patear con intención clara y precisa de golpear la zona de entre piernas del adulto que tengamos adelante, con el fin de verlo retorcerse del dolor, mientras los demás ríen de la "gracia" de uno, que es apenas un infante torpe e inocente.
En algún momento con el paso de los años, y quizá, producto de la "civilización" que ejercen los padres sobre uno, esa maldad se recuesta en un rincón, latente para aparecer cuando sea llamada por algún factor en particular.
En algunos casos, no desaparece en ningún momento y uno pasa a ser para la sociedad un hijo de puta (así se definen) desde pequeño. Pero en la mayoría de los casos, si. Hasta que un día, adolescentes o adultos, esa rara faceta, que en algún momento era habitual, vuelve a tomar el control.
Y como en nuestros primeros años, seguimos sin saber bien como funciona, pero ahora, la inocencia troca en algo más: placer. No es hacer maldad por nada, sino para disfrutar con los resultados. Vemos que las travesuras nos causan gracia, cierta tranquilidad, en tanto que a los demás, les parecen fuera de lugar. Y a pesar de cierta contrariedad al principio, podría decirse, una disputa interna entre lo que nos han inculcado y aquello que traíamos de manera innata, nos vamos relajando y dejando crecer al ser primigenio, al que gobernaba en un principio.
La maldad se va haciendo cada día más notable, enérgica, poderosa. Las cosas, los objetos, comienzan entonces a cobrar la vida que decía en las primeras líneas. El vaso es un elemento cortante, la tijera puede perforar rostros, la soga sofocar cuellos, el ladrillo aplastar cráneos. Claro que aún nos quedan por descubrir las armas propiamente dicha, pero ese es otro tema. Aquí lo que nos incumbe son las cosas comunes, las que usamos a diario, las que podemos manipular a nuestro gusto, con los más versátiles fines.
¿Entienden?
- Profesor... ¿y vamos a tener clases prácticas de todo esto?
- ¡Por supuesto, Ávila! La teoría sola no lleva a ninguna parte. La verdadera esencia de las cosas, está dada por su parte oscura.
- Menos mal profe, había dudado mucho entre anotarme en Delincuencia o Derecho, pero su respuesta me deja tranquilo.
- Y si, no siempre es fácil esa elección, Ávila. Ahora, preste atención, que usaremos el borrador como proyectil para golpear al jardinero por la ventana.

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