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2 de junio de 2014

El mensaje de texto

- ¿Venís esta noche?
Era una pregunta muy fácil de responder, en cualquier otra circunstancia. Personalmente sonreiría y guiñaría un ojo. Hasta podría haber agregado, de manera irónica: ¿Te queda alguna duda?
Pero en medio de la ruta, en pleno viaje, el hecho de contestar ese simple interrogante se tornaba complicado. Los motivos eran varios. Uno de ellos, la señal. Pero no podía ampararse en esa excusa. Porque su celular, cada tanto, mostraba en la pantalla un par de barras de conexión, las suficientes como para poder enviar un mensaje de texto, incluso más escueto que el que había recibido.
El verdadero motivo, el más angustiante, era otro. No tenía crédito. Su mujer se lo había recordado veinte veces antes de salir. Y él, siempre tan cortante, le había contestado en cada ocasión que compraría una tarjeta en la estación de servicio.
No podía llamar ni mandar un breve mensaje con el monosílabo que repetía una y otra vez en su mente, como si telepáticamente pudiera transmitir su respuesta.
Si al menos se cruzara con un teléfono público o de emergencia, de esos que suele haber en las rutas. Pero la suerte no estaba de su lado o mejor dicho, se había aliado a las palabras de su mujer, que tras bajarse en su trabajo, le dijo por la ventanilla: "No te olvides de la recarga, que después no vas a conseguir en ninguna parte durante el viaje".
Había transitado varias veces esa ruta, pero no recordaba si había algún parador o comedor en el camino. Su mujer, a pesar de no haberlo acompañado nunca en ese recorrido, había apelado a su instinto o bien, a sus recursos de bruja. La odiaba por eso. Aunque más se odiaba a sí mismo, por haberse olvidado de comprar cuando debía haberlo hecho.
Había salido con el tiempo justo, no tenía la posibilidad de desviarse o regresar por una tarjeta. Sabía una cosa de ese trayecto: no había peajes. Un peaje era una buena oportunidad para encontrar un teléfono. Aunque fuera uno prestado, de algún empleado del lugar o personal de seguridad.
Miraba la hora cada tanto, sabiendo que llegaría con lo justo para ver a su cliente, que vivía apartado de la ciudad, mucho antes de la entrada a la misma. Debía tomar un camino de tierra e internarse unos cinco kilómetros en la llanura, hasta dar con un bosque de eucaliptos. Los árboles protegían la estancia donde residía la persona que iba a visitar.
La idea de seguir hasta la ciudad, comprar una tarjeta y recargar el celular para enviar la respuesta, se iba diluyendo a medida que la tarde caía. Su cliente había puesto un horario y por experiencia sabía que llegar tarde implicaba perder el negocio. Pero por otra parte, quedarse sin responder el mensaje de texto, traía otra consecuencia.
A más de ciento veinte kilómetros por hora y con hora y media de viaje por delante, sabía que no podría contestar la pregunta. Por más que acelerara, condujera imprudentemente, no llegaría a recargar su crédito. La única posibilidad, casi remota, era que su cliente tuviera un celular que le prestara o un teléfono que le permitiera utilizar para llamar. Pero no quería engañarse. Su cliente vivía en medio del campo para no ser molestado. Era un importante hombre de negocios pero al mismo tiempo, extravagante. Y si lo había citado en aquel paraje, era justamente para no ser molestados. Allí no había teléfono y el hombre jamás llevaba consigo teléfono móvil.
El atardecer lo encontró llegando a la estancia de su cliente. Algo descuidada pero imponente, la vieja construcción lo recibió en silencio. Una camioneta moderna estacionada cerca de los eucaliptos delataba la presencia de gente en el interior.
Golpeó la puerta y a los pocos segundos le abrió la puerta la persona que lo estaba esperando. Se saludaron y hablaron con efusividad, como sucede antes de comenzar una charla de negocios. La cuestión que tenían que resolver les llevó largamente dos horas. El cliente, al mirar el reloj, abruptamente señaló que debía dar por concluida la reunión. Por suerte, ya habían llegado a un acuerdo en todo. Faltaba un detalle, casi imperioso.
- Disculpe, pero... ¿no tiene un teléfono que pueda usar?
El dueño de la estancia, que ya estaba colocándose el saco, lo miró con extrañeza.
- ¿Y el suyo? ¿O acaso no sabe que no uso?
- Si, perdone, pregunté por las dudas. Me quedé sin crédito y debía contestar un mensaje si o si.
- Una pena, con certeza. Eso sucede por depender de la tecnología.
- Si, realmente.
- ¿Y su avión sale puntualmente?
- ¿Mi avión? ¿Cómo sabe que viajo?
- Lo supuse - contestó velozmente, tratando de aparentar seguridad - Es usted una persona de negocios y si me citó para una hora determinada, con un tiempo determinado, seguro era porque no podía perderse un viaje.
- Es muy observador, lo felicito. Ahora si me lo permite, salgamos, que de lo contrario, el avión partirá y me olvidará en la ciudad.
El hombre apagó las luces, cerró con llave y tras el saludo formal, comenzó a caminar hacia su camioneta.
- Oiga... ¿usted ahora va para su casa?
El cliente, que entonces estaba abriendo la puerta de su vehículo, lo miró con recelo.
- Si. ¿Por qué lo pregunta?
- ¿Es casado?
- Si, claro.
- Mire, tengo aquí unas flores en el baúl que compré para mi mujer. Pero estaba pensando... ¿por qué no se las lleva a su esposa y le da una sorpresa?
- Es buena idea. ¿Y su mujer no se molestará?
- Descuide, ella no sabía que le llevaba flores.
- Se las acepto entonces.
- Espere, pongamos algo en la tarjeta que tiene en blanco algún mensaje, como por ejemplo... déjeme pensar... ah, ya sé, esto no falla nunca. Sé lo que le digo.
Garabateó algo con lapicera y se lo entregó a su cliente, que miraba de reojo la hora, para no demorarse mucho más.
- ¿Si, mi amor? - preguntó el hombre colocando las flores en el asiento del acompañante de la camioneta.
- Esa frase paga, hágame caso. Cuando su mujer le pregunte la razón, usted le dice algo romántico, como por ejemplo, que es la respuesta a cualquier pregunta que ella haga sobre la relación. Invente. Es divertido.
Se volvieron a saludar y luego la camioneta abandonó la estancia por el camino de tierra. Él esperó un par de minutos para subirse a su coche. El manotazo de ahogado podía dar o no resultado. Lo sabría una hora más tarde, cuando arribara al motel de la ciudad. Si ella estaba allí, era que había entendido el mensaje. Si no estaba, era que había subido al avión con su marido.
¡Qué manera de complicarse las cosas! Y todo por no hacerle caso a su mujer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, qué chévere tu historia, me quedé pegada y para que termine de esa manera, jeje. Me gustó mucho.
Saludos desde Perú.
Atte. Betsy Fernández.