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30 de marzo de 2014

LHDNT

El caso de Narciso Torres fue muy particular. Llamó la atención de especialistas del trastorno del lenguaje, psicólogos y psiquiatras. ¿Quién a esta altura no recuerda los extensos artículos publicados por expertos de todo el planeta en las prestigiosas revistas "Mentes humanas", "Ciencia al día" y "Analizando"? Son materiales de estudio en universidades e institutos privados.
Sin embargo, pocos han tenido la dicha de tratar con este joven mendocino, nacido en el seno de una acomodada familia de vitivinicultores. Y mucho menos, la desgracia de haberlo visto morir.
Lo conocí a los seis años, cuando sus padres, muy nerviosos, me lo llevaron al consultorio por consejo de los docentes del colegio. Iba medio ciclo lectivo y el pequeño Narciso no solo estaba atrasado con respecto a los demás en materia de aprendizaje del alfabeto y la lengua, sino que además no podía realizar una escritura coherente.
No tardé demasiado en comprender que aquello que asustaba a maestros y padres, lejos estaba de ser verdad. No había atraso alguno en Narciso, más bien lo contrario. Si alguien le pedía que escribiera su nombre, ponía N. A partir de ese detalle, di rápidamente con la respuesta por la cual, cuando en el pizarrón la maestra escribía con tiza "Mi mamá me mima", en el cuadernito del niño, que debía estar copiado aquello, aparecía "MMMM".
Narciso, para sorpresa de todos, solo podía comunicarse en la escritura mediante las iniciales de las palabras. Hablaba bien y leía bien, y así lo fue demostrando a medida que crecía, pero no había manera que escribiera como todo el mundo.
Lo llevé durante años a diversos especialistas del país e incluso, a encuentros y simposios sobre el lenguaje. Decenas de investigadores de diversas ramas viajaron desde remotos lugares para entrevistar y estudiar a fondo a Narciso Torres.
Con el tiempo, las horas compartidas en largos viajes, las sesiones en consultorios ajenos -a las que acompañaba - hicieron que ganáramos confianza. Al poco tiempo, se hizo amigo de mis hijos, que eran un poco más grandes de edad, y de esa manera, pude verlo incluso en mis tiempos libres, correteando por la casa o jugando a la pelota en la plaza de la esquina.
Pero a pesar de todo lo que se hacía para ayudarlo, sus textos seguían siendo tan preocupantes como enigmáticos, al punto de sacar de quicio a más de una persona, que impedida de comprender lo que intentaba plasmar sobre una hoja, terminaba ofuscada.
Recuerdo un mail donde me expresaba con felicidad "¡MFNQD!" que me llenó de alegría. Con simpleza me deseaba una "muy feliz navidad, querido doctor". Pero al imprimirlo y mostrarlo, nadie supo descifrar lo que quería.
En la escuela me llamaban casi a diario, para que corrigiera sus deberes o bien, para transcribir sus exámenes. Y debo confesar que muchas veces, viendo que las respuestas estaban equivocadas, ayudé a que se sacara una buena nota. Era en si, parte de la ventaja de entender sus iniciales, pero al mismo tiempo, la manera de hacer algo de justicia en nombre de Narciso, tan relegado y mal visto por su problema.
No pensaba entonces en el Narciso niño que le costaba comunicarse con los adultos mediante la letra escrita, sino en el Narciso grande, queriendo ir a una universidad o enviando una carta postulándose para un empleo.
Sus primeras composiciones, como ser la clásica "La vaca", fueron un dolor de cabeza para las docentes, pero no para mí. Si bien no había una gran originalidad en su descripción, el "LVEUAQVELCYDL" que encabezaba el cuarto de página que le había entregado a la maestra podía leerse con facilidad, a mi entender, si es que uno prestaba atención: La vaca es un animal que vive en el campo y da leche".
Pero no hubo caso. El pobre Narciso fue apartado del colegio tradicional y tampoco aceptado en escuelas especiales. Por fortuna para él, acepté ser su tutor y le impartí clases particulares, asistido por psicopedagogas de confianza, que aprendieron a la par mía a tomarle cariño y paciencia.
En mi libro "LHDNT", narro con lujo de detalles justamente lo que indica el título: La historia de Narciso Torres". Claro que cuando lo edité, Narciso aún vivía y no había sucedido el fatal desenlace.
Equivocarse en la traducción de un texto suyo era probable, claro que si. Sucedía a menudo y solía despertar entre nosotros alguna que otra sonrisa y en menor medida, arrancar una carcajada. Podría evocar muchas situaciones, pero hay algo que me lo impide y es el remordimiento.
Quizá este texto no sea otra cosa que un intento de disculpa con su familia, una forma de acercarme con cautela a esa tarde, que más allá de mis esfuerzos, retorna con dolor a mi mente en una frecuencia poco agradable.
Aquel papel pegado en la puerta de su casa, previendo mi visita rutinaria de cada tarde antes de ir al consultorio, con el fin de continuar nuestra interminable partida de ajedrez, fue su sentencia. O bien, mi condena.
ECLLDSNVATLT
Lo quité de la madera y mientras entraba a su casa, de la que tenía llaves, ya que solía cuidar sus plantas y peces cuando salía de vacaciones (hasta ese punto nos habíamos hecho amigos), esbozaba una sonrisa, meneando la cabeza de un lado a otro, casi de manera cómplice.
En el centro del living, estaba el tablero con las piezas dispuestas. Me tocaba a mí y como había sospechado por el mensaje, seguramente había movido y percatado del error en el que había incurrido. Entonces, a modo de broma, me advertía sobre la obviedad de mi próximo movimiento. Así era Narciso.
"Estoy con la loca del segundo, no vayas a tomarme la torre".
La loca del segundo era una pelirroja que abundaba en curvas. Narciso estaba loco por ella, pero la chica no le permitía avanzar. Al fin lo había logrado. O eso me imaginaba. Pero ahí estaba, en su living, sonriendo con picardía, pensando en lo bien que lo estaría pasando, contento por ese joven al que a veces atormentaba presentándole profesionales de la salud de todo el mundo, que deseaban con ansias estudiar su caso. Ser su amigo era una forma de pagarle esa gratitud para conmigo, desde aquella primera vez que nos vimos en mi consultorio, cuando él aún era un niño y hacía poco que había soplado las seis velitas en la torte de cumpleaños.
Sopesé el tablero y vi su torre expuesta. Ya lo estaba de su movimiento anterior, pero había optado por poner a salvo mi rey. Ahora, quedaba a mi merced. La tarde caía afuera y la ventana delataba ese adiós del día. La luz era escasa y a mi edad, su presencia es más que una compañía. Me dirigí a la llave de la luz pero el clásico movimiento de la tecla no deparó ningún cambio en la habitación. Miré más allá y vi la térmica abajo. Me acerqué y la levanté. Ahí fue el instante en que escuhé su grito.
En la soledad de mi consultorio, donde me refugio cada atardecer, huyendo de mis pecados y de mis pacientes, trato de descifrar todos los mensajes posibles con esas doce letras, en el orden elegido por Narciso.
Y las posibilidades son demasiadas. Elegí una y me equivoqué. Y hoy pago por ello. Me cuesta creerlo, pero yo lo maté. Tendría que haberme dado cuenta que la loca del segundo no le hubiese dado bolilla ni en el mejor de los sueños y que la torre estaba así porque venía de una jugada anterior y no porque Narciso se equivocase en la movida previa.
Además, claro está, relacionado la térmica baja con su ausencia en la habitación.
"Estoy cambiando la lamparita del sótano, no vayas a tocar la térmica".
LPM, Narciso. Mirá que pifiarla así.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tenía que haber sido más precavido.
Considerar que la llave estaba así por algo. No hacía falta entender el mensaje. ¿Que clase de profesional era?