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19 de febrero de 2014

El monótono gris del cielo

La tormenta desató un desahogo inútil sobre su cuerpo, que sin amedrentarse continuó su marcha hacia lo alto de la barranca. Sabía que cada esfuerzo era un intento de escapar a su condena. Que cada metro que avanzaba significaba un metro menos hacia la libertad.
A pesar del aguacero torrencial, escuchaba los ladridos que atravesaban el denso follaje de los árboles. Le parecía increíble. Había cruzado un bosque y aún los tenía pisándoles los talones.
Miró el cielo, que resistía a fuerza de nubarrones gris, escupiendo sin piedad su balacera de agua. Podía ser de noche o de día, nadie era dueño del tiempo, solo la bestial tormenta que se había apoderado de todo. Trató de asirse a otra roca, de escalar otro peldaño en el barranco, pero la mano resbaló, perdió el equilibrio por primera vez y supo que caería irremediablemente. Sintió un vacío en su estómago y cerró los ojos. Entonces su otra mano atrapó una saliente y sintió otra vez que había recuperado el eje. Respiró profundamente, abrazándose a la piedra.
Los ladridos se alejaban. Seguían su rumbo hacia el norte, en dirección a la continuidad del bosque. No habían hallado su pista, pasaban de largo. Volvió a expulsar todo el aire que pudo, en un gesto de desahogo, de vestigio felicidad.
Elevó los ojos una vez más, reclamando piedad. La lluvia era la única respuesta, junto a los truenos y relámpagos que quebraban el monótono gris del cielo. Hacia la derecha divisó una caverna. Le sonrió a la nada. Una oquedad para esconderse en la tormenta. Agradeció a la madre fortuna y emprendió la marcha.
El agua lavaba su rostro, no así las impurezas. Ya no oía los perros ni los gritos de los guardias. Su fuga era un hecho. Se recostó en la oscuridad, con la melodía de la lluvia como un arrullo.
En algún momento habría sol y seguiría su marcha. Se iría lejos, donde nadie lo encontrara. Sería esta vez más astuto, más amigo de la noche, más desconfiado de la gente. Una vez que el cielo trocara su color, el haría lo propio con su condición de fugitivo. Era cuestión de esperar, aguardar con calma, terminar la odisea.
Sus ojos cerrados se abandonaron al cálido refugio del sueño, olvidándose del temporal, del cuerpo mojado, del estómago vacío, del ladrido de los perros, de los gritos de los guardias, del sonido de los pasos bajando por las rocas, de los cuerpos sostenidos con cuerdas descendiendo en la noche, de las linternas iluminando con sus haces las verdades y los espantos, de los fusiles apuntando contra su cuerpo apretujado, en un sueño extasiado, en el fondo de aquella caverna, en el barranco empinado, de grandes salientes, que entonces creía, era el camino hacia la libertad.

2 comentarios:

Mauro Croche dijo...

Hola Ernesto, hice un pequeño listado de blogs dedicados a la literatura fantástica y de terror, te dediqué unas palabras. Un abrazo. http://www.666cuentosdeterror.com/2014/02/mas-cuentos-de-terror.html

SIL dijo...

La muerte y la libertad tienen infinitas cosas en común.



Abrazo.