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20 de agosto de 2013

Los sábados de Romualdo

El sábado era un día especial para Romualdo. Lo esperaba con ganas. Temprano, antes que amaneciera, se levantaba y ponía el agua al fuego. Mientras se cambiaba, escuchaba el leve sonido de la hornalla calentando el acero. Luego preparaba el mate, cuidando que le saliera suave, que era la mejor manera de tomarlo al comenzar la jornada.
Cuando el sol ganaba altitud sobre el horizonte, lo encontraba en el patio, con la pala en la mano. Con movimientos minuciosos, levantaba la tierra y separaba los cascotes hasta dar con las anheladas lombrices. Finalmente sacaba la caña y los anzuelos del cuartito que estaba en el fondo de la casa y provisto del termo, yerbera, mate y bombilla, salía montado en la bicicleta rumbo al río.
Apartado del ruido de la ciudad, de la rutina del día a día, de los mandados para el hogar, Romualdo era feliz. A veces la caña se movía y él amagaba con pegar el tirón, pero luego recordaba que no era intención suya pescar algo, sino abandonarse a la paz, y volvía a relajarse, confortándose con el sonido del agua, el andar del viento y el volar de los pájaros.

2 comentarios:

SIL dijo...

La paz suele tener visos de cotideaneidad.


Abrazo grande.



SIL

José A. García dijo...

¿Quién puede darse el lujo de algo semejante hoy día?

Bien por Romualdo!

Saludos y Suerte

J.