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1 de abril de 2013

El huevo de pascua

Lo que los asustó no fue el grito de Malena, porque el grito de Malena fue a causa justamente de eso. Los demás chicos salieron corriendo, dejando sobre la mesa sus huevos de chocolate, que al caer desparramaron los confites que traían dentro.
Aquel alarido, más el espanto general de los pequeños provocó que los mayores congregados al almuerzo familiar corrieran a la mesa de los niños. Ningún padre presente podía dar crédito a sus ojos. Ningún abuelo había visto algo similar en su vida.
Malena, paralizada, aún lo sostenía con sus dos manos. Aquella reunión de Pascuas quedaría para siempre en su vida y con seguridad retornaría en noches de tormentas, en forma de pesadilla. Parecía una estatua de mármol, por lo rígida y blanca. Las venas se marcaban en su cuello, por el fuerte grito que había dado. Una lágrima rodó por su mejilla y fue la señal para que alguien actuara.
Fue su padre, que tomando coraje, dio el paso al frente. Con asco le quitó a su hija el huevo de Pascua de las manos y lo arrojó a la pared más lejana, rompiéndolo en cientos de pedazos. Malena, ya sin aquello en su poder, agachó la cabeza y vomitó todo el almuerzo sobre sus zapatitos rosas.
Reinó un silencio casi espectral. Los niños se habían escondido en sus habitaciones y las mujeres, que hasta el momento habían permanecido detrás de sus hombres, quitaron la vista del espanto y fueron tras sus hijos y nietos.
Los que quedaron en el lugar, se ocuparon primero de alejar a Malena y luego, formaron un semicírculo alrededor de aquello, que tras haberse estampado contra la pared, había caído en el suelo. La cubierta de chocolate había desaparecido. Aquel horror que había aparecido en las manos de Malena al romper el huevo, latía ahora en el suelo.
Su peculiar sonido parecía el chapoteo en el barro de un animal pequeño. Una masa sin forma, de color rojizo de un lado y verde del otro, con pequeñas arterias que iban de un lado a otro, bombeando como un corazón.
Plop, plop, plop, plop, plop...
- ¡Basta! - gritó uno de los hombres.
El abuelo de Malena buscó una tabla de picar carne y avanzó entre los demás, hasta hacerse lugar frente a aquella repugnante cosa. Luego la azotó con todas sus fuerzas, golpeándola con la tabla. Aquello explotó violentamente, salpicando la pared y los pantalones de los que estaban más cerca.
- ¿Qué carajo era eso? - preguntó alguien, con voz temblorosa.
Pero no hubo tiempo para respuestas. Malena estaba delante de ellos, mirándolos fijamente. La blancura de su piel había desaparecido. Ahora la cubrían arterias azules y rojas, que bombeaban todo el tiempo, mientras su cuerpo iba perdiendo forma y sus ojos se convertían en algo sombrio, oscuro, tanto o más que el chocolante que los cubría.

4 comentarios:

mariarosa dijo...

Wawww que regalo de pascua.

Impresionante historia Neto, me dejaste sin palabras y con la piel de gallina.

mariarosa

José A. García dijo...

Por cosas como éstas es que en mi casa impuse el no festejo de las pascuas.

Gracias por recordármelo con tan espeluznante relato.

Saludos

J.

SIL dijo...

Menos mal que los comimos todos ayer...

No quedó ni uno y si quedara, no lo abría :D



Abrazo, Neto.



SIL

Con tinta violeta dijo...

Uf, no me quedaron ganas de abrir el mío, por si acaso...
Fantástico!
Seria el huevo del diablo?