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20 de noviembre de 2012

Tres mujeres

Suelo verlas a las tres, cada una con su mundo a cuestas, ir y venir. Viven en el mismo edificio y es probable que no se conozcan entre si.
A la más alta le he puesto Elvira, sin ninguna razón en particular. Tiene el andar seguro y camina siempre con la mirada erguida. Su cabellera abundante me inspira hermosas sensaciones, ganas de acariciarla, de sentir de cerca el aroma de su piel. Se marcha temprano y recién regresa cuando la tarde se despide del hoy. Jamás vacila ante la puerta, sabe donde guardó la llave y sin perder un instante, gira el picaporte para desaparecer de mi vista. De los ojos que ella ignora.
Cecilia no se parece en nada a Elvira. Es idéntica a mi tía Cecilia, por eso el nombre. Las similitudes son varias, desde la forma de su cuerpo, ensanchado en las caderas, hasta la forma de mover las manos al caminar. Lleva el cabello corto, y se nota que no está conforme, porque lo peina de diversas maneras y suele teñirlo con asiduidad. Pero ningún estilo le dura más de tres días. Pero a pesar de ello, es imposible confundirla. No es de las mujeres que pasan desapercibidas. Tiene un aire histérico y alterado que la hacen notar. Sus horarios me desconciertan por lo que pienso que no debe tener un empleo estable.
La más linda de las tres es Pamela. Rubia, esbelta, de piernas largas y figura cuidada, de esas que se consiguen con horas de ejercicios y una dieta rigurosa. No soy el único que nota su belleza. Al salir a la calle se gana las miradas de todos los hombres que circulan cerca, y en más de una ocasión, he visto la contemplación extasiada de alguna mujer. Trabaja de tarde. Se va a la hora de la siesta, con las veredas casi desiertas y vuelve de noche, con las estrellas en el cielo.
No conozco sus verdaderos nombres, no es tampoco una preocupación. Me conformo con los que les he puesto. Ignoro todo de sus vidas, pero me satisface lo que imagino para cada una de ellas.
Estoy seguro que Elvira está al frente de una empresa, ya sea como dueña o encargada. Debe tener una voz potente y muy firme. Y debajo de la ropa de marca que viste, un cuerpo descomunal. Quizá sea amante de un jefe o bien, tenga un novio que ocupe un cargo en política o en algo similar. De todas formas, es la que debe llevar las riendas. Tiene ojos celestes, que casi siempre cubre con anteojos de cristales oscuros y marco grueso. Sus labios invitan al deseo, pero al mismo tiempo, son dos brasas de fuego que repelen por instinto. Por alguna razón besarlos sería morir en el intento, arder en una trampa en llamas.
La parecida a mi tía, Cecilia, me da un poco de lástima. No solo porque creo que no tiene una ocupación segura, sino porque la noto desaliñada, distraída con su propio aspecto. No es un aire de despreocupación la que la rodea, sino de estúpida inconciencia. Me cuesta imaginarle un novio. No porque sea algo regordeta. Al contrario, me gusta así. Tiene un aspecto sano en ese sentido. Pero los nervios la delatan, la marcan como una mujer difícil. Por eso mi sentido común me advierte de su soledad. Y como en un círculo vicioso, esa ausencia de amor alimenta sus nervios, que a su vez, espantan a todo posible candidato.
Con Pamela me sucede algo raro. Cada día le imagino una vida distinta. A veces es una provocadora, que vive libertinamente y otras, una chica inteligente y muy racional, que mide cada acción como si de eso dependiera el resto de sus días. Jamás la veo cansada, ni apurada. El mismo tranco, la misma pausa para sus deseos, como el placer de perder minutos delante de las vidrieras de la cuadra. No descifro su trabajo, así que la hago oficinista, promotora y hasta prostituta, pero solo los días en que estoy de mal humor.
Las tres me despiertan preguntas, me roban la atención. Pueden pasar cientos de personas en el día, pero únicamente me detendré una y otra vez sobre ellas, atento a sus movimientos, sus gestos, al aura que las rodea.
Me gustaría, confieso, poder hablarles, decirles cuánto las aprecio a pesar de no conocerlas. Me encantaría, claro que si. Pero me detienen varias razones. Podría decirse que la principal es la del recato, la mesura. Nadie le confiesa a otra persona que le dedica su tiempo a estudiarla, que no puede dejar de mirarla. El límite entre la admiración y la perversión es casi invisible. Una verdad de ese calibre es un suicidio social, es condenarse moralmente.
Otra, es mi condición. La misma que me obliga cierta responsabilidad con los actos que realizo. Mi postura ante la vida o mejor dicho, la forma en la que me gano la vida. No es algo que me enorgullezca mencionar. Principalmente porque somos seres de prejuicios y los conceptos se lanzan sin analizar el contexto, la realidad. Podrán pensar que soy un rufián, una mala persona, alguien que se aprovecha de los demás, pero no es así. La necesidad de sobrevivir nos empuja, casi sin que advirtamos los límites que cruzamos. En este universo de crueldades, vivir es lo más complicado. Hacer de ciego a la salida de la tienda más grande del barrio, no es un orgullo, es una consecuencia de la miseria. Vestir mi piel con una mentira, ocultar mis ojos de los ajenos, disimular lo que no soy, es parte de mis días y mis noches. El hambre no tiene horario, la búsqueda de pocas monedas, tampoco.
Y mientras mi existencia carece de brillo, las observo, a ellas tres, con sus historias lejanas, distantes, ofreciéndome sin embargo a que aferrarme jornada tras jornada.
Motivo suficiente para demostrarles mi afecto. Pero les decía de razones y me falta aún la más importante, la que sepulta a todas las demás, incluyendo la vergüenza y el temor a ser señalado.
Recuerdo la tarde en la que aquel hombre, un vecino del barrio, se acercó para dejar caer un billete dentro de sombrero que siempre me acompaña. Hasta la fragancia que refrescaba su cuerpo quedó impregnada en mi mente. Su voz agrietada por los años fue cordial y el tono fue de compasión.
- Qué suerte que no puede ver, amigo. Me duele la vista cada vez que paso por aquí. Justo del otro lado de esta calle, en un edificio espantoso que ni vale la pena describirle, hace unos años vivió una peste de ser humano. Asco me produce el recuerdo, pero peor, mucho peor, es el olvido. Ese maldito, si es que puede llamárselo de alguna forma, secuestró a lo largo de los años a varias mujeres, a las que mantuvo cautivas y luego asesinó de manera feroz. Fue descubierto recién cuando el hijo de puta se suicidó arrojándose del balcón del primer piso. Tome este billete. No ver a veces debe ser bueno.
Quiero creer que no se arrojó, sino que ellas lo empujaron. Todas, o acaso una. Intento en ese caso, interpretar cuál, si Elvira con su carácter arrollador, si Cecilia con sus nervios siempre alterados o Pamela, con su belleza a flor de piel.
Es probable que ninguna sepa de la existencia de la otra. Lo creo así. Encerradas en sus prisiones eternas, viviendo una vida que no es tal, que quizá solo tenga desarrollo en mi mente, como una forma de gratitud por la compañía, por ese ir y venir que me mantiene despierto, mientras el hambre y la vergüenza me penetran, cual daga sediciosa.
Desearía algún día dejar de verlas, porque sería señal que al fin descansan. A nadie puedo compartir mi tristeza, pues técnicamente soy ciego, a eso me dedico. Pero por más que me esfuerce en hacerlo bien, he comprendido que no ver no es una elección, sino tan solo algo para mitigar el hambre, esconder los propios engaños y postergar la muerte.
Ciego o no, el horror nunca dejará de mostrarse.

6 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Renovaste la leyenda de Tiresias, un ciego que veia el futuro. El personaje de esta historia no ve lo que demas ven pero ven lo que lo demas no pueden ver. Tal vez las tres mujeres lo necesiten, tal vez la que llama Pamela necesita alguien que la quiera, sin violencia. Alguien que la pueda ver, como el protagonista.
Tal vez tenga que intervenir.

mariarosa dijo...

Que historia Neto, cuánto puede ver un ciego desde su mundo aparte....

mariarosa

el oso dijo...

Esro me recuerda que es peor siempre el espanto que sale de adentro que el que viene de afuera.
¡Excel, Neethoven!
Abrazo!

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

El giro del relato llegando al final lo enaltece aún más en su calidad (notable, por otro lado, como es habitual en tus cuentos), y nos deja con la boca abierta, absortos y muy satisfechos con lo que acabamos de leer.
¡Felicitaciones, Netomancia!
Excelente...

SIL dijo...

Muy bueno, Netito.

Los ciegos perciben cosas que se ocultan a los ojos de quienes vemos.

Otro abrazo.


SIL

Raúl Sesos dijo...

Sil! Sos una divinidad de hermosa por dentro digo 'mi amorr'con muchas erres cada vez que veo tu foto, te amo!y no es joda te amo!