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1 de agosto de 2012

Las teorías de Yos

El único alumno que no aprobaría el año sería Yoselin. Sus profesores estaban tan seguros de eso, que ni siquiera se preocupaban en corregirle los exámenes.
Yos, como todos le decían, era alguien muy particular. Sus padres habían desistido de seguir acudiendo a la escuela ante cada llamado, porque consideraban que el chico no tenía remedio alguno.
No era problemático ni tampoco tenía problemas de aprendizaje, pero no estaba a la altura de sus compañeros. Es más, no le interesaba.
Cada mañana entraba al salón a horario y se sentaba en su asiento, a la par del resto. Pero luego, su atención de dispersaba hacia lugares distantes de aquella habitación, ignorando toda advertencia, reto o queja del profesor de turno, e incluso, de sus compañeros.
A veces miraba por la ventana durante horas y otras, tan solo enfocaba su vista en una hoja en blanco y allí la dejaba, hasta que el timbre de salida resonaba en los oídos del alumnado.
Las pocas veces que hablaba era para dejar perplejos a sus interlocutores. Muchas veces, con el fin de ponerlo en ridículo delante de la clase, algunos profesores se paraban delante de él y le preguntaban sobre lo que estaban hablando. Yos no solía responder, pero cuando lo hacía, era a la perfección, ampliaba el tema y siempre, en cada oportunidad, aportaba algo personal, su propia teoría sobre el tema que fuese.
Sus teorías, justamente, llamaban la atención. Solía pronunciarlas en esas situaciones o bien, en determinado momento se le acercaba a alguien que elegía al azar y le formulaba una de las tantas que tenía.
Las mismas abarcaban muchas temáticas, al menos eso corroboraron cuando empezaron a tomar nota sus propios compañeros, por lo visto, más interesados que los adultos en lo que decía Yos.
Algunas parecían inverosímiles, como la que postulaba que los ovnis no eran otra cosa que ideas fugaces que recorrían los cielos, buscando una mente en la que posarse. Otras causaban risa, como la que afirmaba que la mayoría de las personas peladas, salen a correr, debido a una necesidad inconciente de ventilar la zona calva. A un profesor le había dicho que la teoría heliocéntrica estaba equivocada, porque la visión humana aplicaba una óptica unidireccional no compatible con la idea de universo. Solía decir que los perros tienen clones, que cuando uno cree que un perro es parecido a otro, en realidad es el mismo, dado que la naturaleza tiene el poder de imitarlos exactamente.
Pero las teorías que más debate generaban eran las que tenían que ver con las conductas humanas. Decía que los profesores que se arremangaban las camisas, eran proclives a sufrir disfunciones eréctiles. Que aquellos que hacían anotaciones en los márgenes de los cuadernos, hojas o libros, escondían secretos inconfesables, mayormente relacionados a la homesexualidad. Que mirar mucho el piso era señal de poseer genes pedofílicos en el ADN. Que los que sonreían demasiado eran personas que decían lo que los demás querían escuchar y no lo que realmente pensaban. Que ir a misa era señal de no creer en uno mismo. Que escuchar conversaciones ajenas era propio de los que tenían sueños recurrentes en los que hacían el amor con integrantes de su propia familia de sangre.
Esas y decenas de otras teorías se han ido anotando en hojas sueltas, que luego se han recopilado y fotocopiado, siendo un material que recorre todas las aulas del colegio desde hace un tiempo. Los profesores saben que Yos seguirá en el curso, porque no desean tenerlo otro año a su cargo. No quieren que continue atormentándolos con sus teorías, muchas de las cuales, saben, solo son pronunciadas para resaltar este o aquel defecto sobre sus personas.
A Yos tampoco le importa demasiado la situación. Tiene la teoría que la escuela no educa, solo transmite conocimientos obsoletos. Al mismo tiempo, descree de sus propias experiencias y hasta, de muchas de sus teorías. Solo se aferra a un postulado, que sabe, jamás cambiará, por los siglos de los siglos. Es aquel que dice, con una seguridad irrefutable: solo sé, que no sé nada. Y su teoría al respecto es que aquel que piense lo contrario, tendría que tener al menos la soberbia de afirmarlo.
Aguarda la comprobación de su teoría en silencio, mirando el infinito, ese punto que no existe, suspendido en alguna parte, entre sus ojos y la nada misma.

3 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Curioso personaje. La escuela se equivoca con él. Deberían sacarle mayor partido ya que solo el que sabe que no sabe nada es quien tiene mas necesidad de buscar respuestas y ahí reside el pensamiento científico...buena crítica. Seguro que D Oso coincide. ¿donde están los maestros motivadores?
Besos!

SIL dijo...

Pichoncito retorcido y travieso de Sócrates, no lo querría de alumno- muchas gracias- , no vaya a ser que le acierte en alguna de sus teorías conmigo y me mande al frente mal... jaja.



Abrazo muy grande.



SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡Cuánta imaginación para crear esta historia!
Genial, Netomancia.
¡Saludos!