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9 de mayo de 2012

La certeza de nuestros males

Cuando Federico inició su carrera de psicología jamás imaginó la importancia que tendría su fanatismo por la electrónica, los circuitos y todo el tiempo que de chico le dedicaba a desarmar y armar sus juguetes.
No fue hasta después de ejercer varios años que intuyó que podía hacer algo más que simplemente escuchar al paciente. Sentía que había un compromiso que la profesión no alcanzaba, que era la certeza del diagnóstico.
El pensaba que si bien le podía indicar a Cecilia que su mente se bloqueaba para olvidar a su pequeño, no quedaba ciento por ciento seguro de ello. Podían existir otros matices, otras cuestiones, también determinantes en el estado de la paciente.
De la misma manera, a Oscar le podía sugerir la visita a un gastroenterólogo, porque si bien lo suyo era nervioso, repercutía en su estómago, pero cuando Oscar se retiraba de su oficina, se quedaba meditando sobre si eso era todo, si acaso no había más que hacer por ese hombre.
Fue entonces que inició una búsqueda implacable para responder sus interrogantes. Y si bien hurgó en sus conocimientos, no fueron precisamente los concernientes a la psicología, sino a los otros, a esos que pertenecían a su hobby de niño y adolescente, a ese afán de armar circuitos y soñar con inventar grandes maquinarias.
Con esfuerzo denodado, trabajó en su casa, probando esto y aquello, sin rendirse ante los fracasos y exultante ante cada paso exitoso. Se podía ayudar a los demás sin temor a equivocarse, se reiteraba mentalmente, como si ese solo pensamiento fuese suficiente para impulsarlo a alcanzar lo que en definitiva sería, el mayor invento de la historia de la humanidad.
Dos años y tres meses después del primer boceto en lápiz, Federico presentaba en sociedad la "lectoindagadora humana". Una máquina única, que en su aspecto podía asemejarse a un moderno equipo de rayos x, pero que sin embargo distaba años luz en su potencial.
La máquina que había inventado Federico podía leer el alma humana y aquello que carcomía su espíritu.
Por eso, cuando el primer paciente (en realidad, su primer conejillo de indias) se recostó sobre la camilla adecuadamente iluminada y dejó posar sobre su cuerpo la placa de nanofibras solares, el mundo científico se paralizó, expectante del resultado.
Federico fue cauteloso, esperó el minuto que tardaba la máquina en escanear al paciente y recién luego se metió en el habitáculo de control, donde una pantalla mostraba aquello que la placa devolvía en forma de imagen y varios sensores registraban datos tan minuciosos como técnicos y carentes de valor para el común de las personas.
Salió minutos después, blandiendo una placa similar a la radiográfica, salvo que con un matiz más colorido. Se la entregó a Rómulo, su paciente, sin mediar palabra alguna. No hacia falta, la imagen era elocuente. El corazón estaba atravesado por una daga y esa daga tenía escrito un nombre: Susana.
Le dio turno para la semana entrante e hizo pasar al siguiente. Había comenzado una nueva era para la psicología. La precisión en el diagnóstico. La certeza de nuestros males.

7 comentarios:

mariarosa dijo...

Aplausos para Federico y para Neto, que han creado una nueva era en la medicina,uno y otro un cuento fantástico. Como siempre hay que sacarse el sombrero ante tus cuentos.

Un saludo.

mariarosa

Anónimo dijo...

Supongo que ese invento será el fin de la psicología, ¿no?.

Saludos, un placer pasar por acá, como siempre

Con tinta violeta dijo...

Genial!!! Ahora solo le queda patentar el invento!!!(ya sabes, cinco papeles por triplicado, veinte copias compulsadas con sus timbres o sellos, copia del DNI,esperar la fila con paciencia,...vuelva usted mañana...etc, ji,ji,ji)
Muy bueno Neto!

SIL dijo...

Genial, Netito.

Es muy bueno!!!


PD:
¿con nombre y todo el puñal ¿?¿?¿?

A la marosca...


No voy ahí ni que me maten, mirá...

:PPPPPPPPPPPPPP


Abrazo,


SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡Excelente!
Además de toda la trama fantásticamente llevada de principio a fin, me encantó el uso de los neologismos derivados del invento. Un acierto todos ellos.
¡Felicitaciones!

Anónimo dijo...

Me gustó. Lo que menos me esperaba era un final feliz, jajaja. Saludos.

Anónimo dijo...

Pd. ¡Está buenísimo el nombre de la máquina! Ya quiero una para usarla con fines maléficos, ñaca ñaca.