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29 de diciembre de 2011

El encanto de las serpientes

Era su primera visita a un psicólogo. Desde que tenía uso de razón, sentía adversidad sobre las personas que acudían a estos especialistas. No encontraba lógica alguna en el hecho de sentirse bien a partir de contarle a un desconocido cosas personales. Se le antojaba un profesional a medias, una especie de chanta con título, que lo único que haría mientras durara la consulta sería escucharla y mover la cabeza, asintiendo o negando, según correspondiera la situación. Llegó repleta de preconceptos y mucho disgusto. Esto último debido a que en su casa la habían obligado a ir.
Su padre estaba preocupado, lo mismo que su madre. Pero no fueron ellos quienes más insistieron, sino su hermana. Había existido desde que eran chicas una reticencia a hablar de problemas particulares entre las dos jóvenes. No eran los tres años que separaban una de la otra, sino la personalidad que poseían. Ella era menos segura, no tan linda y algo más inteligente; y su hermana, hermosa, despreocupada por el estudio y ferviente partícipe de evento social que se preciara de tal. Sin embargo, para sorpresa de ambas, la mañana en que ella estaba llorando desconsoladamente, su hermana abrió la puerta de la habitación y tras acomodarse a su lado en la cama, la escuchó durante hora y media y le habló durante un lapso similar, no solo demostrando tener los pies sobre la tierra, sino un conocimiento sobre su persona que jamás hubiese pensado.
Su hermana era la mayor y la que más libertad tenía a la hora de salir de la casa. La vida que llevaba parecía tener la luz de los días, mientras que la suya, solo las sombras de media tarde. Pero algo de esa luz la alcanzó en aquella charla y finalmente cedió. Por eso aguardaba ahora con paciencia su turno, en una sala pequeña, de banquetas verdes y una pequeña mesa en el centro, donde solo había una revista del cable.
Un cuadro en la pared mostraba a una niña corriendo entre flores de todo tipo. El celeste acuarela del cielo contrastaba con la diversidad de colores que se mezclaban en formas de flores. Un solo detalle la sobresaltó en su silenciosa observación. Una serpiente que aparecía escondida entre unos tallos, a pocos metros de la pequeña. Aquello la desconcertó. ¿Estaba la serpiente esperando atacar a la niña? ¿Tan solo era un detalle más del cuadro? ¿Acaso el pintor lo había hecho con un significado? ¿O esa serpiente era fruto de su imaginación?
La puerta del consultorio se abrió a sus espaldas. Salió una mujer de unos treinta y algo, junto a un niño de unos ocho o nueve años. El chico iba llorando. Intentó sonreírle a la pasada, pero su pobre esfuerzo no llegó a los ojos del pequeño. En cambio la otra mujer, con seguridad la madre, si la vio pero hizo caso omiso y pasó a su lado sin siquiera dirigirle un saludo.
Se quedó observando como se iban por la puerta de calle, que al abrirse filtró un poco de luz del exterior. Si no fuese que el psicólogo la llamó por su apellido, se habría quedado mirando ese espacio en el suelo donde el sol había hecho brillar la superficie unos instantes, para luego quedar sumido otra vez en la opacidad en la que se encontraba el resto del lugar.
El hombre al final no era ningún cuco y no solo escuchaba, sino que también le hablaba. Y preguntaba. Demasiado tal vez. Lo más difícil fue explicarle el verdadero motivo por el que estaba allí. Había otros, como ser la insistencia de sus padres y el calificativo de "persona negativa" que todos le ponían ante sus frases y acciones. Sin embargo la esencia de su presencia allí radicaba en aquella charla con su hermana, en la intimidad de la cama en la que dormía desde que era una pequeñita. E increíblemente, el cuadro de la sala de espera le había recordado parte de esa conversación. La idea de esa serpiente entre tanto color y alegría, le había dado escalofríos, de la  misma manera que su constante forma de ver las cosas le ocasionaba malestar y depresión.
Aquella serpiente era la perversidad personificada, la maldad plasmada en un detalle casi ínfimo, pero presente, esperando su momento de atacar y terminar con todo lo bello. Aquella pincelada de forma alargada y escamosa era el verdadero significado de aquella imagen. Ignoraba quién lo había pintado, pero lo comprendía. El mal no necesita ser inmenso para asustar. Puede parecernos insignificante y de golpe, devorarnos.
Cómo un cáncer.
Un ataque cerebro vascular.
Un infarto.
Un conductor ebrio.
Una maceta mal colocada en el balcón de un séptimo piso.
La vida es un escaparate de maldad. No siempre visible, muchas veces disfrazada. Pero siempre latente, esperando la oportunidad de arrojar una sombra sobre la luz, de esconder la belleza, de robar la felicidad. No sabía si el psicólogo la entendería y tampoco lo esperaba. Pero era cierto, necesitaba hablarlo con alguien más.
Sus miedos se remontaban a sus primeros años. Pero no había sido hasta el último invierno que se convirtieron en pesadillas. Desde que había aprendido a caminar, la curiosidad era su mejor compañera. Dado que su hermana le prestaba poca atención, se había apañado en sacarle fruto a sus horas en soledad. Se creía una exploradora y así fue creciendo, siempre con su afán aventurero, recorriendo techos, subiendo árboles, devorando libros y libros, alimentando sus conocimientos y al mismo tiempo, abriendo nuevas puertas con renovadas preguntas y más desafíos para su apetito mental.
Y sumando miedos, claro está. Porque aprendía de enfermedades, de la muerte, de la locura que se instalaba en ciertas personas convirtiéndolas en psicópatas, asesinos o violadores. Se asustaba con la contaminación, con los cambios climáticos, con el incremento de la mortandad infantil, con la hambruna que arrasaba ciertas regiones... saber implicaba el riesgo de no tener los paliativos para todo aquello que ella anhelaba confrontar y remediar.
Pero esos eran solamente sus miedos. Había algo más que comenzó el último invierno. Y al querer hablar de eso, desvió la mirada del psicólogo y la llevó a sus brazos: la piel erizada y fría, un cierto temblequeo en sus articulaciones. Sintió como las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. Ese algo más que escondía como algo horrible que llevaba dentro crecía y era hora de enfrentarlo. Así se lo había hecho saber su hermana.
- Nuestra fuerza proviene de cuánto deseemos estar bien, Ana - le había dicho antes de abrazarla y abandonar el cuarto.
Para estar bien, debía mirar a los ojos a aquello. Y para ello, debía utilizar toda su fuerza. Juntó el coraje y devolvió la vista al punto fijo que se había impuesto: el psicólogo. ¿Cómo explicar esa fuerza sobrenatural que llegó aquel invierno, ese poder que le permitía detectar la maldad alrededor, por minúscula que sea? ¿Cómo explicarle a ese hombre tan común, bien vestido, con un título universitario en la pared, que la maldad es como el polvo que se respira por el sencillo acto de estar en el aire que permite sobrevivir? ¿Cómo decirle, en pocas palabras, que el mal es parte de todos y que de una u otra manera, se hace uso de éste en algún momento dado la vida? ¿Cómo hacerle entender que por momentos no podía discernir si acaso veía lo que creía ver o simplemente era producto de una mente desbordaba por la negación, que de tanto temer a lo malo, lo había convertido en su eje de existencia?
Había llegado el momento de hablar y ahora le temblaba la boca y le palpitaba el corazón. ¿Y si estaba loca? ¿Y si todos aquellos que le decían en broma que le faltaba un tornillo, en definitiva tenían razón? ¿Y si acaso no solo era negación, sino también demencia? ¿Había sido el acto de su hermana de convencerla tan solo cariño y bondad o un esfuerzo último de repulsión para sentarla en el banquillo de los acusados donde la tildarían oficialmente como carente de cordura?
Estaba allí y no tenía otro camino. De repente, esa luz que tantas veces veía en otros, iluminó su mente. Para estar bien, debía ser fuerte. Era verdad. Pero ante todo, debía seguir siendo ella, para mal o bien. Exploradora, curiosa, inteligente.
Miró al profesional a los ojos y con voz clara y precisa, le preguntó:
- ¿Qué le transmite la serpiente del cuadro que está en la sala?
Y en silencio, esperó su destino.

6 comentarios:

Panchuss dijo...

los psicologos, estan ahi para preguntales, pero nunca responden.

feliz 2012 y espero estrecharte la mano antes del fin del mundo

un abrazo

panchuss

SIL dijo...

El psicólogo se metió en un lindo lío.

:)

Abrazo inmenso.


SIL

Edurne dijo...

Uf,me ha tenido pegada ala silla el relato... lo de la serpiente me ha dejado con una inquietud...
Yo tambiénme quedo esperando en silencio a ver si alguien responde.

Un abrazo y feliz Año Nuevo!
;)
Sin serpientes!

Con tinta violeta dijo...

De esta, el que se vuelve loco es el psicólogo, apueste que sí Neto...
Intrigante relato. Me gusta tan abierto y tan explícito por otro lado en el detalle del reptil...
Besos!!!

no es lo que parece dijo...

Me gustan mucho tus historias, sus rincones oscuros, su fuerza..Te dejo un saludo mientras espero las que vendrán. Besos

Amin Farahani dijo...

Que relato por Dios! Que talento señor Ernesto! Increíble!