Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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20 de noviembre de 2011

Con el sello de la venganza

El café a punto, humeante, con dos de azúcar. La cuchara lo revuelve, gira y luego se deja caer sobre el plato.
El pocillo va a la boca, con lentitud, para apreciar el humo que se eleva y confunde con el aire, perdiéndose fuera de la vista.
Los ojos, en cambio, se concentran en el ventanal, ese que con letras fileteadas anuncian el título del comercio. Del otro lado, el gran edificio recibe los rayos del sol con fuerza, sin ningún tipo de presagio nefasto que lo alarme.
Las puertas de aquel lugar, enormes, de madera, están cerradas, no obstante, observa como de a poco comienzan a llegar los invitados a la fiesta. Ingresan por una entrada lateral, ajenos del futuro.
Bebe el café caliente, de a poco, saboreándolo con el paladar, degustando el exquisito aroma que se desprende cual fantasma travieso. El sonido del pocillo al rozar la tasa es un placer más en aquella tarde soleada.
Afuera, el tránsito es escaso y las veredas están exentas de peatones. La siesta aún triunfa en aquellas horas del día. Acompaña, de momento, el silencio de las calles, la tranquilidad de la brisa, la piedad de las aves.
Se conoce cada escena de la secuencia, casi de memoria. Ha estado observando el mismo espectáculo día a día, durante un mes. Cada pieza en su lugar, cada engranaje donde debe ir.
Recuerda el primer día, la ira contenida. Hoy le sabe a inexperiencia. Pero lo comprende. La mañana anterior había recibido el sobre, en realidad, había encontrado el sobre en la puerta de su casa. El esperado envío de la editorial, la prueba de fuego de su libro.
Se apuró en recogerlo del suelo y con solo levantarlo, la liviandad de aquello le hizo dar un vuelco al corazón. El sobre era solo sobre. Estaba vacío. Con terror observó como uno de los lados estaba abierto.
Corrió hasta el correo, angustiado, al borde de un colapso. Lo atendieron de mala gana y se ofendieron de la acusación: “Acá nadie abre los sobres ni se roba nada”: Quiso hablar pero balbuceó y en una contienda verbal, aquello es lo mismo que bajar la guardia.
Les quería decir que no era la primera vez, que un mes atrás se había perdido el envío de diez revistas que le mandaron desde Córdoba, por una colaboración; que antes, no le había llegado una antología en la que había salido un cuento suyo; que anterior a ello, había reclamado dos semanas por cinco ejemplares de una revista uruguaya; y que el año anterior, le habían mandado dos libros y folletería y solo había recibido la follet... pero balbuceó y le cerraron la ventanilla en la cara.
Volvió con la cabeza gacha a su casa, aún sin poder pronunciar palabra alguna. Pero no fue necesario. Subió hasta su ático y desempolvó viejos libros de su padre. Allí estaba la respuesta, la primera pieza del gran engranaje.
El café estaba perfecto. El día también. Miró el reloj de pared y contó en voz baja junto al segundero, aquel tramo final entre el pasado y el presente. La brecha entre la injusticia y la justicia. Entre el silencio y la...
La ventanas tintinearon al mismo tiempo que el estruendo movió los cimientos del bar. Los vidrios cayeron hechos añicos al segundo siguiente, mientras que una bola de humo y miles de escombros volando, protagonizaban una escena de película en la calle de enfrente.
… explosión.
El mozo se arrojó debajo de una mesa, dejando caer la bandeja en la que transportaba tazas limpias. En la calle, el humo se expandía, pero dejaba ver ahora a través de su cuerpo imperfecto y algo estaba faltando en la escena cotidiana. Nada menos que el viejo edificio de enorme puerta de madera.
Las primeras sirenas se escucharon muy a lo lejos, como provenientes de otra galaxia. Aún no había llegado nadie, la ciudad apenas si estaba despertando. El mozo salió de su escondite y tomándose la cabeza, salió a la vereda.
El hombre terminó su café, nunca tan sabroso. Dejó el dinero sobre el platito, aprisionado por el pocillo. Incluía la propina.
Se alejó caminando entre la humareda, esquivando los escombros arrojados por la venganza. Notó que recién comenzaban a acercarse los primeros curiosos.
Era una tarde espléndida.

5 comentarios:

Sebastián Elesgaray dijo...

El correo... Si habré tenido problemas con esa gente. Mentiría si no dijera que el accionar del protagonista da un poquito de satisfacción... La justa para disfrutar a pleno el relato.
¡Saludos!

Camilo dijo...

Venganza en nombre de todos los que han sido burlados por el sistema de correos.
http://idasueltas.blogspot.com/

Con tinta violeta dijo...

ja! eso les pasó por apropiarse de lo que no era suyo...un mes planeando la venganza...no estuvo nada mal. El detalle del pocillo, de la propina y del alejarse entre lo destruido, contiene una simbología muy propia del cine...
Besos!!!

Netomancia dijo...

Don Flagg, no es apología, por favor, no piense eso... jaja. A quién no le ha pasado, no?? Un abrazo!

Don Camilo, este relato es una pancarta revolucionaria... bueno, paremos ahí. A veces funciona. Un abrazo.

Doña Tinta, esos detalles nos detienen por momentos y casi nos ponen en el lugar. La historia nace a partir de "casos reales". Gracias! Saludos!!!

SIL dijo...

Hay ciertas empresas vitales en este bendito país que se vuelven zonas de tortura.

Abrazo grande.


SIL