Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de mayo de 2011

Huesos sin alma

La noche pálida que despelleja al tiempo, con la eternidad de los segundos que no marchan, la serena lentitud del insomnio que lo toma de la mano y lo invita a esa muerte prematura de la mente, en la que cada sonido proveniente de la oscuridad es un nuevo desafío a la cordura.
Se siente débil, desprotegido. Se acurruca bajo las sábanas odiando la soledad a la que está sometido. Añora aunque sea un ronquido del otro lado de la cama, ahora tan extensa e infinita.
Desea encender la luz, confrontando así la mortecina claridad de la noche. Quiere que las sombras desaparezcan y con ellas sus formas horripilantes, sacados de un cuento de terror. Quiere que todo lo que lo aterra se esfume por arte de magia. Pero su mano no va al velador, permanece abrazándolo, negándole el alivio de poder ver lo que realmente lo rodea.
Pero existe una razón. Que ya ni siquiera viendo, sabe que es realidad y que no. Todo comenzó aquella noche espantosa, la misma que lo llevó al abismo de las noches en vela sin poder dormir.
Empezó como era costumbre, con un riña, una discusión más sobre las diferencias propias que la edad se crea para incomodar al ser que lo acompaña en la vida cotidiana. Hubo tonos elevados de voz, insultos y amenazas. Ya no había necesidad de pelear por lo bajo, los chicos habían crecido y partido, quizá, muy temprano.
En algún momento de aquella noche, la memoria lo traiciona. Solo recuerda el golpe de la puerta de calle y encontrarse solo en el living, sin más compañía que su propia sombra. Esa noche fue la última en la que pudo dormir cinco horas seguidas. Lo despertó un aullido muy lejano, que le erizó la piel en sueños.
No se sorprendió de encontrar que ella no había vuelto. Tampoco se preocupó en llamar a casa de su suegra. Quizá era hora de arreglárselas solo. Salió a la calle con buen abrigo. Llevaba el maletín con descuido, intentando ordenar mentalmente lo que había pasado antes de irse a dormir. Pero le costaba concentrarse.
No vio a la chica que salía de una tienda deportiva. Se la llevó por delante, haciéndole caer a ella una bolsa con una caja de zapatillas y él, desparramando el maletín en el suelo.
Con mucha vergüenza, le pidió disculpas. Ella parecía simpática o quizá, tan solo, se apiadó de un viejo estúpido que casi la hace caer. Cuando irguieron sus cuerpos tras levantar las pertenencias, de reojo observó el reflejo en la enorme vidriera. El terror lo embargó al punto de soltar otra vez su maletín.
- ¿Se siente bien? – preguntó con melodiosa voz la blonda joven.
No le salieron palabras, solo movio ligeramente la cabeza, dándole a entender que si. Le resultaba imposible quitar los ojos del reflejo, de su imagen desgarbada y anciana, acompañada por un esqueleto algo más bajo de estatura, sosteniendo un bolso que en su interior contenía una caja de zapatillas.
Se alejó, excusándose que se le hacía tarde. Recogió el maletín y huyó a su oficina. Estuvo recluido allí toda la jornada, sin siquiera tomarse la hora del almuerzo. Volvió a su casa cuando atardecía. El silencio gobernaba el lugar, como hacía tiempo no ocurría. Cómo nunca en realidad. Por las dudas, al entrar, llamó a su mujer por el nombre. Nada. Ella no había vuelto. ¿Tan grave había sido la pelea? Si, no había dudas.
Comió poco, se duchó y se acostó. Pero no pudo dormir. Los sonidos que le llegaban de la calle le figuraban ideas absurdas y cada tenue sombra proyectada en las paredes, con la complicidad de la luna, le parecía un fantasma a punto de abordarlo.
Cuando el despertador chilló desde la mesa de luz, sus ojos aún permanecían abiertos. Se puso de pie con el semblante destruido, pero así y todo, enfrentó su vida. Llegó al trabajo y como era su costumbre tomó el diario. En primera plana un rostro conocido. Sintió que un frío envolvía cada músculo de su cuerpo. La mujer de la foto lo miraba a los ojos y por alguna razón parecía culparlo. Era la joven del día anterior, la que el reflejo de la vidriera le mostró como un esqueleto. Dejó caer el diario sobre el escritorio, aterrorizado. A la chica la habían degollado la tarde anterior. Pero el la sabía muerta desde horas antes.
No esperó el momento de la comida para salir. Cruzó la calle y fue hasta el bar. Pidió el teléfono y llamó a la casa de su suegra. No atendió nadie. De golpe, sentía la necesidad de saber como estaba su mujer. Pero al mismo tiempo, no quería llamar desde su oficina. Se tomó un café y mientras lo hacía, vio en el reflejo de la ventana dos esqueletos tomando un té. Escupió el líquido que tenía en la boca y se giró para observar la mesa. Eran dos señoras mayores, charlando sin preocupaciones.
Le corrió sudor por la frente. ¿Qué significaba aquello, que iban a morir? ¿Debía decirles, advertirles que estaban ante las últimas horas de sus vidas? Se hundió en cavilaciones. De pronto, las vio salir por la puerta. Se puso de pie, con la intención de perseguirlas. Sin embargo era tarde, tomaron de inmediato un taxi.
Quedó paralizado, sentado ante su taza de café frío. Estaba aún inerte, cuando vio pasar por la misma calle una ambulancia a rauda velocidad y las sirenas encendidas. Segundos después, a la policía.
Pagó el café y abandonó el bar. Caminó por la misma calle, siguiendo el sonido de las sirenas. Cinco cuadras más adelante, no se sorprendió ante el trágico desenlace. El taxi incrustado debajo de un camión de recolección de residuos. Las mujeres estaban sin vida, no necesitaba acercarse para saberlo, ni preguntarle a nadie para corroborarlo. Pegó media vuelta y volvió a su trabajo, no sin dejar de pensar en la foto del diario y en esos esqueletos tomando el té.
Regresó a su casa y repitió lo del día anterior. Llamó por el nombre a su mujer. Esta vez escuchó un crujido en su pieza. Corrió hacia allí, esperando encontrarla haciendo la cama. Pero no, no había nadie. Se dejó caer sobre el colchón, rendido. Tenía mucho sueño, pero no podía dormirse. Las imágenes lo asaltaban, muchas de ellas incoherentes. Lo que más lo asustaban eran los huesos. Los huesos articulados llevando las tazas a las mandíbulas abiertas. Y las sombras que al caer la noche los dibujaban en cada rincón de su mente, sin permitirle descansar.
A partir de esa mañana, antes de salir a trabajar, llamaba a casa de su suegra, pero sin lograr que alguien levantara el teléfono. En el camino hacia su oficina veía muchos reflejos en forma de esqueletos. Evitaba el contacto con las figuras reales, no quería saber a quiénes pertenecían.
Ya no leía el diario, las miradas inquisidoras lo asustaban. Volvía a su casa agotado, con el deseo de no cruzarse con más proyecciones de muerte. El insomnio lo maltrataba, llevándolo a una agonía sin paz.
En el trabajo pidió licencia. Dijo no estar bien. Y era cierto. Puso llave a su casa y se encerró en su cuarto. Intentaba dormir de día, cuando las figuras de las cosas le resultaban familiares. Pero no lo lograba. Sus ojos estaban invadidos de un rojo inestable. Sentía como sus manos temblaban cada día más. El estómago gruñía de hambre y lo saciaba con pequeñas mordeduras a sobras viejas, muchas de ella en mal estado.
Si, era consciente que estaba perdiendo la cordura. A veces sentía la necesidad de levantarse de la cama a cualquier hora y marcar el número de teléfono de su suegra. Se quedaba parado con el tubo en la mano varios minutos, escuchando el tuuuu de la línea muerta.
Las sombras en la noche juegan con el, buscan enloquecerlo. Su mano amaga a ir al velador, pero se aferra al cuerpo avejentado. No sabe cuánto más va a poder resistir así, su corazón lejos se encuentra de ser fuerte. Esa noche de luz mortecina, la mano llega al interruptor. Las sombras se escabullen a sus escondites, sabiendo que podrán salir más tarde.
Otra vez las figuras que ya conoce: el ropero, la cómoda, la cajonera, su ropa desperdigada por el suelo. Se pone de pie. Siente como la sed reclama a gritos un poco de agua. Su mujer siempre tenía un vaso a mano, sobre la mesa de luz. Pero ella ya no está y el jamás ha sido previsor.
Mientras camina hacia la cocina, la luz se va de golpe. La oscuridad se arroja sobre su cuerpo como un demonio. De repente el miedo lo envuelve, como pocas veces. Se apura y avanza a ciegas hasta la cocina. Siente que algo lo persigue, que algo camina tras sus pies. Quiere llorar, quiere gritar. Pero en algún resquicio de esa demencia, sabe que todo es producto de su mente.
En la cocina siempre hay velas a mano. No sabe bien por qué. Quizá por el hecho de que son instrumentos para combatir la oscuridad. Enciende una. La luz es suficiente para darle tranquilidad.
No quiere volver a la pieza, de momento no. Teme por eso que creyó, lo estaba persiguiendo. Tiene sed. Bebe agua. Aparta una silla y se sienta. Aprovecha para recordar aquella noche, esa discusión de la que ha perdido memoria. Parece que fue hace una eternidad.
Se percata entonces del viento que hay afuera, recién cuando unas gotas de lluvia repiquetean sobre el alero. Hay tormenta, piensa. Una tormenta de la nada, como las discusiones con su mujer.
Vuelve a su habitación. Por la ventana ya no se ve la luna. Una gruesa capa de nubes oscuras la ha arrojado al abismo de la oscuridad. El avanza con la vela, como si fuera un ángel protector. Pero tiene miedo. Siento que eso que lo perseguía sigue allí, latente. Se gira, quiere escapar de la habitación y queda de frente al espejo. Se mira pero no se ve. O si, pero ya no es el. Es un manojo de huesos, sosteniendo una vela.
Grita y suena como un aullido. Deja caer la vela y escapa en la oscuridad, tropezando con los muebles. Abre la puerta del frente y sale a la vereda, donde la lluvia lo golpea en la cara. La puerta se cierra a sus espaldas y produce un ruido que lo retrotrae en el tiempo. Ahora ya no llueve. El cielo es claro y está repleto de estrellas. Delante de él hay un volquete, el mismo que hace semanas permaneció en el frente de su vivienda. Se siente cansado de haber estado haciendo fuerza. No entiende de qué. Se asoma al volquete y entre los escombros de la construcción de la casa de al lado, divisa las dos bolsas negras. Le resultan familiares. Se inclina con esfuerzo para abrir una de ellas. A pesar de la noche, al abrirla, reconoce al instante los dos ojos que se clavan en los suyos.
Retrocede, asustado. Es la cabeza de su mujer. Se da cuenta, comprende. Regresa a la bolsa, la ata como puede. No necesita mirar en la otra bolsa. Sabe que encontrará a su suegra, también descuartizada. Ahora recuerda, la discusión, su mujer llamando a la madre para que la fuera a buscar. Luego, el horror. No pierde el tiempo, acomoda los escombros de tal manera que las bolsas quedan sepultadas. Trabaja arduamente, termina agotado. Entra a la casa, sin fuerzas ni para cerrar la puerta. El viento hace ese trabajo y el ruido sordo que hace al estrellarse contra el marco lo despierta de un ensueño.
Otra vez llueve. Está en la vereda. Ahora lo sabe todo. Ahora comprende. Ha visto la muerte y la muerte lo ha visto a él. No queda más remedio que entregarse. De permitir que eso que lo persigue, lo atrape al fin. Emprende la caminata, la última, buscando el lugar donde decir adiós. Camina sin mirar las vidrieras, pero sabiendo que a su lado marcha un manojo de huesos sin alma alguna.


Este cuento pertenece a la propuesta de don Belce

15 comentarios:

Don Belce dijo...

Joooo, campañón Neto!
Que pedazo de cuento que hizo gracias a mi, jeje
Ud va a ser un hueso duro de roer querido amigo...

Netomancia dijo...

Lo hice en una hora, justo antes del partido de Boca. Me perdí los dos primeros minutos por subirlo. Menos mal que no hubo goles, sino...
El detalle de la mano reflejada fue primordial Sergio. Eso disparó la historia.
Un abrazo!

PD: ¿Cómo sigue esto? Ya que ud pone las reglas, arranca cuando se le da las ganas... (jaja)

Don Belce dijo...

Tranquilo Neto, puede abandonar cuando quiera
Como en toda pelea, tira el golpe el que quiere, o puede tomar como estrategia defenderse y esperar el mejor momento para el zarpazo, pero no se asuste

SIL dijo...

En lugar de competir debieran asociarse Ud dos.

Muy bueno, Netuzz, del calibre y nivel de impacto de Sexto Sentido :))

Un abrazo inmenso

SIL

Nicotina dijo...

Maestro! Un puñete a la boca del estomago para Don Belce.. Es buenísimo Neto, me encantan estas historias de psicópatas, me hiciste acordar al odontólogo.. Ahora te toca a vos dar el próximo golpe. Felicitaciones a ambos, el mejor dúo después de Morgado y Prol.. Abrazo!

Con tinta violeta dijo...

Buena asociación!
Este D. Belce ¡que pensaba!
Ja,ja.
Veremos que se le ocurre la próxima vez...esperemos que no incordie durante un partido interesante...
Por cierto ¿de que equipo es D Belce? Casi intuyo que de Boca no...
Bien hecho Neto!
Besos!

Camilo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Martha Barnes dijo...

¡Escritor y dibujante,lucimiento completo!!!Cariños Martha

Camilo dijo...

Ahora entiendo lo que quiciste decir en mi blog sobre saber el final. Ha terminado como yo lo hubiese hecho. Sin embargo las experiencia que le habrán dado los años le han permitido tener un mejor resultado que el que yo hubiese podido obtener con mi experiencia. Simplemente maravilloso. Felicitaciones por el blog.
http://idasueltas.blogspot.com/

mariarosa dijo...

¡Ay Neto, que final!

Vas llevando al lector por un camino que no avisa cuál será el descenlace. Muy buena historia, y hasta te diría que en algunos tramos es poetico.Como siempre te dejo mi aplauso.

mariarosa

Felipe R. Avila dijo...

Uuuuh, ¡no me gustó!
Es muy largo,innecesario...
aunque -nobleza obliga-usted siempre escribe de una forma magnífica y sorprende a menudo con los finales, pero
esta vez-atento al desafío lanzado-lo voto ganador a Rumi
(en el blog del dibujante fundamento por qué)
¡¡¡No me haga pucheros,
no me llore Netomancia,
que usted es el mejor de todos nosotros escribiendo!
(Pero...mejor léase mi opinión en aquél blog)
¡¡Tampoco saque ahora esos cuchillos!!!
Oiga,¡¿¡qué hace!?!

Don Belce dijo...

Jojojo, no haga pucherito!

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias! Nooo, lejos está de ese guión por favor. Aquello es una maravilla, esto no. Saludos!

Nicotin, gracias, ud me da un poroto a mi favor. Qué grande, no quiere ser mi primo? Jojo. Che, si, ya le tiré mi nuevo cuento, por mail y fue un golpe al estómago, porque le escribí una historia sobre una temática que no le gusta jaja. Y no es una historia sobre un asado jaja. Gracias! Un abrazo!

Doña Tinta, don Belce tiene la fama de incordiar en todo momento, siempre el horario que elija estará mal jaja. Si, por supuesto, es hincha de Boca. No ve la cara de inteligente que tiene? Saludos!!

Estimada Martha, muchas gracias! Decreta empate entonces? Saludos!!!

Don Camilo, muchas gracias. Pero no te creas que son muchos años eh, no soy grande che. Jaja. Un abrazo!

Doña Mariarosa, muchas gracias! Como siempre, muy amable en sus comentarios! Saludos!

Don Felipe, que pasó, poca sangre?? Jaja. Bueno, no todo tiene que gustar, más vale! Gracias por la sinceridad. Don Belce se anota un poroto entonces. Un abrazo!

Rumi, shhh. Y póngase a dibujar el texto que le mandé. Jaja. Un abrazo.

Camilo dijo...

Jaja, no quise decir que lo imagino como un viejo. Es sólo que la experiencia sólo la da el tiempo y así llevase 1 mes más, que yo, pues tednría más experiencia. ¿Pero me va a decir que le preocupa la edad?
http://idasueltas.blogspot.com/

Netomancia dijo...

Jaja, por ahora no, en unos años te cuento jajaja. Un abrazo Camilo!