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18 de abril de 2011

Un mal trago

Llegó arrastrándose hasta la puerta del bar en plena madrugada. Una mano sostenía contra su abdomen las vísceras que pretendían salir. Al hombre lo habían acuchillado y no le quedaba mucho de vida.
El flaco Giménez fue el primer en correr a socorrerlo. A pesar del tufo a vino que lo envolvía, era de los pocos que aún podían calcular los pasos. Andrada, el dueño, temió que los atacantes estuvieran persiguiéndolo y entraran al bar, para continuar con la fechoría.
Sin embargo Giménez, que se asomó a la calle, dijo no ver a nadie. Lo entraron, con la ayuda de Smith, el pastor inglés que de día predicaba y por las noches se acodaba hasta no recordar nada en la barra del bar.
Lo llevaron hasta la cocina del lugar, para no manchar el piso de madera. Sobre los mosaicos de aquella habitación, dejaron al desconocido de espaldas, y le pidieron que no cesara en hacer presión sobre la herida.
Giménez traía un bolso, que esta persona llevaba consigo cuando cayó en la puerta. Lo arrojó al lado del hombre y al golpear el suelo, se abrió. Andrada, Smith y el propio Giménez abrieron grandes los ojos. En el interior del bolso había gruesos fajos de billetes.
- ¡Son de cien! - exclamó Andrada.
El hombre malherido quedó en segundo plano, los tres se dedicaron a revisar el bolso. Contaron cerca de medio millón de pesos. Los quejidos del desconocido devolvieron su atención en el cuerpo a punto de desfallecer.
- ¿Llamamos un ambulancia? - preguntó el pastor.
- ¡Estás loco hombre! ¿Y si nos quitan el dinero? - repuso Andrada.
- Pero este se nos muere - dijo Giménez.
- Vamos, llevémoslo al fondo.
La voz de mando de Andrada no se hizo esperar. El hombre aún se quejaba, pero un golpe de Smith con un sartén corrigió el problema. La sangre empezó a salir en borbotones, ahora que la presión había dejado de hacer efecto.
- Rápido, rápido, que me ensucia todo - alertó Andrada.
Salieron por la puerta trasera, a un pequeño patio repleto de cajones con botellas vacías. Otras tantas, rotas, estaban diseminadas sobre la tierra. Andrada acercó una pala y le ordenó a sus dos clientes que cavaran un pozo.
De mala ganas, Giménez empezó a cavar. Smith, en tanto, oró unas palabras en nombre del desconocido.
Andrada anunció que iría a echar a los bebedores que aún quedaban en el local, con la excusa de atender al herido y que cerraría el bar, para poder trabajar con tranquilidad.
Cerró la puerta del patio, dejando solos al pastor y Giménez, junto al cuerpo ya moribundo del dueño del bolso repleto de dinero.
- ¿Che, habrá robado ese dinero de algún lado? - preguntó mientras cavaba el flaco.
- Por el cuchillazo, supongo que se lo quitó a alguien. Y no creo que ese alguien esté vivo.
- ¿Decís que este es el que la sacó más barata?
- Supongo.
- Listo, ya está. Fijate si entra. ¿Está muerto, no?
- Qué más da. Si no está ahora, lo va a estar en un rato. Dale, ayudame, así lo echamos la tierra encima y nos metemos adentro que está fresco. Dividimos la plata y a otra cosa.
Sepultaron el cuerpo, cuidando de dejar la tierra pareja con el resto, que no se notara lo que ocultaba. Cuando quisieron entrar, se encontraron con la puerta cerrada con llave.
- Pero... ¡hijo de puta este Andrada! ¡Nos dejó afuera!
- A ver, dejame a mi. Mirá si... ¡la puta madre, en serio, cerró con llave!
Lo llamaron, pero sin levantar demasiado la voz. Temían despertar a los vecinos. A lo lejos, un sonido muy familiar comenzó a aproximarse. Era cada vez más fuerte, intenso. Cuando los móviles policiales estacionaron delante del bar, el sonido de las sirenas dejó de vibrar en el aire.
Aparecieron oficiales uniformados, que sin derribar la puerta (tenían la llave) los apresaron en el patio. No aceptaron explicaciones, los esposaron al tiempo que otros removían el terreno. El cuerpo ya no respiraba cuando lo apoyaron sobre la tierra.
- Unos cuantos años de cárcel les esperan a ustedes dos - le dijo uno de los policías.
Al ser conducidos por el interior del bar hasta la salida esperaban encontrarse con Andrada esposado en alguna parte, pero en cambio, no había señal alguna del viejo ni del bolso. No necesitaron mucha imaginación para darse cuenta de lo sucedido. Lo imaginaban lejos y riendo como un niño.
La noche había sido un mal trago.

10 comentarios:

Don Belce dijo...

Q hdp! Muy bueno Neto!

Un abrazo!

Anónimo dijo...

jeje se les dió vuelta la torilla eh? que buena vuelta de tuerca le diste al relato Netito!!!
abrazotes!

Con tinta violeta dijo...

¡Que bueno Neto! estos cuentos me encantan!!! Estos engaños me recuerdan detalles de la vida diaria en los que "a menor escala" se reproducen estas actitudes.
Besos!!! y felicidades por los últimos éxitos!

SIL dijo...

La traición... esa vieja costumbre humana !!

Muy bueno, Netito.
Abrazo inmenso.


SIL

Netomancia dijo...

Don Belce, si, el dueño del bar un turro de aquello. De esos personajes que tan bien ilustra usted, con cara de pícaro y panza prominente. Un abrazo!

Don Diego, se las dieron vuelta que es otra cosa jajaj. Gracias Dieguín! Un abrazo!

Doña Tinta, de los detalles uno roba las grandes ideas. Esta no es grande, pero bueno, jaja. Muchas gracias! Saludos!

Doña Sil, más vieja que la... pirámide de Tutanka. Muchas gracias! Saludos!

Mariela Torres dijo...

Es muy buen cuento. No podían pretender quedarse con la plata que no era de ellos y no ayudar al herido. Merecían que les saliera mal.

Saludos.

Netomancia dijo...

Doña Mariela, vio como es la gente... Pero ojo, que uno la hizo bien, escapándose con todo. A ese espero encontrarlo en algún otro cuento, ya va a ver! Gracias!! Saludos!!

mariarosa dijo...

Zorro y traicionero el tal Andrada. Una historia con matices de realidad. Felicitaciones Neto.

¡¡Felices Pascuas!!


mariarosa

el oso dijo...

Ja! Parece que las historias siguen teniendo ese (esos) lugar (lugares) donde la artera bifurcación nos deja a todos en orsai!
Brillante, Neethoven!!

Netomancia dijo...

Doña Mariarosa, muchas gracias!

Don Oso, en orsai y con tarjeta roja como a esos dos cristianos! Un abrazo!