Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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6 de abril de 2011

El hombre condenado

Desperté en Reims, sin saber que era Reims. Estaba desorientado, observando un paisaje desconocido y escuchando un idioma que solo había sentido en películas, en boca de dos hombres que viajaban en sendos caballos, a metros de donde estaba. Mi poca cultura me hizo dudar entre catalán, portugués o francés. Supe que era éste último mucho después, incluso, de la condena.
Había viñedos hasta donde abarcaba mi vista. El cielo celeste contrastaba con tanto verde. ¿Cómo había llegado a ese lugar? ¿Dónde estaba? Caminé un buen tramo, en dirección a una especie de castillo que se erigía en el medio de los campos de vid, tomando como referencia el camino por el que iban las dos personas a caballo.
Al acercarme comprendí que esa construcción no era moderna, sino que tendría sus buenos años. De todos modos, estaba habitada, porque mantenía bien su fachada y cuidados los caminos de acceso.
Pero no pude acercarme a más de cien metros de la enorme puerta que tenía por entrada. Un disparo de escopeta dio apenas a veinte centímetros de mi pie derecho y salí corriendo, volviendo mis pasos. Me refugió entre unos arbustos, intentando divisar al agresor. Entonces lo vi, en lo alto del castillo.
Era un hombre, por lo que se dejaba ver. Estaba semioculto, pero cada vez que se asomaba para espiar, podía verle su cabeza calva, y comprobar que asía con fuerza el arma, con intenciones de seguir disparando si era necesario.
No entendía tampoco la razón de la agresión. Mucho menos que hacía allí, en aquel lugar. Me fui escabullendo, sin levantar mucho el cuerpo, quedando a cubierto por la misma vegetación del paraje.
Caminé nuevamente, en otra dirección. Seguí un camino de tierra varios kilómetros y finalmente vi que a lo lejos, venían hacia mi dos niños en bicicleta. Les hice señas, agitando las manos. Los chicos se detuvieron y maldije mi suerte, seguramente se habían asustado con mis movimientos. Gritaron algo y orientaron sus bicicletas en dirección contraria. Salieron pedaleando con fuerza, como huyendo de un fantasma.
Opté por no refunfuñar, al menos sabía que debía ir por ese camino. Los niños irían a un pueblo o ciudad, o al menos, a una casa en la que me pudieran dar explicaciones. Caminé con el sol a cuestas, pateando las piedras pequeñas que se cruzaban ante mis pies. El horizonte de viñedos parecía infinito.
Volví a escuchar voces en ese idioma ajeno a mis oídos. Eran muchas y la sensación era que se aproximaban. Pude comprobarlo al salir a una especie de desvío, donde comenzaba una plantación de árboles. Podía divisarse desde ese lugar una muchedumbre avanzando hacia donde estaba. ¿Una procesión? Fue lo primero que pensé, hasta que vi los palos, guadañas y cuchillos en manos de esa gente.
Al verme, algunos comenzaron a correr. ¿Me atacaban? Las voces se elevaron y parecían gritos. Corrí. Y me di cuenta que ellos aceleraban. Efectivamente, querían atraparme.
Estaba entonces corriendo, en un lugar desconocido, escapando a una multitud de locos que gritaban en un idioma raro, ya casi sin aire. Todavía me duraba el susto por el disparo, pero no podía distrarme. Me metí en los viñedos, creyendo que por allí lograría perderlos, pero fue una complicación. Las ramas me lastimaban y frenaban mi andar.
De repente me vi rodeado. Había hombres a cada lado, blandiendo sus armas. Por instinto más que por valentía, le hice frente a un par, sin embargo un golpe certero en la nuca me dejó tendido en el suelo húmedo y fértil de las vides.
Volví a despertar, otra vez con la rara sensación de estar en un lugar equivocado. La turba enardecida seguía allí, frente a mi. Pero ya no había viñedos alrededor. Me habían llevado a una plaza y me tenían atado a un poste de madera. Podía ver la ciudad. Estaba sorprendido, parecía un sitio anclado en los primeros años del siglo anterior. Las viviendas, la arquitectura.
Muy a lo lejos, al final de la calle más ancha, podía ver un enorme cartel de madera grabado con letras pintadas en color azul. La caligrafía era exquisita y decía "Reims". El nombre me parecía conocido, de una ciudad de otro país. No podía estar seguro. La gente hablaba entre si y estaba visiblemente enojada. No solo estaba atado, sino que había ramas y maderos a mis pies.
Entonces supe lo que me estaba por pasar. Aquella era una hoguera. Me estaban por prender fuego, allí mismo, en aquella plaza. ¡Francés! Por alguna extraña razón (otra más) en ese fatídico día, el idioma me vino a la cabeza. Hablaban en francés y Reims estaba en Francia.
Quise hablar, pero comprendí que tenía la boca amordazada. Dos hombres se acercaron con antorchas encendidas, al mismo tiempo que una mujer procedía a rociarme con alcohol, mezclado con algún otro líquido que lo hacía fuerte de aroma, casi irrespirable.
De inmediato, uno de los hombres miró al pueblo y recitó unas palabras. La gente aclamó en voz alta. Se apartaron y arrojaron las antorchas a mis pies. La combustión fue inmediata y una nube de fuego me rodeó por completo, trayendo una marea de calor tan intensa como el infierno mismo.
Antes de cerrar los ojos, las llamas me mostraron el reflejo de mi rostro y lo que vi me paralizó: no era el mío. Ya con los ojos cerrados y el fuego lamiendo la carne, intenté comprender lo incomprensible. No era yo, no podía serlo, no era mi cara, quizá tampoco mi cuerpo, mucho menos mi ciudad y mi época.
Desperté a los gritos, otra vez. Pero en esta ocasión no supe que había despertado, sentía aún el calor consumiéndome, el dolor en las articulaciones al derretirse, el ardor en cada miembro. En pocas palabras, sentía cómo me estaba muriendo. Escuché el ruido de una puerta y gente que entró corriendo. Me arrojaron en la cama y me aplicaron una inyección.
No volví a dormirme, pero si se aplacó el dolor y me sumí en una especie de estado al borde del sueño, pero consciente en todo momento. Horas más tarde volvieron ellos, los que me habían ayudado. Vestían batas verdes y azules, con barbijos del mismo color.
Me preguntaron que había sido esta vez.
- ¿Cómo esta vez?
- Siempre lo mismo con vos, en fin... No lo recordás, pero cada vez que te dormís profundamente, viajás al interior de una persona a punto de morir y revivís sus últimas horas. Venimos tomando nota desde hace nueve años, buscando una relación.
- ¿Nueve años? Pero... ¿quién soy? ¿dónde estoy?
- No nos importa lo primero, no te importa lo segundo. Si querés que te ayudemos, contanos esta experiencia, después vemos.
Y entonces, les conté. Narré durante casi una hora. Se mostraron interesados en ciertos detalles, sobre todo de la locación geográfica. Pero no me dieron ninguna pista de lo que me pasaba, salvo esa explicación simple y directa. Cuando terminaron, me dejaron un par de pastillas y se fueron.
Ni siquiera saludaron. Ni un gesto de humanidad en sus actos. Me tomé las pastillas, pensando que eran para el dolor. Pero me dieron sueño. Supongo que me están durmiendo, para que suceda otra vez.
No se dónde moriré esta vez, pero imagino que no faltará el dolor. Qué extraño es saber que me encamino a la muerte sin poder evitarlo. Pero más aún es el hecho de tener una fugaz consciencia que esta repetición de mis actos se sucederá invariablemente una y otra vez, sin poder impedirlo, sin tener la voluntad de decir basta.
Estoy condenado. Varias veces, en una eternidad sin sentido.

7 comentarios:

mariarosa dijo...

Que interesante historia Neto.
Tu imaginación es prodigiosa, es increible, al llegar a mitad del cuento, pensé: ¿Y ahora cómo sale de está?
Y saliste de forma prodigiosa. Felicitaciones muy buen cuento.

mariarosa

SIL dijo...

Soñar estar cazado como una bruja (q´no es lo mismo que estar casado con una bruja... :P) duele en la carne.

Morir más de una vez equivale al infierno.
Excelente, Netuzz.

Abrazo inmenso

SIL

Mariela Torres dijo...

Impresionante relato. Debe ser el infierno tener que morir en cada sueño, y dormir y soñar y morir infinitamente. O al menos nueve años que se parece mucho al infinito.

Saludos.

Con tinta violeta dijo...

¡Vaya! tu capacidad de crear formas de tortura y personajes torturados es alucinante. Tiene además un recuerdo a Cortázar, que late por el fondo.
Me gustó mucho.
Besos!!!

HUMO dijo...

Un laberíntico sueño, mas bien una escalofriante pesadilla o alguien quien no puede olvidar sus otras vidas.
En todo caso un pobre condenado.
Siempre atrapánte querido Neto, tus cuentos son perfectos.

Besos!

=) HUMO

Netomancia dijo...

Doña Mariarosa, se agradece el comentario! A veces me meto en relatos laberínticos, pero suelo dejar las migajas de pan para encontrar como salir jaja. Saludos!

Doña Sil, si, y este hombre era un abonado al averno, sin dudas! Gracias! Saludos!

Doña Mariela, el infierno de la eternidad, sin dudas! Gracias! Saludos!

Doña Tinta, muchas gracias! Un recuerdo muy lejano dirá jaja. Saludos!

Doña Humo, muchas gracias! Una pesadilla lo resume bien, no? Saludos!

Felipe R. Avila dijo...

Excelente, Neto, de lo mejor que leí, por lo original!
Realmente una dura condena la de este paciente soñador...