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11 de febrero de 2011

El hombre del té [2° parte]

La escena parecía repetida. Los patrulleros en la calle, los vecinos en las veredas, los chicos apenas cubiertos de ropa, los ojos desorbitados y los cuerpos temblando del miedo. Estaban todos, salvo Anabella. Lo que quedaba de ella, descansaba dentro de un par de zapatos en su habitación. El tatuaje de una flor en el tobillo no permitía una mentira. Aún buscaban a Clarisa, la compañera de habitación de Anabella. Nadie recordaba que se hubiera ido después de cenar. Adrián se había sentado en el cordón de la vereda y no soportaba ni las caricias de Melina. Aquella imagen lo perseguiría de por vida.
La policía tomó nuevas declaraciones, pero en este caso, salvo la de Adrián que relató cómo es que había descubierto la escena del nuevo crimen, todas coincidían en algo: estaban durmiendo.
¿Podía ser Clarisa la que se fue por la puerta? preguntaban, pero no era fácil responder. No lo creían, pero era preferible pensar eso que la posibilidad de convertirla en una nueva víctima.
Al mediodía fueron llevados todos a la comisaría más cercana y se les planteó lo que algunos ya temían. Debían desalojar el lugar para poder llevar adelante una investigación mucho más minuciosa. Dado que no todos tenían donde ir, la justicia se iba a encargar de buscar habitaciones de hoteles cercanos para alojarlos. Al menos, hasta que pudieran tener algunas conclusiones.
Regresaron por sus bolsos. Empacar fue una tarea penosa, pero aunque no lo manifestaran había cierto regocijo y alivio por abandonar aquel lugar. Desde sus habitaciones escuchaban algunos diálogos de los investigadores, los pasos de los uniformados recorriendo el lugar y los ruidos que hacían moviendo muebles en la habitación de Anabella y Clarisa.
Julián arrojó con bronca el desodorante dentro del bolso. El sonido al golpear un cuaderno le trajo a la mente una frase que había escuchado la noche anterior pero que parecía provenir de un siglo pasado: El frasco de don Francisco.
Dejó lo que estaba haciendo y se sumó a la procesión de personas que había en el pasillo. Caminó hasta la habitación 3 donde lo detuvieron al querer entrar.
- Está bien, no voy a entrar – dijo sacándose de encima las manos del policía – Busquen un frasco, pequeño, como de éste tamaño, estaba rotulado y decía “té”. Ayer Anabella lo encontró en la cocina y dijo que era de don Francisco. Se lo llevó con ella.
Por más que buscaron revisando centímetro por centímetro, no encontraron el frasco. La persona que salió por el frente esa noche, se llevó consigo el frasco. Al menos podían deducir eso de las pocas piezas con las que contaban del macabro rompecabezas.
Para la noche ya estaban todos reubicados. La pensión les quedaba a la mayoría de pasada al Politécnico. No se extrañaron en ver la faja policial impidiendo la apertura de la puerta de frente. Que extraño se les antojaba a todos lo sucedido en los últimos días. Aún flotaba en sus mentes esas últimas horas, que parecían extraídas de una pesadilla, un mal sueño, sino fuera que estaban asidas tan macabramente a la realidad, con las muertes de María José y Anabella y las desapariciones de la señora Etelvina y Clarisa.
La faja siguió allí, día tras día, como la sombra de misterio sobre las fojas del caso, que cada día iban quedando más y más relegadas en el fuero judicial y policial.

- ¿Entonces el señor quiere una habitación para una sola persona? ¿Es así?
- Si señora.
- Bien, me está quedando un cuarto disponible. No se si sabrá, le advierto por las dudas, pero la mayoría de la gente que vive aquí estudia, así que se ruega silencio por las noches y si es posible evitar el movimiento de salir y entrar de la pensión durante esas horas, mucho mejor.
- Entendido.
- Solo necesita hacer un depósito y pagar un mes por adelantado y la llave es suya. ¿Su equipaje está en la calle? ¿Quiere entrarlo?
- No se preocupe, llevo lo indispensable conmigo.
El hombre abonó la suma en efectivo y firmó el contrato. Cuando se retiraba la mujer dijo:
- Mi papá también se llamaba Francisco. Siempre me gustó ese nombre. ¿En serio no tiene equipaje? ¡Qué hombre misterioso!
La miró por un instante y vio una sonrisa boba dibujada en su rostro. ¿Por qué siempre querían saber más de lo que podían? Hizo caso omiso del comentario y se retiró con su llave.
Se detuvo delante de la escalera. A su izquierda vio una puerta con un cartel que señalaba “cocina”. Consultó la hora. Las cuatro en punto de la tarde. Cambió su rumbo y se dirigió hasta la puerta. La cruzó sin saludar a los que estaban dentro, todos estudiantes. Ninguno de ellos le prestó demasiada atención. Así está bien, así debe ser, se dijo mentalmente don Francisco.
Se acercó a la alacena, buscó una taza, tomó un colador que estaba colgado de un soporte y se hizo de una cuchara. Tanteó en su bolsillo y extrajo del mismo el frasco rotulado con la palabra “té”.
Lo miró fascinado antes de abrirlo. Qué increíble lo que tenía en sus manos, cuán sorprendido podía estar el mundo de lo que desconocía. Quién podría imaginar que allí dentro podía, en caso de quererlo, guardar el planeta entero. Se conformaba con meter a sus presas y convertirlas en esclavas.
No podía ver el interior, porque el rótulo se lo ocultaba y estaba bien, para eso lo había colocado. Pero era capaz de evocar esos campos de té, tan extensos como bellos, de los que era dueño. Y sus esclavas laboriosas que iba recogiendo de este mundo, trabajando en el sembrado, cuidado y cosecha.
Qué fantástico era ese frasco, que con solo abrirlo podía dejar caer en su taza esas hojas secas y aromáticas, tan sabrosas y naturales. Podía imaginarse los ojos asombrados de sus presas, viendo como las hojas cobraban vida y ascendían hasta aquel punto negro lejano que aparecía como por arte de magia en el ancho cielo. Esas manos cautivas que jamás recordarían quiénes eran.
No podían quejarse, estaban vivas. Corrían mejor suerte que sus otras presas, las que devoraba. ¡El apetito! Qué voraz que podía ser. Gente desaliñada, abandonada a su suerte, que nadie recordaría, pero que tan rico sabor formaba en su paladar. Y sin embargo, vaya problema, eran difíciles de digerir. Por suerte tenía su té para aliviarlo. Las últimas comidas habían sido a deshoras, casos de emergencia, como solía decir. Primero la dueña de la otra pensión, tan cuidadosa y respetuosa durante años… pero esa maldita bruja le llenaba la cabeza y finalmente la curiosidad había cedido. Entonces, no hubo más remedio. La bruja tuvo mejor suerte, ahora cosecha el campo. De quién se arrepentía era de esa joven hermosa, pero que otra cosa podía hacer. Cuando lo vio aparecer del frasco hubiese gritado sino le partía el cuello de inmediato. Y verla así, le despertó el apetito. Al menos pudo tener contemplación de la compañera de cuarto y meterla en el frasco. Quizá era su destino, quién sabe.
Vaya que estaba rugiendo su estómago. Alrededor los jóvenes seguían enfocados en sus libros o diálogos y nadie le prestaba atención. Su rostro parco dejó entrever una sonrisa. Llevó la taza a los labios y bebió. Si el elixir de los dioses existía, debía ser parecido a su infusión.


Fin

6 comentarios:

SIL dijo...

Taken en medio del Silencio de los Inocentes.

Dentro de ese frasco don Francisco guardaba la Piedra Filosofal del espanto.

Muy bueno, Netito.

TK mucho :)

SIL

Con tinta violeta dijo...

Ja!!! algo me maliciaba yo...pero no de esta manera, pérfido, diabólico...horrible...uf, y para colmo llega a de nuevo a oro lugar, claro! una asesino no para, hasta que lo detengan...y aun así...este...es capaz de resistir en el frasco...
Genial, por lo inesperado!
Besos!

Vinilo dijo...

un gusto encontrarme con tu Blog
buena historia, tambien recordé a hannibal
saludos !

Mariela Torres dijo...

¡Qué historia impresionante!
En mi cuadra hay una pensión, pero sin pensionistas, ¿por qué será?

Saludos.

Carla Kowalski dijo...

Que cuento fantástico!
Me encantó este desenlace... lástima que gano el malo. Pero es increible cada detalle y la imaginación que tenes para poder crear estos misteriosos relatos.

Netomancia dijo...

Doña Sil, vio, don Francisco tenía guardado mucho más que té en su frasco! Chiquitito (el frasco) pero rendidor ja. Saludos!

Doña Tinta, ya venía imaginando algo ud, seguro, pero recuerde que haré lo imposible para que no adivine jaja. Saludos!

Sebastián, un gusto tenerte por aquí. Bienvenido! Saludos!

Doña Mariela, qué buena pregunta, soy de la idea que ya lo han pasado a mejor vida. Ojo con los del tercero, son peligrosos. Saludos!

Carla, al contrario, bien que haya ganado. Basta de finales felices jaja. Saludos!!!