Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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6 de enero de 2011

Upa, el borracho

Como todos saben, ciertos poderes convergen en un punto distante del infinito haciendo posible la realidad del universo. Los mismos, que jamás alcanzaremos a comprender, son de todas formas desconocidos para la mayoría de las especies que deambulan sin toparse, por los territorios que fuerzas desconocidas han preparado para que se desarrolle la existencia.
Esto que parece una estúpida introducción de un libro de ciencias, es sin embargo, el prefacio jamás escrito para la historia de Austero Mendez, más conocido como "Upa, el borracho". Austero, cuyo nombre fue colocado por sus padres, debido a la precaria vida que llevaban y las cortas expectativas con las que pensaban educar al entonces recién nacido, fue desde siempre, un tipo sencillo.
En su paso vacilante, producto de su querencia con el alcohol, había encontrado el refugio que ningún otro par o institución le había dado en la vida. La noche y el día no tenían diferencias desde su punto de vista. Podía agarrarse un reverendo pedo fuese las tres de la tarde como las dos de la madrugada.
De pocos recursos económicos, se las rebuscaba narrando historias en la esquina de la plaza. Tenía un don especial para ello, además de una imaginación frondosa. La gente hacía un alto para escucharlo y dejaba, conforme, algunas monedas como recompensa.
Lo que nadie sabia, incluso el propio Austero, era que dentro suyo, aquellas fuerzas universales habían ocultado una réplica de los poderes que hacían posible la existencia toda. Y por lo tanto, lo vigilaban continuamente. Más de una vez, el vaivén de la vida, por no decir del estado de ebriedad, lo había lanzado hacia la calle delante de un coche en movimiento y de manera inexplicable, había visto salvada su vida.
En ocasiones, cuando el frío impedía que pudiese contar las historias en la esquina de la plaza y ganarse unas monedas, siempre aparecía de la nada en su precario refugio, algo de comida o una frazada. En algún momento supo aparecer dinero, pero la alquimia moderna lo transformaba en líquidos de alto contenido alcóholico, así que con el tiempo aquel regalo divino dejó de llegar. De todas formas, Austero se contentaba con los alimentos y el abrigo.
Nunca se ponía a pensar en aquellas bendiciones, las tomaba como una cosa fortuita, el destino de su lado y algunas veces, hasta se hacía la idea - cargada de esperanza - de que alguna vecina de la cuadra estuviese perdidamente enamorada de él.
Dormía poco, le gustaba caminar, ir de un bar a otro, rogar por un vaso de vino, desparramar alegría o tristezas, según el momento y rendirse ante la vida, con sol o luna, en cualquier vereda o plaza pública, doblado por la borrachera, lejos de la percepción de la realidad, bajo los efectos lapidarios de la bebida.
No le importaba lo que los demás pensaran, esa era su forma de sobrevivir. No concebía la vida, su vida en realidad, en un estado consciente. Temía estar lúcido, le daba pánico. El alcohol engañaba a su cerebro, le mentía, le dibujaba formas y monstruos donde no los había, pero al menos...
Vacilaba en las veredas, en las calles, en las cornisas de los puentes. Entonces iba por más bebida y volvía a escapar de esos deseos tan extraños que lo asaltaban de vez en cuando, en la misma medida que los vasos tardaban en acercarse a sus labios.
Difícilmente aquellos seres universales supieran el dolor que vivía dentro de Austero, así como tampoco lo sabían sus pares, la gente que se detenía a escucharlo, los que pasaban caminando a su lado ignorándolo, los que lo miraban con lástima tirado en la calle o molestando por un vino en algún bar. Allá va Upa, el borracho, decían, y seguían con sus vidas, como si nada.
Ese dolor criminal que lo atravesaba, le mostraba horrores impensados, imágenes que no comprendía, repletas de colores que jamás podría describir a pesar de ser muy bueno haciéndolo. Austero bebía y se emborrachaba, echaba por la borda su vida, pero al menos escapaba de aquello que no llegaba a entender. Muchas veces pensó que la miseria lo había llevado a la locura, pero en los breves raptos de lucidez se decía, con certeza, que era otra cosa.
Moriría Mendez algún día y entonces los seres del universo se llevarían la réplica de esos poderes fundamentales a otra parte, cuidándola como aquello que era, el tesoro máximo de la existencia. En tanto velaban por su vida. La persona más importante en el infinito, el tal Austero Mendez. El borracho de la ciudad, aquel que narraba historias por monedas y despertaba bajo cartones o en zanjas.
Allá va en busca de un bar, para esconder las penas y huir del dolor, dejando atrás las veredas con paso vacilante y sucias las venas, perdiéndose en la vastedad del universo, del que era el centro sin siquiera saberlo.

6 comentarios:

SIL dijo...

Es un relato algo misterioso, cuántos seres especiales habrá por ahí, ¿tapados con oscuros velos?

Hay un rasgo en Austero que suele ser tristemente común : Temer estar lúcido, éso nos da pánico, más de una vez.

Un abrazo Netuzz

SIL

Felipe R. Avila dijo...

Tu cuento tiene la AUSTERIDAD de palabras apropiadas para Austero.
Y una idea base poderosa, chocante, irónica,te diría
a lo Fontanarrosa.
Me encanta,Neto.

el oso dijo...

Me gustó la historia de Austero, poderosa e intrigante. ¡Y brillantemente contada!
Abrazos

Con tinta violeta dijo...

Auatero tiene algo que va mas allá de la existencia de un borracho...tiene algo de personaje mítico.
Me ha gustado mucho, Neto.
Abrazos!!!

mariarosa dijo...

Una historia misteriosa, nos has dejado la puerta abierta para imaginar y volar con Austero... ¿Quién era?

Comenzaste el año muy misterioso....

Un beso.

mariaorsa

Netomancia dijo...

Doña Sil, siempre primera ud, la felicito! Austero tenía miedo sin sbaer por qué. No todos los que tienen miedo a la lucidez son, justamente, portadores de algo tan valioso. Aunque es paradójico, porque todos portamos algo valioso e invalorable, como la vida y sin embargo, muchas veces, parece que no lo supiéramos. Saludos!

Don Felipe, tan a lo Negro dice usted? Es un halago che, no me di cuenta en el momento. Un abrazo!

Don Oso, muchas gracias! Y deje de robarle adjetivos a Felipe, que se puede enojar, ud lo conoce, es medio loco. Jaja. Abrazo!

Doña Tinta, lo mítico a veces es incomprensible, quizá eso lo haga parecer como tal. Saludos y gracias!

Doña Mariarosa, vaya pregunta, solo los seres universales saben la respuesta, para nosotros era un borracho más. Saludos y gracias!