Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

6 de octubre de 2010

Miguel ángel

Cuántas veces, se preguntaba Miguel, a uno se le aparece un ángel. Es decir, cómo estar seguro de no haberse topado con uno. En el bar, en el subte, en un colectivo. El chico que vende el chipá en la esquina, el estudiante que lee bajo el árbol de la plaza, la mujer que silba en la puerta del supermercado, la pareja de ancianos que arrojan migas de pan a las palomas. Cualquiera podía ser un ángel.
La idea le daba vueltas en la cabeza desde hacía un tiempo. Sus caminatas por las calles de la ciudad eran misiones encubiertas. Sus ojos iban de rostro en rostro, deteniéndose en los detalles, en los movimientos, las sonrisas, el brillo bajo los párpados. De vez en cuando lanzaba miradas furtivas a las espaldas, buscando ese contorno plegado bajo las ropas que no dejarían dudas de sus sospechas.
Pero la búsqueda, si bien intensa, lo dejaba con el alma vacía al llegar cada atardecer, cuando resignado abandonaba la tarea, para volver a su hogar. Sin embargo ni siquiera cuando regresaba con las manos en los bolsillos, con paso cansino, podía dejar de escrutar a cuánta persona se le cruzara en el camino o invadir la privacidad de los comercios, observando hacia el interior de los mismos sin temor del ridículo por entre medio de los huecos que dejaban los productos mostrados en el escaparate.
Muchas veces se convenció en vano, siguiendo a la persona en cuestión. Pero fueron siempre falsas esperanzas, encontrándose con desalentadoras realidades al doblar la esquina. Una vez su promesa de ángel le sacó la billetera a una anciana, otra le tocó el culo a una joven que estaba cruzando la calle, en una ocasión incluso uno de ellos lo encaró y le preguntó si acaso lo perseguía en busca de sexo apasionado.
Las suelas desgastadas de sus zapatillas eran testigos de esos fracasos. La llegada tarde a su trabajo en las mañanas, también. Tanto, que un mediodía su jefe le advirtió que no siguiera llegando fuera de horario, que lo dejaría cesante.
Y entonces surgió Magdalena, la pasante de la oficina de Legales. Se acercó unos minutos antes de la hora de salida y sonriéndole le dijo que no le hiciera caso a las palabras del jefe, que por los estatutos de la empresa, número algo y algo, y los derechos que establece la ley número tanto y otro tanto, no podían despedirlo y que solo era para asustarlo.
A Miguel todo el palabrería le pasó de largo, como una exhalación. Quedó extasiado por esos ojos lilas que lo miraban desde la ternura de un rostro tan bello como angelical.
Angelical, pensó. Claro que si. Estaba ante un ángel. Uno verdadero, de piel suave, voz de coro y cabello oscuro y lacio. Cómo podía ser que antes no reparada en ella. La había visto, si, una o dos veces, pero siempre estaba tan metido en sus pensamientos que apenas si había visto un cuerpo pasar con una pila de carpetas de un lado a otro por el pasillo.
Magdalena, dijo en voz alta, casi sin darse cuenta. Ella sonrió. El se sonrojó. Sin embargo actuó rápido, sin dejarse amilanar por la situación. La invitó a un café. Mientras bajaban por la escalera hacia la planta baja (había evitado el ascensor) sintió que su búsqueda había terminado. Un ángel iba a centímetros suyos, podía sentirlo. Faltaba solo darle la libertad para que desplegara las alas y revelara su brillo. Podía imaginarse encandilado por la belleza de ese cuerpo, la perfección de la creación divina.
En el bar hablaron, rieron, compartieron. Se despidieron una hora después, beso en la mejilla. Ella se alejó por la avenida. El la miró hasta que sus ojos ya no pudieron verla, perdida en la multitud. Mi ángel, murmuró.
No hubo caminata ni búsqueda esa tarde. Se dejó caer en la cama y soñó con ella. Su ángel.
A la mañana siguiente no quería llegar tarde a su trabajo. No por la amenaza de su jefe, sino por Magdalena. Llevaba un ramo de rosas y su intención era dejarlas sobre el escritorio de ella antes que llegara.
Lo logró. La oficina de Legales estaba vacía. Intuyó que el escritorio era el del fondo, en el rincón donde las primeras luces del día penetraban jovialmente por la ventana. Dejó las rosas, garabateó unas palabras sobre un papel y corrió hacia el pasillo, para escaparse a su oficina.
Se hacía el ocupado en sus papeles, pero de reojo miraba el pasillo, esperando verla pasar. Consultaba la hora continuamente en su reloj, que iba consumiendo su impaciencia.
Ya era media mañana y Magdalena no había aparecido. ¿Le había pasado algo a su ángel? ¿Era posible? Después de tanto buscar, una vez que lo había encontrado... se estremeció, creyó que iba a desmayarse pero logró controlarse. Se puso de pie, tomó el pasillo y corrió hacia Legales. Abrió la puerta sin golpear y sacando aire de donde no lo tenía, preguntó por Magdalena.
Lo que siguió a continuación fue el cónclave de todos sus fracasos, disfrazados de martirio. Le comunicaron que ella había renunciado el día anterior.
No podía creerlo, no comprendía. Se encerró en su oficina, sentía una opresión en el pecho. Buscó aire acercándose en la ventana y desde allí la vio. Magdalena, en la vereda de enfrente mirando hacia donde él estaba, atravesando el vidrio con la mirada lila de esos ojos (ahora) gélidos.
Su rostro llevaba la sonrisa burlona de la maldad. Saludó con su mano con el típico adiós de andén, para luego darle la espalda y perderse como un fantasma entre la gente aturdida que caminaba como autómata por la ciudad.
Miguel se desplomó sobre sus piernas, con el llanto a flor de piel. Había sido vencido con la táctica más vieja y confundido lo divino con el amor, lo utópico con una simple calentura.
He ahí su único y fatal error en aquella búsqueda de años.
Definitivamente, Magdalena no era un ángel. Más bien, un demonio.
Podía escuchar a los ángeles reír en alguna parte, abrazados a sus primos del averno. Y entonces, el corazón se partió en mil pedazos.

7 comentarios:

SIL dijo...

Es extraño el relato.
Sentí que Miguel necesitaba un psiquiatra, y al final casi me convenzo de que Magdalena era un diablillo.

Creo que nos topamos con ángeles, creo que no es fácil encontrarlos.
Es privilegio de pocos toparse con alguno, y darse cuenta de que lo ha encontrado.
La mayoría de los casos les pasamos al lado, sin advertirlo siquiera.

TKmucho Netuzz

SIL

Con tinta violeta dijo...

Me da lástima el pobre hombre...con el corazón roto...
En el fondo al hombre le pasa...que necesita subir en pedestales a alguien, cuando solo deben caminar a tu lado...Los ángeles tiene otras misiones que cumplir, según creo.
Este hombre necesitaba compartir con otro ser humano como él, simplemente.
Buen relato...algo triste esta vez.
Abrazos!!!

HUMO dijo...

Absolutamente convivimos con ángeles y demonios, de ahí a reconocerlos o que ellos se den a conocer...pero creo si,tu relato es como siempre genial y mas cuando después de leerlo uno se hace ciertos planteos.

Besote!

=) HUMO

mariarosa dijo...

¡¡¡Pobre Miguel!!

Merecía mejor suerte, aunque creo que el único ángel era él.

Muy buena historia.

mariarosa

Netomancia dijo...

Doña Sil, las apariencias engañan y los sueños se persiguen. Claro que no podemos reconocer lo primero y es muy difícil alcanzar lo segundo. Por ende, este cuento es inverosímil jaja. Muchas gracias, felicitaciones y saludos!!!!

Doña Tinta, extraño este Miguel, buscador de ángeles. Quizá a veces buscamos imposible por temor a otras cosas más fáciles de encontrar. Muchas gracias! Saludos!

Doña Humo, es difícil discernir cuál es cual. Me alegro que le guste y que la haga pensar. Gracias! Saludos!!!!

Doña Mariarosa, a Miguel le sucedió lo que a cualquiera de nosotros en un caso así. No podemos encontrar lo que no se deja. Se mofarán de nosotros, como le pasó al personaje de este relato. Gracias! Saludos!

Annie dijo...

En general cada uno de nosotros tiene la capacidad de ser angel o demonio. Y ademas suponemos que lo que somos o lo que sentimos es inevitablemente una copia de los que nos rodean, de los otros.

Me parece que Miguel se vio reflejado en Magdalena.
Ella fue su espejo.

GENIAL COMO SIEMPRE NENE!!
;D

Netomancia dijo...

Annie, bien dicho. A veces prevalece más uno que otro, pero en definitiva los dos conviven.
Saludos!