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26 de febrero de 2010

La verdadera historia de Hermenegildo Cesáreo Correa

Del hombre que vivía en aquel rancho sobre el monte que uno veía de lejos cada vez que pasaba por la ruta 18, en la intersección con el camino que llevaba al pueblo, se decían muchas cosas.
Supongo que fue la curiosidad y en parte la necesidad de hablar cara a cada con esa persona que veía desde el auto trabajando la tierra cada santo día, con lluvia o sol, frío o calor.
Pero más que nada, quería conocer la verdad, derribar el mito si es que era posible dicha expresión, sobre ese individuo tan particular, que recordaba aunque pareciese imposible desde muy pequeño, cuando mi papá trabajaba en el molino que estaba sobre la ruta vieja y todas las mañanas, camino al trabajo, nos llevaba a mi y a mamá a la casa de la abuela, que le quedaba de paso, dos kilómetros más al sur del monte de Correa.
La abuela, que era dueña de una memoria prodigiosa y le gustaba narrar viejas historias, ya me nombraba al tal Hermenegildo en relatos que databan de muchos años antes, algunos incluso, de antes que con el abuelo, tras las persecuciones políticas de los años cincuenta del pasado siglo, se mudaran de la gran ciudad al pueblo.
Por supuesto que era el único que permanecía horas sentado cerca escuchando sus narraciones, mientras el mate iba cambiando de cebador y el día se iba yendo. Por las noches soñaba con esos personajes que salían de su boca y que cobraban imagen y forma en mi imaginación. Salvo la del viejo Hermenegildo, cuya figura ya tenía imagen propia y que cada mañana observaba con extraña admiración desde la ventanilla trasera del auto de papá.
Crecí pensando en otras cosas y olvidando como todo adulto eso que de niño creíamos mágico. Y ese tal Hermenegildo, que jamás vi en el pueblo porque según decían, cultivaba sus verduras en el monte y no compraba ni carne ni pescado porque de eso se aprovisionaba cazando y pescando, yo creía con todo el corazón que era mágico.
Pero el niño un buen día dice adiós y no nos queda más que la puta realidad. Es entonces que el hollín del día a día se nos comienza a pegar en la vida y terminamos cubiertos de una capa tan gruesa que toda esperanza de volver a recuperar lo que éramos, se desvanece en el aire.
Sin embargo esa coraza que la vida se empeña de hacer en nuestras almas, comienza en un punto determinado de nuestra existencia a descascararse como una pared vieja. Es el punto en el que además escuchamos que nos empiezan a decir "don", "viejo" o "abuelo" y que en la soledad de las tardes nos invitan a pensar: "pero cómo, la pucha, en qué momento se me fueron los años".
Sabemos entonces que nos encaminamos a un final ineludible. Un final de seis letras que por más que no asumamos, se convertirá en morada y descanso, todo al mismo precio. Solo cuando comprendí que me encontraba en esa recta final fue que volví a pensar en el viejo Hermenegildo. Sorpresivamente, fue también cuando me enteré que aún vivía.
Era imposible, hasta para un niño debía ser difícil comprenderlo. Si Hermenegildo vivía, entonces... ¿cuántos años debía tener?. Mi hija se reía de mi cuando le dije que ese hombre ya era viejo cuando yo era pequeño. Se reía y me tomaba en broma, diciéndome que estaba senil y que seguramente el que habitaba la casita en el monte sería un hijo u otra persona.
Por supuesto, no pude convencer a Betiana, mi hija, que me llevara. Pero si lo hizo mi nieto, Raúl. A veces en sus ojos veo esa picardía de niño que no quiere irse. Cuántas veces he querido decirle que por favor no la deje ir muy lejos. Pero me da miedo decírselo, porque lo quiero y no soportaría una burla de su parte. Me rompería el corazón.
La tarde en la que fuimos, el sol pegaba fuerte. Sentía la camisa húmeda y las articulaciones cansadas. Raúl me dijo que me esperaba, pero le pregunté si tenía algún problema en dejarme y volver en un par de horas. Por supuesto que no lo tenía, qué mejor para un adolescente que no ser esclavo de un anciano.
Quedé solo en el camino de tierra que iba hacia la casita del monte. No había visto a nadie desde la ruta y entré a sospechar que quizá el que me había contado que aún vivía el viejo Hermenegildo se había equivocado y que Betiana en definitiva tenía razón.
Pero a medida que mis pies en pasos lentos se acercaban a la humilde morada, el sonido de un martillo alivió mi pesar y al menos me dio la certeza de que alguien vivía allí. Dos minutos después comprobé que se trataba del mismo hombre que veía trabajando a diario la tierra, seguramente preparándola para su huerto.
Al escuchar mis pasos salió afuera y cruzó por entre las cañas que sostenían las plantas de tomates, para darme alcance y ayudarme a llegar hasta la entrada de la casa, donde reposaba una solitaria silla.
- Venga hombre, siéntese, que lo noto cansado - me dijo. Quedé estupefacto con sus palabras, la voz sonaba fuerte y sana y su cuerpo, viejo y demacrado por los años, sin embargo se notaba firme y vigoroso. Si hasta parecía más joven que yo. Y eso no podía ser posible.
Una vez en la silla, le agradecí y fui directo al grano. No anduve con rodeos ni salí con el cuento que estaba extraviado, no se lo iba a creer. ¿Qué podría estar haciendo solo en el monte un viejo de casi setenta años para perderse? Por esa razón y otras tantas, no quería engañarlo o sacarle la verdad mintiéndole.
Le pregunté entonces si acaso era la misma persona que hacía sesenta años trabajaba esa misma tierra y si incluso, era el también, como contaba mi abuela, quién vivía en la soledad del monte incluso antes que ella se asentara en la zona.
El hombre sonrió, mordió un palillo de gramilla seco y tras colocar la carretilla de lado, se sentó sobre la misma, mirándome con semblante cálido y amistoso. Y sin más, empezó a contarme su historia. La verdadera historia de Hermenegildo Cesáreo Correa.
- "Mire buen hombre, aunque no lo crea, es la primera persona que me hace esta pregunta. Ni siquiera en época de censos se acercan hasta aquí. Ya sabe lo que dicen, que vivo solo, que estoy loco y vaya a saber que cosas más. Seguramente que me escondo de la policía, que he matado a veinte tipos. Como verá, no necesito moverme de aquí. Tengo un huerto, animales detrás de la casa y una gran puntería con la escopeta." - dijo remarcando lo último para luego lanzar una carcajada contagiosa.
"Con las pocas cosas que no tengo, siempre me las he arreglado con la naturaleza. Allí está todo para que podamos sobrevivir. Y a ella recurro. Esta vivienda, que ha soportado tormentas, diluvios, calores intensos, la construí con mis propias manos. Si me pregunta cuando, tendré que ser sincero. No lo recuerdo con exactitud.
Hace décadas que el tiempo no me importa, al menos en lo que a precisión respecta. Vivo día a día, sabiendo que habrá un mañana, que veré salir el sol y por las noches las estrellas. Mi única ocupación es generar los alimentos para comer y tener las fuerzas de dar un paso más en el tiempo, de estar un día más en el planeta. Puede que mi acento le resulte algo llamativo, es que he andado por tantos lugares que las lenguas suelen confundirse muy fácilmente. No hace falta aclarar que además no mantengo un diálogo desde hace mucho pero mucho tiempo.
Sabe, puede que haya recalado en esta parte del mundo hace ya dos siglos. Si, veo sorpresa en su expresión, pero no tanta. No me equivoco ¿verdad?. Supongo que es hora de compartir con alguien la verdad. Además, la verdad no mata, al contrario. Al menos eso sostengo.
¿Le gusta la historia? A mi me fascina. Al punto de dar la vida por ella. Si, así de tanto me gusta. Para que entienda, no soy de aquí. No digo de este país, ni de cualquier otro. Sino que no soy de este tiempo. Ni tampoco de esta raza. No se alarme. Déjeme avanzar.
Qué me diría si le digo que todos los pronósticos sobre la raza humana son equivocados y que aún le queda de vida más de cinco milenios. Se sorprende ¿cierto?. Aparentemente encontraron la forma de evitar la destrucción de la capa de ozono, de vencer el efecto de las bombas nucleares y de escapar del derretimiento de los polos. Por supuesto, aún no lo hemos visto. Porque no ha sucedido. Pero lo lograrán, puedo asegurarlo.
Sin embargo, en algún punto dentro de cinco mil años, desaparecerán de la faz de la Tierra, sin dejar ningún tipo de rastro que permita conocer la historia de la humanidad en su totalidad. Tan solo pequeños fragmentos, que tras centurias de estudios permitieron, miles de años después, a la raza superior siguiente, los korertas, a la que pertenezco, afirmar que la raza humana había sido evolucionada.
La historia me fascina, como se lo dije hace instantes. Formé parte de ese grupo de estudio, alrededor de trescientos años, según la forma de calcularlo en la actualidad.
Y como parte de ese proyecto, quise ser integrante de la siguiente etapa de investigación. La que podríamos decir, de campo. Es decir, la historia vista en el lugar de los hechos. Para que entienda, nuestra raza es sumamente evolucionada, impensada para esta época. Conceptos como muerte, guerra, enfermedad, no existen. La paz es un estado natural. Y nuestras plantas y animales son un patrimonio indispensable, que nos alimento y ayuda. Conocemos los planetas más cercanos y hasta razas de otras constelaciones.
Podría hablarle durante meses de nuestra raza, pero no comprendería muchos conceptos y me serían imposible explicárselos. Partamos desde el punto que le estoy diciendo que además de tener siglos viviendo en el planeta, vengo del futuro y sabrá a lo que me refiero.
La cuestión es que en ese futuro hoy distante, mi raza desarrolló en su ciencia la posibilidad del viaje en el tiempo, o más precisamente, el viaje de ida en el tiempo. Cuando le decía que daba mi vida por la historia, me refiero a este sacrificio, al que ahora le voy a contar.
Además del viaje al pasado, nuestro organismo no conoce la muerte. Pensará en superpoblación o bien en otros inconvenientes que esto podría acarrear, siempre desde la óptica actual, pero eso, le aseguro, nunca supuso problema alguno para nosotros.
Cuando llegamos a la conclusión que la raza humana merecía un estudio más profundo, supimos que eso señalaba tener que conocerla personalmente, dado los escasos datos que sobrevivieron a los milenios que la separaron de la nuestra.
Quinientos historiadores nos alistamos en el proyecto, la mayor parte, de longevidad extrema como es mi caso, en el que el organismo ya no evoluciona más pero tampoco se degrada. Nuestra misión, regresar varios miles de años en el pasado y convivir con los humanos, pasando lo más desapercibidos posibles, con el único fin de retratar cada instante de la historia, desde rincones diferentes del planeta.
Llegamos en el año trescientos tres, ateniéndonos a la denominación que más adelante el mundo occidental le dio al nacimiento del llamado hijo de Dios. Desde entonces, dispersos por el mundo, vagamos tomando notas, registrando los sucesos y esperando el paso de los días, porque la única manera de regresar a nuestros tiempos es esperando a que los mismos lleguen.
Pensará que es una locura, pero le aseguro que no. Qué cosa más excitante puede haber que vivir una vida que ustedes calificarían de inmortal con una raza primitiva, repleta de conflictos, de hechos y personajes de lo más disimiles, de una configuración política cambiante y con conceptos evolutivos aún al día de hoy tan precarios. Nunca influimos en ninguna decisión ni pretendimos hacer contacto con nadie influyente para decirles quiénes éramos. Si pequeños contactos, como el nuestro de esta tarde. Pero nada más.
Nuestro deber es para con la historia y hoy en día, tan lejos de los nuestros, sentimos al humano más que una raza primitiva, se lo puedo asegurar, pues hemos vivido más que cualquiera de ustedes y visto como han ido prosperando casi a ciegas, y que a pesar de subsistir cometiendo errores significativos, incurriendo en guerras descomunales, jugando con la vida de los prójimos, tienen aún la voluntad para seguir creyendo en la raza.
Es aún un misterio saber como se las arreglarán con lo enumerado al principio. Los quinientos korertas diseminados en el mundo podremos atestiguar en un futuro que fue lo sucedido. Por ahora nos mantenemos informados sin necesidad de ir de un lado para otro. La radio, la televisión nos han permitido un descanso. Solo debemos alimentarnos y seguir prestando atención a lo que sucede.
Lo que el futuro depare a la raza humana es tanto un misterio para usted como para mi, no obstante, sabemos más nosotros del pasado que la propia humanidad, indicador este que uno de los grandes errores fue siempre ignorar el ayer. Y dicha soberbia le ha costado, como se dice, tropezar más de una vez con la misma piedra.
En miles de años, cuando ya solo seamos otra vez los quinientos aguardando la llegada de nuestros tiempos, podremos sentarnos todos a cruzar opiniones y debatir sobre como contar la historia una vez que estemos otra vez en tiempos de los korertas.
La espera es larga, pero la historia se escribe día a día y eso supone un trabajo interminable. Somos historiadores y como tales nos debemos a la historia. Somos privilegiados en una misión sin precedentes. Espero mi amigo, que esa duda que lo carcomía de pequeño, haya tenido hoy la respuesta que esperaba. Para mi ha sido un placer poder compartirlo".
Lo miré a los ojos y comprendí que la eternidad puede alojarse en los lugares más recónditos e inesperados y supe que en esa mirada, había más que el color avellana envolviendo las pupilas. Había sabiduría, del ayer y del mañana. Solo compartíamos algo, la ignorancia absoluta sobre el presente.
Le di las gracias y nos estrechamos en un abrazo. Volví por el camino con un aire renovado en el interior. Debo reconocer que parte de mí se había quedado en aquel monte y por eso algunas lágrimas me rodaban por las mejillas. Se había quedado el niño, que sonreía al saber que realmente el hombre era mágico; y se había quedado el "viejo", al que habían tratado de loco por creer recordar lo que realmente recordaba.
Cuando llegué al final del camino de tierra, vi el coche de mi nieto viniendo a recogerme. Subí feliz y complacido. Lo palmeé en la espaldas y le pedí que arrancara. Volvíamos al pueblo, pero ya no me sentía el mismo. Sabía que por delante me quedaba mucha vida y que aprendería a vivirla día a día, saboreando cada cosa como si fuera la primera vez y añorando los recuerdos como si de un tesoro se trataran, porque al fin de cuentas, el pasado era eso.
A tal punto, que algunos daban sus vidas por conocerlo.

9 comentarios:

Viviana dijo...

¡Mágico, Neto!
Me voy a dormir con la magia de tu relato.
Un abrazo

Harold Diaz dijo...

Precioso, maravilloso!!

Encantado.

Saludos!

SIL dijo...

////a pesar de subsistir cometiendo errores significativos, incurriendo en guerras descomunales, jugando con la vida de los prójimos, tienen aún la voluntad para seguir creyendo en la raza.
Es aún un misterio saber como se las arreglarán con lo enumerado al principio////


Podría ser la solución a ese misterio, otra frase que brilla dentro de este relato:

Sólo debemos alimentarnos y seguir prestando atención a lo que sucede...?

Genial, Netuzz.
Tu piloto automático escribe como los dioses.
:)
Un abrazo inmenso.

SIL

Con tinta violeta dijo...

¡Cuantas veces no habré soñado poder conocer a alguien así!
El relato es espectacular, Neto.
La reflexión sobre la raza humana sorprendente. Y saber que al final habrá un final de eta historia...es emocionante.
Tu imaginación como siempre desbordada.
¡que tengas un feliz descanso!
Abrazos,
Paloma.

Anónimo dijo...

que relato Netito! La verdad que esa palamdita en la espalda al final del relato fue el sumum de toda le emoción contenida que tenía cuando iba leyendo el texto.
Tremendo Netin, como siempre, me sorprendo y te admiro como escritor y como amigo!
Un abrazo!

el oso dijo...

Una preciosura, Neto. Un texto que te devuelve la lectura como una brisa suave de a que no te querés despegar.
Una pintura inmejorable de la condición humana en el tiempo con angustias y todo.

Abrazos y descanse che...

Madame JuJu dijo...

no sabia de la existencia de este blog, y realmente me fascino!
nunca antes habia probado leer historias 'oscuras' y en este caso me encanto, asi que te sigo, y ademas te felicito, se nota que tenes una facilidad para escribir increible!

Don Belce dijo...

Ah sí, entonces yo pongo el piloto automático de los comentarios:
Que lindo, muy bueno, siga así amigo/a.

Netomancia dijo...

Gracias a todos por comentar! Es un placer saber que han estado entretenidos en el blog a pesar de la ausencia. Y me encanta que les haya gustado la historia de Hermenegildo. Es una de las que más disfruté mientras escribí.
Una abrazo!