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23 de abril de 2009

El caserón de la esquina

Los chicos del barrio le temían al viejo caserón de dos pisos ubicado justo en diagonal a la plaza. Decían que estar cerca de ese lugar de noche, traía mala suerte. Por las dudas, cuando las luces del día daban muestras de querer desaparecer, o se iban a sus casas o cambiaban de lugar para sus juegos.
Era otra época, no había computadoras, ni videojuegos y tampoco ese lazo inseparable con el televisor. Los juegos eran al aire libre, con pelota, rayuela, mancha o escondidas.
La barra de entonces era de ocho chicos. Todos varones. A veces dejábamos jugar a las nenas con nosotros, pero no mucho. Siempre terminábamos peleando y teníamos que estar de muy buen humor (y ella compartir galletitas o algo) para dejarlas estar con nosotros.
Mientras el día gobernaba, nos animábamos a permanecer en la vereda del caserón. Nos llamaban la atención las ventanas del piso superior, redondas y sin cortinas. Los marcos quebrados y despintados por el paso del tiempo y los vidrios rotos y los que no, astillados.
El caserón tenía una enorme entrada, pero no crecía pasto ni planta alguna, a diferencia de otros frentes vecinos. Todo estaba seco. A veces veíamos sapos rondando la puerta o gatos durmiendo en el tejado. Siempre eran negros.
Las ventanas de la planta baja eran rectangulares y allí si había cortinas. Seguramente habían sido blancas en algún momento, ahora todas estaban amarillentas, salvo una que además de dicho color, presentaba una mancha negra, como de haberse quemado.
La puerta de entrada, que jamás vimos abierta, era gigante y tenía grabada una luna. Lustrada seguramente sería hermosa, pero con el desgaste encima, era tétrica. Teníamos miedo, si. Pero por alguna razón que entonces no conocíamos, nos gustaba estar allí, frente a ese caserón, jugando en la vereda.
Supongo que la casa no era solo una fachada tenebrosa, seguramente tenía una historia atrás. Pero nadie nos hablaba de ello. Si uno preguntaba por ese lugar, siempre respondían: "¿Casa? ¿Cuál casa? Ahh, esa..." y jamás nos daban una pista sobre su pasado, sus últimos habitantes, nada.¨
Eramos muy chicos para suponer que la casa además del miedo que inspiraba, podía dominar las mentes o asustarlas de tal forma, que uno no la recordara, o simplemente, deseara ignorarla, así sin más.
Sucedió un sábado lluvioso. Habíamos estado jugando con la pelota en la plaza, los ocho. Uno de nosotros, no recuerdo quién, había conseguido unas figuritas de fútbol en otro barrio. Nos sentamos a verlas en la vereda del caserón. Las figuritas nos fascinaron, estaban casi todos los equipos, las imágenes parecían fotografías de verdad y fue tal el encandilamiento de las mismas, que perdimos noción del tiempo. Los nubarrones anticiparon la noche y para cuando nos dimos cuenta, la casa había cobrado vida.
Sentimos algo raro, como si el aire se volviera espeso. Primero fue la sensación de asfixia, luego la oscuridad rodeándolo rodo. No se veía la plaza del otro lado de la calle. Oí a un par de mis amigos gritar y yo comencé a llorar. Algo me agarró una pierna y tuve la suerte de poder zafarme. Uno de los chicos fue arrastrado de mi lado hacia la casa en una fracción de segundo. Aproveché y corrí contra la negrura. No sabía hacia donde, pero estaba descontrolado.
Agitado, asustado, meado hasta las medias y llorando casi a gritos, corrí y corrí. Me pareció correr un siglo, una eternidad. Corrí hasta que tropecé contra el cordón de la manzana de enfrente y me abrí la frente contra el suelo.
Desperté varios días después en el hospital, con mis padres cuidándome a mi lado. Fueron prudentes las primeras horas, me dejaron tranquilizarme. Luego me pidieron que hablara. ¿Dónde están los chicos? me preguntaron.
Comprendí entonces que ninguno había logrado escapar, que había sido el único. Me largué a llorar. Me ganó la angustia, el remordimiento, el dolor. Les nombré la casa, les conté de las figuritas, les pedí perdón por no habernos percatado de la noche. Volví a llorar. Y me di cuenta que estaban pálidos y no podían ocultarlos.
Con los años aprendí a sobrellevar el pasado y aunque costó, a hacer nuevos amigos. Aún tengo pesadillas, aún, en las noches de tormenta, tengo esa sensación de algo agarrándome la pierna. A veces, temo, estoy seguro que algo me arrebatará de la cama.
Intento no pasar delante de la casa. Ya no por miedo, porque ya no soy niño y he comprendido que solo le gustan ellos. Sino porque por esas ventanas sin cortinas del piso superior los veo.
Si, a ellos, que fueron mis amigos, los veo gritando, pidiendo por ayuda con gestos de dolor y desesperación. A los siete golpeando las ventanas rotas, llorando sin compasión, sin poder crecer, siempre con la misma edad, pero cada vez con peor aspecto. Y se muy bien que todos los adultos de este barrio, ven al pasar por esa vereda nefasta a los pequeños amigos perdidos en la niñez. Porque el caserón siempre deja cabos sueltos para que el dolor se extienda por toda la eternidad.
Pero no hablamos de ello, nos conformamos con seguir vivos. A veces, incluso, olvidamos que algo sucedió. Así que nos callamos, evitamos las ventanas, miramos para otro lado y seguimos avanzando.

12 comentarios:

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Está bueno este relato gótico.

Annie dijo...

Uy!!

Don Neto: Sus películas cada vez más tenebrosas. Muy bien contada la historia y los finales para el desmayo!!!

Lo único que para la próxima voy a evitar mirarlas de noche, porque después no me puedo dormir...

Ud. me asusta tanto como las historias de aparecidos de mis abuelos!!!!

BESOS TEMBLOROSOS

SIL dijo...

Este es horrible en serio.!!!
A veces, como en las grandes tragedias, el sobreviviente prefiere haber perecido junto a sus pares.

BESOS TRÁGICOS.

Martín Gardella dijo...

Netomancia, recien descubro este otro blog tuyo. Empiezo a leer y ya me gustó. te sigo y te devuelvo el link, asi no me pierdo nada de ahora en mas... Buenisimo blog! Un abrazo

Caro Pé dijo...

Es tarde.. hay silencio.
Creo no hay mejor momento para haber leído esto.me gustó much
no lo leí
lo viví!, creo q se entiende la diferencia-
Muy bueno salu2!

el oso dijo...

Neto: el lunes no me vaya a traer todos esos desfigurados pudriéndose en vida. Tras que me cuesta ponerme a limpiar a ver si tengo que luchar contra hediondos colgajos que se desprendan...
Buenísimo, una casa embrujada contra pibitos que juntan figuritas, todo un tema.
Abrazos

Taller Literario Kapasulino dijo...

Muy bueno... El final tristisimo... como siempre... como te gusta a vos.
Al principio, que te digo que me encanto, me hiciste acordar a cuando era chica y jugaba en la vereda, a las escondidas, a las figuritas... Y después buenisimo, hiciste real el terror de todo niño, que la casa embrujada cobre vida. O por lo menos a eso tenia miedo yo cuando era chica.
Muy bueno el cuento, Neto, te felicito.
Yo publique también un cuento me gustaria que me digas que te parece (si tenes tiempo).

Netomancia dijo...

Gracias Alejandro por pasar y mejor aún que te ha gustado el relato.
Annie, la próxima vez nos deja conocer alguna de esas historias de su abuelo. Y traiga facturas.
Doña Sil, le han ganado de mano el primer comentario, que pasó!! Jaja, broma. Si, es horrible. Principalmente la imagen de los niños en la ventana. Por suerte apareció justo en mi imaginación cuando estaba cerrando el cuento.
Bueno Martín, no ha sido un descubrimiento como el de Colón, pero algo es algo jaja. Un gusto tenerte acá.
Caro, se entiende. Pero no me hago responsable si sentís que algo te atrapa la pierna...
Don Oso, el lunes va a ser peor: llevo chistes.
Gracias Carla. Si, me gustan los finales tristes, se nota, no? Ja. También los felices, no tengo ningún trauma, ojo (declarado por lo menos!!!), pero me gusta más escribir así. Ya pasé por el blog del taller y dejé mi comentario, me gustó! Ahora, no se porqué el coso este al costado no me avisó que había una entrada nueva en el taller. Voy a tener que llamar al service de Blogger!!!

el oso dijo...

Me parece que algo sucede con los enlaces del Taller, porque a mí tampoco se me actualizan.
O tal vez exista una macabra conspiración antivilla que haya que desenmascarar.

La mala noticia de los chistes puede arruinar el anunciadísimo evento...

Unknown dijo...

muy bueno.. me entrintecio el final.. pero me encanto..
saludos

Silvana Muzzopappa dijo...

¡Muy bueno! Muy bien armado el ambiente. No me costó nada imaginar la situación, la espesura de la oscuridad, la época de los juegos en la calle hasta la noche, el miedo en la gente y a los chicos golpeando las ventanas rotas.
¿Leíste El árbol de las brujas, de Bradbury?

Saludos,
Shirubana.

Netomancia dijo...

Gracias por pasar Infalible; los finales por estos lares suelen ser tristes, es así.
No Shiru, lo tengo pendiente. Pero prometo buscarlo y leerlo.