Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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29 de marzo de 2009

El instante clave

La incertidumbre de no saber es tan espantosa como la certeza de saberlo todo. No hay sabiduría en el que peca de soberbio, no hay valentía en el que expone a otros al peligro. No hay verdades en aquel que se miente a si mismo.
En esta cruda realidad de lo que somos, en la que tejemos a diario la tela que sostiene nuestras vidas, a sabiendas que cada puntada es un sacrificio, estamos conscientes además que cada instante es un presente en fuga. En fuga hacia el pasado, el olvido. Y de ese instante que nos valemos para ser, dependemos para seguir. Y el futuro será a partir de lo que hagamos en el ahora.
La sutileza en el manejo de la pinza, era el ahora de Horacio, que meditaba en silencio mientras las gotas de sudor bañaban su rostro y sus manos pseudo temblorosas dirigían la esperanza propia y ajena hacia el complejo circuito. La explosión dependía de él y su mente reflexionaba para no pensar en lo que realmente debía pensar: en su mujer y en sus hijas. Sin embargo era consciente que si lo hacía, debía ponerse de pié, guardar las herramientas en el maletín y renunciar al escuadrón antibombas.
El precio de la vida se determinaba en la suma de responsabilidades. Y el suyo, era muy alto. De todas formas, todo era relativo y el cable más fino y más insignificante era capaz de volver la cifra a cero.
Afirmó la mano, acomodó el filo de la pinza en derredor del cable verde y cortó...

24 de marzo de 2009

El príncipe y el mar

Se sentaba todas las mañanas sobre la arena, mirando el mar. Parecía un príncipe semidesnudo, sin capa, ornamentos ni espada. Tan solo su túnica blanca, su mirada quieta y su aura inmóvil.
Las olas paseaban por sus ojos y el agua salada bañana sus pies. Las horas se iban consumiendo y con ella el día. Las gaviotas volaban plácidas y serenas, con sus graznidos lejanos y responsabilidades ausentes.
La playa era un desierto de soledad, un bálsamo de tranquilidad y olvido. La memoria de un pasado que había quedado, como todo pasado, atrás.
La noche asaltaba el horizonte y de a poco lo oscuro ocultaba la luz. El cielo se iba poniendo negro y miles de puntos brillantes se encendían sin avisar. La brisa se tornaba fresca y el mar abrigaba entonces su andar.
El príncipe despertaba de su letargo antes de la medianoche y observaba las constelaciones. Se dejaba embelesar un rato y luego se ponía de pie. Era el momento de los sórdidos recuerdos, de la cruda realidad. Caminaba ahuyentando los sonidos de su mente, las voces profanas que le decían lo que nunca hubiese querido saber: "Eres el último, eres el adiós. Eres el último ser humano sobre la tierra y no tienes redención".

21 de marzo de 2009

La voz

Había una voz silenciosa. No sabría describirlo, pero diría que era un demonio. La voz me hablaba sin pronunciar palabra. Me pedía cosas, acciones, me volvía obsesivo. Comencé a escucharla en mi cabeza cuando era muy pequeño. Por eso, antes de acostarme, debía mirar uno de los costados de la cama, no una vez, sino dos. Y si por error miraba tres veces, debía ver una vez más, porque no podía ser impar, debía ser siempre par, pero jamás tenía que ser seis.
Si, suena a locura. A una irremediable chifladura. Si tocaba algo, debían ser dos veces como mínimo y asegurándome de respetar siempre el hecho de ser par y nunca seis. Podía entonces ir caminando con un grupo de amigos y sin querer, con una mano, tocar cualquier cosa, por ejemplo, un canasto de la basura. Entonces, rápidamente, debía volver unos pasos atrás, tocarlo de nuevo y seguir.
Sabía que no era normal. Algo me decía que no solo no era normal, sino también esquizofrénico. ¿Debía decírselo a alguien? ¿Debía resistirme y luchar contra esas órdenes de una voz que no existía, al menos auditivamente?
A veces, estando ya acostado, esa voz me decía que me levantara y saliera a la calle. Ante tremendos pedidos, era más fácil resistirme. Imponía mis quejas a esa voz, suplicaba con excusas, decía no saber donde estaban las llaves, ni qué pretextos les daría a mis padres.
Y así transcurrió mi niñez, compartiendo mis días, mis juegos, mis deberes, mi crecimiento, con esa voz interna, merodeando siempre en mi cabeza. Con los años mi personalidad se fue imponiendo y sobre la adolescencia, dejé de escucharla. Primero hacía caso omiso a sus órdenes y de a poco, ante tanta indiferencia se fue retirando, no de golpe, porque supe por un largo período que aún estaba allí, pero finalmente, desapareció.
¿Por qué cuento esto? Por una sencilla y espeluznante razón. Volvió ayer. Si, primero supuse que era algo que decía la televisión, pero no podía ser, estaba puesta en un canal de música. Después me di cuenta. Había vuelto.
Anoche maté a una persona. Dos puñaladas, porque debía ser par. Hace unos minutos, fueron ocho ladrillazos para matar a otro hombre. Me sigue pidiendo pares, pero ya no basta con mirar o tocar cosas, ahora va más allá.
¿Debo hablar con alguien? ¿Debo resistirme? Tengo miedo, no lo oculto, sin embargo es tan natural que haya vuelto, que hasta podría decirse que la extrañaba.

17 de marzo de 2009

Esclavos del destino

Detrás de la máscara se escondía su odio.
El dolor residía en el corazón.
Los puños atenazaban la bronca.
Y la sangre en sus manos eran ríos de venganza.
Cargó el cuerpo de su amada hasta el acantilado y lo arrojó.
El diablo abrió sus ojos rojos al cielo azul y gritó. Juró hacer sufrir, juró no perdonar. Y a todo mortal marcó con su cruz.
Al día de hoy la maldición persiste, por más que el diablo hace tiempo dejó de existir.
Sin embargo legó a la humanidad la maldad, de la cual nos resulta imposible prescindir.

9 de marzo de 2009

Dos

Del otro lado, la barca. Abandonada, sucia, de madera podrida y sentimientos heridos.
De este, el náufrago moribundo, anhelante, rencoroso.
En medio de ambos, una vida. Una eternidad de suspenso e indiferencia.
El cielo es testigo mudo y hasta pícaro de la escena. El que va a morir y el que puede salvarlo. El que necesita ser salvado y el que hace tiempo no navega. Distantes, opuestos.
De un lado y del otro, corazones fríos y espinas punzantes. Se miran, se saben necesitados, pero se rechazan. Orgullo y consecuencias, estupidez y sinrazón.
El día se muere, la noche cae. La oscuridad asume su presencia y el olvido cubre todo alrededor, como un astillero a un viejo barco o una manta a un difunto.